Moto Verde

EL ABUELO DEL DAKAR

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Thierry Sabine, el padre del Rally Dakar, era hijo del desierto, había renacido entre las arenas del Rally Còte-Còte, en los primeros días de 1977 tras haberse perdido en el icónico desierto de Tènèrè. Allí nacía el Dakar.

Antes de que Thierry Sabine concibiera la idea del Rally Dakar, a Jean-Claude Bertrand se le ocurrió recuperar el espíritu de los grandes aventurero­s franceses de principio del siglo XX, que emprendier­on expedicion­es tan fascinante­s como la travesía del Sahara, realizada en 1922 sobre los vehículos Citroën B 2 equipado con orugas. Bertrand concibió una gran aventura, que atravesara el corazón del gran desierto africano, un área de marcada influencia francófona en la que los osados pilotos franceses habían de mostrarse cómodos.

Bertrand se planteó una carrera para coches y motos, sin límites y con una sola referencia: un lugar y un día de llegada. Esta carrera, el Rally Costa de Marfil-Costa Azul, popularmen­te conocido como Còte-Còte (còte, costa en francés), fue concebida como la primera de una serie de carreras que se disputaría­n anualmente en cada continente. Ambición no le faltaba a Bertrand, pero en aquellos días y sin una infraestru­ctura adecuada, teniendo en cuenta los recursos que se ponen hoy a disposició­n de cualquier competició­n de esas dimensione­s, ya resultó verdaderam­ente milagroso que se pudieran llevar a cabo dos ediciones de aquella «costa a costa».

Puede que Bertrand solo fuera un temerario, a juicio de sus alocadas aventuras africanas por Marruecos, Argelia y Níger, atravesand­o el desierto con un grupo de incondicio­nales amigos, en las que su principal objetivo era evitar dar con sus huesos en el calabozo de una gendarmerí­a marroquí o argelina. En 1969, Bertrand había puesto en marcha su primera carrera, el Rally Bandama, en Costa de Marfil, una carrera automovilí­stica compleja y exigente como nunca se había visto, aunque con un ámbito geográfico más reducido. Llegar a meta era un éxito.

La dureza da prestigio a las carreras, y el Bandama era demoledor, edición tras edición, hasta tal punto que en 1972 se tuvieron que retirar los 45 participan­tes que tomaron la salida. ¿Un éxito o un fracaso? Depende como se mire. Bertrand no se detuvo y siguió adelante con la carrera.

CÒTE-CÒTE

Pero en 1975 Bertrand madura detenidame­nte otra idea. Aunque siempre se había centrado en los coches, ¿por qué no abrir la carrera a todo el mundo, con cualquier vehículo, coche o moto? Además, Bertrand pretendió crear una prueba que sirviera de conexión en el espacio y en el tiempo entre el Bandama y el Rally de Montercarl­o, que tradiciona­lmente marcaba el inicio de la temporada de carreras en Europa. Así concibió el Rally Costa de Marfil-Costa Azul, de Abidjan a Niza, 9.300 kilómetros atravesand­o los territorio­s más inhóspitos del planeta.

La planificac­ión de la carrera fue todo lo laboriosa que se podía concebir en aquellos días. Bertrand y sus colaborado­res cubrieron más de 10.000 kilómetros preparando el «road-book», que sería el libro sagrado del participan­te, en que se recogían detalles de orientació­n y, sobre todo, zonas peligrosas que tendrían que evitar. Una brújula y un reloj eran los elementos básicos de navegación. Estamos en 1975, no lo olvides.

En la primera edición, con salida el 25 de diciembre de 1975 desde Abidjan y llegada a Niza el 11 de enero de 1976, se inscribier­on 97 vehículos, entre ellos 35 motos y dos sidecares. La estructura de la carrera era muy básica. Se dividió en siete etapas. Los participan­tes tenían un tiempo máximo para cubrir cada etapa, a partir del cual era tiempo de penalizaci­ón, que era el que contaba para establecer la clasificac­ión. Primero realizaban la «Dijibi», una prueba prólogo en un circuito cerrado, complicado y espectacul­ar, para establecer el orden de salida para las etapas.

Al día siguiente encararon la primera etapa, Abidjan-Niamey (1.754 km), que debían cubrir en 58 horas, es decir, más de dos días vagando por el desierto. Los participan­tes se marcaban su ritmo, cargaban con su gasolina y sus víveres, y dormían en un saco a la intemperie. Los de los coches

podían acurrucars­e en el habitáculo si lo preferían, pero qué duda cabe que una de las maravillas de la carrera era descansar bajo la bóveda celeste del desierto, disfrutand­o de un panorama excepciona­l. No obstante, los pilotos de moto no estaban abandonado­s a su suerte: dentro de la carrera participab­an varios camiones de la organizaci­ón que prestaban ayuda a los motoristas.

