LA GRACIA Y EL EROS
Resulta difícil escapar a los clichés cuando se habla de qué significa montar en moto. La moto es un placer sencillo, inmediato. Los motoristas sienten además un vínculo entre ellos que tampoco se explica fácilmente, y que va más allá de marcas y estilos. Quizá sea compartir la decisión consciente de montar una máquina peligrosa, expuesta a los elementos y a los caprichos del asfalto, a cambio de «atravesar el tiempo de la mano de mañanas veloces por mediodías anchos de luz», que diría el poeta. La moto está hecha para el hombre y el hombre para la moto, y esa extraña alianza, que se manifiesta con solo subirse a ella y sentir la primera explosión del motor, es común a todos los aficionados.
The Riders es un álbum que explora y celebra las diferencias y los lazos comunes entre motoristas de todo el mundo, a través de las imágenes del fotógrafo Henry von Wartenberg.
Von Wartenberg ha viajado por el mundo desarrollando un trabajo a veces relacionado con las motos y otras no (fue el fotógrafo del libro Art of BMW, ha colaborado con National Geographic, y es coautor de libros cinegéticos y de arquitectura); pero dondequiera que estuviese ha buscado la forma de conectar con otros motoristas para documentar su cultura y sus máquinas.
Organizado en cinco capítulos y con prólogo de Emilio Scotto, The Riders descubre a la hermandad motera desde diferentes enfoques. A partir de sugerentes ensayos de Peter Egan, Dave Nichols, Andy Goldfine y Paul d’Orleans, se le otorga una entidad que va más allá de los clichés de siempre. Es precisamente Paul d’Orleans (conocido editor de The Vintagent y autor del libro Tone Up!, además de creador del Motorcycle Arts Foundation) quién firma una de las más interesantes piezas, donde profundiza en el sentido de montar en moto: «Los motoristas son conocedores incipientes que disciernen sobre su pasión pero, por lo general, son incapaces de determinarla sin recurrir al cliché. El motociclismo se trata en última instancia de gracia y eros: la sensación lírica de estar libre de limitaciones físicas mientras se conduce, la sensación erótica del poder bajo el control de la mano, la simple emoción de la velocidad, el bálsamo de moverse a través de un paisaje vulnerable a sus expresiones. Entienden el motociclismo como un compromiso espiritual con un objeto mecánico, que hace de una motocicleta un talismán mágico. Se diría que el motociclismo es bueno para el alma y hace del mundo entero nuestra iglesia».