MOTOCICLISMO

UNA ANÉCDOTA ENTRE MILES

- Cristian Ramón Marín

La vida de Dennis Noyes está compuesta por anécdotas. Las hay de todo tipo. Son incontable­s, y en cada conversaci­ón suele surgir una nueva ( otras las cuenta de forma constante), pero hasta él mismo tiene su favorita. “Es difícil elegir, pero me quedo con una relacionad­a con los verdaderos nucas rojas de mi país”, reconoce. Esta historia tiene que ver con Kentucky, un estado tan peculiar que Andrew Jackson, presidente de los Estados Unidos entre 1829 y 1837, dejó una cita que está en el imaginario de toda la nación: “En mi vida he visto a alguien de Kentucky que no tuviera una pistola, una baraja de cartas y una jarra de whisky”. Abraham Lincoln, el presidente que abolió la esclavitud, también fue claro respecto a la vehemencia de sus gentes: “Espero tener a Dios de mi lado, pero debo tener a Kentucky”.

El protagonis­ta de este relato es Earl Hayden, padre de Nicky. Un hombre que acompañó a su hijo en el camino hasta coronarse como campeón y que, durante su juventud, fue piloto de fl at track. Durante su trayectori­a deportiva casi siempre perdía contra el mismo piloto, cuyo nombre queda en el anonimato en esta ocasión. Imponerse en ese duelo se había convertido en una cuestión de honor.

Earl estaba decidido a cortar la racha victoriosa de su contrincan­te. Para conseguirl­o, aprovechó que en uno de los circuitos había un río cerca y pidió a su esposa, Rose Hayden, que cazara “un sapo pequeño” mientras él ultimaba los detalles para la carrera, que se celebraba en un cuarto de milla. Ella confi ó en su marido ( o, quizás, pensaba que era mejor no conocer lo que tramaba) y llevó al pequeño anfi bio hasta la parrilla de salida. Cuando quedaban un par de minutos para que comenzara la prueba, Earl se quitó el casco, abrió la boca y pidió a su esposa que pusiera el sapo dentro.

A diferencia de Rose, Earl sabía que, antes de cada carrera, su eterno rival y él se miraban, retándose. Earl quería jugar con el factor sorpresa para desconcert­ar, y justo antes de que el semáforo se pusiera en verde, volvieron a mirarse. En ese momento, Earl abrió la boca, el sapo dio un salto en busca de la libertad y la expresión que tenía la víctima de esta estrategia cambió por completo, según relata el propio Earl, que protagoniz­ó una salida espectacul­ar. Un holeshot en toda regla. Hayden lideró la prueba desde el principio mientras el piloto al que quería batir se perdía en el grupo. Parecía que la estrategia había dado los resultados perfectos, pero lo cierto es que la némesis del protagonis­ta de esta anécdota remontó poco a poco hasta que, de nuevo, ganó la carrera. Desde luego, no era el fi nal que Earl, ni el sapo, habían planeado esa misma mañana.

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