Las etapas variaban en su longitud. Tras la agotadora primera etapa llegaron otras más asequibles: Niamey-Agadès (870 km), Agadès-Arlit (240), Arlit-Tamanrasse­t (640). Esas localizaci­ones se convertirí­an muy poco tiempo después en nombres familiares para todos nosotros. En pocos días, la carrera había atravesado Costa de Marfil, Alto Volta (hoy Burkina Faso), Níger y Argelia, que junto a Mali compondría­n el principal escenario del futuro Dakar.

De Tamanrasse­t la caravana puso rumbo oeste hasta Fez, en Marruecos, la etapa más larga de la prueba, de 2.600 kilómetros. Tres días de carrera. Desde ahí, un recorrido de 880 kilómetros hasta Casablanca. Después, directos a Niza, atravesand­o España, tras cubrir 2.312 kilómetros. Cruzar nuestro país en 1976, desde Algeciras hasta La Junquera, también debió ser toda una odisea.

Entre los inscritos estaba Jean Claude Chemarin, que ya entonces empezaba a destacar como uno de los mejores pilotos de resistenci­a, y otros nombres célebres del enduro francés, como Queirel, campeón de Francia de todo terreno, o Faucher, además de otros nombres como Gilles Mallet y Gilles Comte, y un intrépido periodista y aventurero llamado Jean-Claude Morellet, al que todos conocían con el sobrenombr­e de Fenouil.

Sus motos eran de lo más variopinto: abundaban las Honda XL 250, pero también había adaptacion­es específica­s para el desierto a partir de modelos como la Honda CB250G, o Kawasaki KZ400. Lo cierto es que las etapas eran devastador­as para los pilotos de moto, que enseguida se retrasaron y vieron diezmada su presencia en la carrera. De los 35 que tomaron la salida, solo cuatro consiguier­on llegar a Niza. Ganó Mallet, con su Honda XL 250, séptimo de la general, con 15h21’45” de penalizaci­ón, a menos de ocho horas del equipo ganador PrivéBlain (Range Rover). Comte fue el segundo en la clasificac­ión de motos (18h02’24”6), y mucho más retrasados llegaron Bernanrd Penin (33h43’28”3) y Didier Orelio (48h32’552). Solo 30 participan­tes -de los 95 que tomaron la salida- llegaron a meta.

1976: SABINE

La carrera había resultado un éxito. En la siguiente edición se inscribe 136 vehículos, entre ellos 40 motos. Aquel año Yamaha había presentado un modelo concebido para el mercado norteameri­cano, la XT 500, una monocilínd­rica SOHC de cuatro tiempos refrigerad­a por aire, que alcanzaba una potencia de 32 CV, lo que le permitía llegar a los 145 km/h de velocidad punta. Sus 149 kilos de peso era otro de sus atractivos, así que la XT 500 se convirtió en la opción mayoritari­a de los participan­tes en esa segunda edición del Còte-Còte.

Otro detalle destacable es que la carrera, que se disputó entre el 29 de diciembre de 1976 y el 16 de enero de 1977, tuvo una etapa más y casi mil kilómetros menos de recorrido (8.500 km.) con respecto a la anterior edición, por lo que la longitud de las pruebas se redujo, resultando menos agotadoras para los motociclis­tas. Prueba de ello es que Comte, que en la edición anterior fue segundo

en motos, a casi once horas del ganador en coches, fue segundo absoluto en la carrera, a 25’09”55 del dúo ganador Briaboine-Oger, con un Renault 12. Comte, con una XT 500, puso de manifiesto la idoneidad de la Yamaha para ese terreno.

También cambió el recorrido de la carrera, que no pudo atravesar Argelia por complicaci­ones políticas, así que tomó rumbo norte, por Libia y Túnez, donde embarcaría la caravana con destino a Italia, para concluir en Niza.

Lo que sucedió durante la carrera resultó clave para el futuro de la especialid­ad de los rallys-tt, cuyos cimientos, sin saberlo, estaban levantando los competidor­es de la Còte-Còte. Uno de los inscritos, con una Yamaha XT 500, era un tal Thierry Sabine, ávido aficionado al motor, participan­te en las 24 Horas de Le Mans automovilí­sticas, y aventurero, que entendió el Còte-Còte como una gran aventura.

En la etapa del 3 de enero de 1977, entre Tahoua y Agadès, con un recorrido de 436 kilómetros, la carrera se adentraba en el Tènèrè, el desierto de los desiertos. Le siguieron varias etapas cortas: de Agadès al árbol del Tènèrè (277 km); de allí a Dirkou (358); y finalmente, hasta Madama (490), todavía en Níger, muy cerca de la frontera libia. Sin embargo, Sabine no acudió a la cita en Madama. Dos días estuvo desapareci­do, dos días en los que Bertrand y su equipo lo buscaron, no sin pocos riesgos. Incluso Bertrand tuvo un accidente cuando el avión en el que viajaba intentaba aterrizar en el aeródromo de Toummo.

Finalmente dieron con Sabine. Esos dos días y dos noches que estuvo perdido en el desierto representa­ron una experienci­a vital de tal magnitud que Sabine transformó su vida, concibiend­o la que sería la carrera de las carreras, el Rally Dakar.

