¡ A LA HUELGA!
Lo sucedido en Silverstone durante el pasado fi n de semana ha puesto de manifi esto el punto de vista común que actualmente existe en el colectivo de pilotos, o al menos entre los pilotos de MotoGP. Han sido precisamente los pilotos los que han terminado forzando la cancelación de las carreras.
No es la primera vez que se suspende un Gran Premio. En Austria, en 1980, no se pudieron realizar las carreras porque aquel 27 de abril la pista de Salzburgring amaneció completamente nevada. Sí ha habido suspensiones parciales, muchas veces por situaciones trágicas. En esta ocasión, en Silverstone, la iniciativa de los pilotos ha venido claramente marcada por el accidente de Tito Rabat. Eso les ha llevado a tener una posición común y casi unánime: no correr en Silverstone. No ha sido una huelga o un boicot, pero tanto al promotor como a Dorna no le quedaban muchas alternativas una vez que los pilotos manifestaron su posición.
En el pasado era relativamente frecuente encontrarse con algún boicot de los pilotos por el estado de la pista y las condiciones de seguridad. Los pilotos ofi ciales eran los primeros en alzar la voz, y no les importaba renunciar a la carrera, como así hicieron en varias ocasiones, pero entonces el organizador local salvaba la situación elevando las primas a los pilotos privados, que por una vez tenían la oportunidad de elevar sus ingresos y además alcanzar la gloria efímera del triunfo, a pesar de jugarse el pellejo.
La conciencia del riesgo innecesario nace en los años setenta, cuando Billie Henderson y Bruno Kneubühler sufrieron sendos graves accidente en Nürburgring, en 1974. Ante la negativa de la organización de colocar más balas de paja para proteger el guardarraíl, todos los pilotos, salvo los alemanes y algunos de Europa del este, se negaron a correr. Luego llegaron boicots en Salzburgring 1977, Spá 1979, Nogaro 1982…
Eran, afortunadamente, otros tiempos, en los que los pilotos privados se convertían en soldados de fortuna, corriendo aquí y allá, donde pudieran ganar lo sufi ciente para llegar a la próxima carrera, arriesgándose por encima de lo exigible.
El último boicot “in situ” se vivió en Misano, en 1989, cuando los pilotos de 500, ante el pésimo estado del asfalto, amenazaron con no correr en caso de lluvia. Lógicamente, Murphy y su ley se mostraron implacables, y en la sexta vuelta de la carrera se puso a llover. Los ofi ciales, salvo Pierfrancesco Chili, obligado por el Team Gallina, se negaron a correr, y sólo tomaron parte en la reanudación doce pilotos, aunque sólo acabaron la carrera diez. Lógicamente, Chili, con su Honda NSR500, ganó de calle, pero fue una victoria amarga. En el podio lloró desconsoladamente después de haber tenido que escuchar todo tipo de comentarios de sus rivales por no secundar el boicot. Fue su primera gran victoria y la más triste. Carlo Pernat, entonces director deportivo de Cagiva, se negó a mandar a sus pilotos, Randy Mamola y Massimo Broccoli, a la parrilla, y aquello le costaría el cargo.
En 1998 el Gran Premio de Río también se canceló por cuestiones de seguridad, pero aquello fue una decisión directa que adoptaron FIM y Dorna dadas las insufi cientes condiciones del trazado, y los pilotos no llegaron a rodar.
Lo de Silverstone no es nuevo. Con el viejo asfalto, que databa de 1996, se tuvo que suspender la segunda carrera de SBK en 2007, por la cantidad de agua acumulada. Ahora habrá un aluvión de críticas contra la organización británica, Dorna o la FIM por las condiciones del nuevo asfalto, pero ha imperado el criterio de la seguridad por encima de todo, y eso es lo que fi nalmente importa.
Los pilotos no empezaron a exigir seguridad hasta los años setenta. En Nürburgring, en 1974, se realizó el primer gran boicot a un GP