MOTOCICLISMO

Paco Rico y su RG500

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Ciertament­e el título podría haber sido “Mi amigo Paco y la RG500” y ahora te cuento por qué. En este periodo de confi namiento me ha dado tiempo a hacer muchas cosas: leer, ver vídeos, naturalmen­te. Encontré un par de artículos sobre una de las motos que más me impresionó en su día, la Suzuki RG500. El primero de ellos es de Pepe Burgaleta y cuenta la historia del modelo y su evolución; el otro mucho más reciente, del pasado mes de junio, escrito por JP de la Torre y va de lo que signifi có esta moto para los pilotos privados y el mundo de la competició­n. Inevitable­mente me acordé de mi querido amigo Paco Rico y me entraron unas enormes ganas de quedar a comer con él y recordar viejos tiempos, cita a la que se apuntó también Juan Martín, el que fuera mecánico de Paco y mío en nuestros comienzos. La cita fue en Pelayos de la Presa, el pueblo madrileño a orillas del Pantano de San Juan, lugar de nacimiento y residencia de Paco.

Para ponerte en antecedent­es, te contaré que las motos de carreras japonesas de aquellos años, a los pilotos españoles nos costaban un huevo más que a cualquier piloto europeo, pues las leyes proteccion­istas de entonces ( que no sé muy bien que protegían, pues nuestra industria nacional no fabricaba nada parecido) tenían cerrada su importació­n. Así que, si la querías traer más o menos legal, había que comprarla en un distribuid­or inglés o francés e importarla como una preparació­n de aquel país, como una Rickman, una Roca, una Harris… que la encarecía todavía más.

Paco y Juan me contaban que habían localizado dos motos en Inglaterra una para él y otra para José M ª Parra, dueño y mecenas de la escudería que llevaba su nombre. Acordaron el precio y marcharon con un furgón para traerlas junto con el recambio necesario para toda la temporada. Cada moto les salió por unos tres millones de pesetas, incluida alguna comisión al “conseguido­r” de esas motos que convenció a Heron Suzuki, el distribuid­or de la marca en el Reino unido, para que se las reservara a dos pilotos españoles. Hay que tener en cuenta que, con los seis millones de pesetas, que llevaban escondidos en los altavoces de la radio del furgón, te podías comprar un pisazo en Madrid en una buena zona o como dice Paco, seis pisos en Las Cumbres, una urbanizaci­ón que estaban construyen­do en el pantano de San Juan. Una vez realizada la operación y pagados todos los “fl ecos y fl equillos” restantes, había que volver a España. Solo tuvieron un problema con un gendarme de la aduana francesa que les quería requisar todo el aceite Castrol 747, que se utilizaba en la mezcla con la gasolina, muy difícil de conseguir en nuestro país. Después de mucho llorar y negociar, el asunto se solucionó con una “mordida” de 25 litros, el 25 % de lo que traían, que se quedó el cabrón del gendarme.

Durante la comida, recordando cómo fue la primera vez que estrenaron la RG500, les vi a los dos un brillo especial en sus ojos. Fue un día de fi nales de enero de 1983. Amaneció un cielo claro y radiante, Juan lo tiene todo apuntado en su libro de notas, con una temperatur­a de 15 º C. Arrancaron, pararon, probaron y en total dieron 36 vueltas al antiguo trazado del Jarama en una jornada de entrenos muy bien aprovechad­a. Paco con 23 años, subido en ese aparato, no se lo podía creer. Y Juanito, un apasionado enamorado de la mecánica, tenía entre sus manos un motor de dos tiempos de cuatro cilindros en cuadro, con las bancadas de cigüeñales contrarrot­antes situadas en diferente plano, cuatro válvulas rotativas en la admisión y el cambio extraíble tipo casete. Tenía por delante un enorme trabajo para comprender y aprender sus sofi sticados entresijos. En una semana se había leído cien veces el manual. Paco me intentó explicar el otro día las sensacione­s que recordaba de aquella “primera vez”, pero no le salían las palabras, dice que era un cúmulo de emociones que se le agolpaban en la mente, lo que más le impactó era el motor, muy potente pero con un margen de utilizació­n pequeño y un carácter con bastante mala leche.

Esa temporada fue triunfal para la Escudería Parra, pero sobre todo para Paco y Juanito. Ganaron todas las carreras del Campeonato de España, lógicament­e se adjudicaro­n el título, también ganaron la carrera del Jarama del Trofeo Ibérico, con pilotos portuguese­s y otros invitados. Participó en dos carreras del Europeo, las de Francia y España, y en el Gran Premio de España en el Jarama como piloto invitado. Como él mismo dice, vio de cerca la lucha entre Roberts y Spencer cuando le cogieron vuelta al fi nal de la carrera, que se llevó el de Louisiana. Al acabar la temporada, Paco vendió la moto, había cumplido su sueño. En esos tiempos como piloto privado, vivir de la moto con los escasos patrocinad­ores que había, era muy complicado, y como afi ción, con ese nivel de costes y mantenimie­nto, inasumible.

Lo más curioso es que Paco nunca perdió de vista su Suzuki RG500, y hace unos diez años, la volvió a comprar. Estaba muy entera, pero bastante abandonada y sin arrancar desde hacía dos décadas. Evidenteme­nte se la llevó a Juanito para que la restaurara. Lo que más problemas dio fue reparar los delicados carburador­es de magnesio, difíciles de encontrar y si localizas alguno, parece que el magnesio se ha convertido en oro. Juan me ha asegurado que en este momento la moto arranca y funciona perfectame­nte.

En los postres, le miré fi jamente a Paco y le recriminé que siempre me quedé con las ganas de probar su moto. Nunca se lo pedí y él nunca me lo ofreció. Paco arqueó un poco las cejas e intentó justifi carse “si… ya sabes que el Parra era un poco particular y como la moto estaba dentro de la escudería… Pero no te preocupes Marianete, el día que quieras, le decimos a este que la arranque y te das unas vueltas con ella…”. Este es mi buen amigo Paco, lo que no sabe es que le he tomado la palabra, ya te contaré cuando lo haga.

PACO RICO, CON 23 AÑOS SUBIDO EN ESE APARATO, NO SE LO PODÍA CREER

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