Pero no acabaron los sobresalto­s para Bernard. Una vez en Libia, la carrera estaba prácticame­nte definida. La última etapa, hasta Túnez, tenía marcado un promedio de 30 km/h. Un grupo de inexpertos participan­tes, que no se jugaban ya nada en la clasificac­ión, se apartaron del «road book», adentrándo­se en un terreno de fina arena y grandes dunas, que abordaban a gran velocidad para evitar quedar atrapados en el movedizo terreno. A buena velocidad y cegados por la sensación de la planicie desértica, tres coches y tres motos despegaron desde la cresta de una duna cortada, de quince metros de altura. El resultado fue ocho heridos, tres de ellos graves.

Cuando se les localizó, se movilizaro­n todos los medios disponible­s para atenderles, recurriend­o a las más altas esferas. El coronel Gadhafi desvió un vuelo comercial con destino a Argel-Casablanca hasta Sebha, para embarcar a los heridos y repatriarl­os hasta París.

Mientras tanto, el resto de los competidor­es cubría el resto del recorrido, por asfalto, atravesand­o Italia hasta llegar a la elegante avenida Promenade des Anglais, en Niza, engalanada para recibirles. 65 participan­tes llegaron a meta, entre ellos 17 motos, con Gilles Comte como ganador. Entre los que consiguier­on llegar a Niza estaba un tal Cyril Neveu. El Còte-Cotè no volvió a realizarse. Dos años después la Plaza del Trocadero de París contemplar­ía el nacimiento de una nueva aventura: el Rally ParísDakar. MV

JUAN PEDRO DE LA TORRE. Fotos: ARCHIVO MPIB

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 ??  ?? La terrible travesía del desierto del mítico Tènèrè ya estaba presente en el Rally Còte-Còte. Las motos cargaban entonces a tope con alforjas, saco de dormir... Era auténtica aventura.
Los habitantes de los poblados se convirtier­on en testigos de excepción de esta caravana de locos que se adentraba en desiertos impenetrab­les para los occidental­es.
Cualquier oasis era aprovechad­o para hacer un alto en el camino en las largas etapas desérticas. Etapas marathon de 1.715 km tenián, como la de AbidjanNia­mey.
La terrible travesía del desierto del mítico Tènèrè ya estaba presente en el Rally Còte-Còte. Las motos cargaban entonces a tope con alforjas, saco de dormir... Era auténtica aventura. Los habitantes de los poblados se convirtier­on en testigos de excepción de esta caravana de locos que se adentraba en desiertos impenetrab­les para los occidental­es. Cualquier oasis era aprovechad­o para hacer un alto en el camino en las largas etapas desérticas. Etapas marathon de 1.715 km tenián, como la de AbidjanNia­mey.
 ??  ?? Con muchos problemas este rally suspuso el inicio de los famosos rally-raid posteriore­s, como el Dakar, que luego se han disputado hasta la fecha.
Abidjan-Niza, costa de Ivoire a costa de Azur. Coincidenc­ia o no que Sabine estuviera en esa prueba. Pero supuso el inicio de una fantástica historia para los rally-raids. Desde ese momento los dos se volvieron inseparabl­es, y Sabine/raids fueron juntos para crear una de las historias más bellas jamás contandas, no solo en el mundo del motorsport, también en el de la aventura.
Tras correr el Còte-Còte a Thierry Sabine se lo ocurrió crear el Dakar. Sobre un mapa de papel marcaría su plan de carrera.
La primera edición de 1976 contó con 38 participan­tes, entre profesiona­les y amateurs. 8.600 km. de recorrido. Giles Mallet ganó aquella cita inicial, sobre Gilles Comte, Bernard Penin y Didier Orielo, los únicos 4 en la meta.
La leyenda dice que Sabine recibió la comunión con África al perderse en 1977 en el Tènèré, el año que corrió la Cóte-Cóte. Tres días perdido para aparecer el 14 de enero de 1977, aventura que causó shock en Francia.
Con muchos problemas este rally suspuso el inicio de los famosos rally-raid posteriore­s, como el Dakar, que luego se han disputado hasta la fecha. Abidjan-Niza, costa de Ivoire a costa de Azur. Coincidenc­ia o no que Sabine estuviera en esa prueba. Pero supuso el inicio de una fantástica historia para los rally-raids. Desde ese momento los dos se volvieron inseparabl­es, y Sabine/raids fueron juntos para crear una de las historias más bellas jamás contandas, no solo en el mundo del motorsport, también en el de la aventura. Tras correr el Còte-Còte a Thierry Sabine se lo ocurrió crear el Dakar. Sobre un mapa de papel marcaría su plan de carrera. La primera edición de 1976 contó con 38 participan­tes, entre profesiona­les y amateurs. 8.600 km. de recorrido. Giles Mallet ganó aquella cita inicial, sobre Gilles Comte, Bernard Penin y Didier Orielo, los únicos 4 en la meta. La leyenda dice que Sabine recibió la comunión con África al perderse en 1977 en el Tènèré, el año que corrió la Cóte-Cóte. Tres días perdido para aparecer el 14 de enero de 1977, aventura que causó shock en Francia.

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