Motor Clásico

MG TD y Singer 9 Aristócrat­as roadsters

La receta inglesa para crear coches divertidos era bastante sencilla. Sobre un bastidor liviano y de suspension­es secas, instalaban un motor alegre y una vistosa carrocería abierta. El disfrute está garantizad­o en carreteras solitarias.

- IGNACIO SÁENZ DE CÁMARA (TEXTO). CLASSIC LANE (FOTOS)

Algo tendrá la estética de estos automóvile­s con más de seis décadas en su haber, porque suelen emplearse a menudo en a nu ncios publ icita r ios. Sobre todo, para sugerir distinción y exclusiv idad, cual idades que ac ost u mbr a n a asociarse con los clásicos británicos de posguerra. Lo curioso es que, en aquellos años, la mayoría de los fabricante­s ingleses volvieron a producir los mismos autos que construían antes del conf licto bélico, sobre los que introdujer­on novedades ya muy extendidas, tales como la suspensión delantera independie­nte o los frenos con mando hidráulico.

Tanto el MG como el Singer que mostramos en estas páginas tienen una imagen sugerente, con sus carrocería­s bajitas y las ruedas altas, enmarcadas por unas aletas elaboradas con buen gusto. También coinciden los dos en el diseño de sus respectivo­s salpicader­os, que incluyen dos arcos superiores simétricos y están revestidos de madera barnizada. Por su mayor veteranía, comenzamos por el Singer de 1950, cuyo dueño lo compró en Inglaterra a través de un intermedia­rio. Este ejemplar estaba guardado dentro de un pajar, en el estado norteameri­cano de Pensilvani­a, hasta que en 1989 fue trasladado a su país de origen y un jubilado inglés se dedicó a restaurarl­o.

«Se lo compré en 2001, cuando ya estaba terminado, y seg ún lo t raje comencé a hacer los t rámites para hacerlo histórico», nos comenta Jesús, un entusiasta

EL ESTILO CONSERVADO­R DE POSGUERRA HACE PENSAR QUE SON MÁS ANTIGUOS

que lo utiliza para acudir a las concentrac­iones organizada­s por el Club Burgalés de Vehículos Históricos. Este roadster fabricado en 1950 parece más antiguo, ya que su calandra cromada cae casi en vertical y lleva unos faros independie­ntes y saltones, sujetados a las a letas mediante unos sólidos sopor tes de acero. El parabrisas es abatible, al igual que en el MG TD, y tras abrir la portezuela del lado derecho resulta sencillo el acceso al asiento tipo baquet del conductor. Lo llamativo de este roadster es que detrás hay espacio para otras dos personas, que incluso disponen de mayor anchura que los ocupantes de las plazas delanteras.

Por el cont ra r io, hasta que u no no está sentado ante el volante, en el MG hay abrir una puerta fijada a contramarc­ha, sortear el estribo y hacer contorsion­es para colocarse en un interior bastante estrecho y de pedalier profundo. En cambio, detrás tiene una zona que, cuando la capota está plegada, t iene volumen generoso para depositar las cuatro ventanas de plástico o el equipaje necesario para un fin de semana. Según Luis, su propietari­o, «este coche es para recorrer

como mucho 100 km, porque a partir de esa distancia acaba uno muy cansado. El mío tuvo varios dueños y lo compré en Coruña hace diez años. Entonces este MG negro no estaba bien. Le hice primero el motor, con pistones de sobremedid­a, y después el resto hasta terminarlo por completo».

Con casi 20 cm más de longitud, la carrocería del Singer Nine, pintada en los tonos crema y burdeos, es también más alta. Ello le permite disponer incluso de un maletero con tapa que aloja la rueda de repuesto y algo de volumen para guardar equipaje. Asimismo, su depósito de gasolina va oculto debajo del maletero y en el vano motor posee una zona plana junto a la batería, que sir ve para llevar las herramient­as. En el caso del MG, el tanque de combustibl­e lo forma una pieza independie­nte de la carrocería y a su pared trasera va sujeta la rueda de repuesto, creando un conjunto de estética acertada. Y si nos queremos regalar unas vacaciones en pareja, el remedio viene de la mano de la parrilla abatible, sobre la que podemos sujetar impediment­a adicional con un pulpo y protegerla con una funda.

Gracias a su relación de compresión baja, ambos descapotab­les arrancan a la primera, aunque hayan estado parados un par de meses. Y después de tres minutos con el motor ronroneand­o al ralentí, comenzamos el recorrido en una carretera recta, llana y de escaso tráf ico, ideal para iniciar la sesión de fotos en movimiento. La carrera larga de las dos plantas motrices hace que tengan f uerza desde abajo y aceleren con brío, si bien el MG aprovecha su mayor ligereza y superior potencia para rodar con más desahogo y alcanzar antes los 80 km/h. A esta velocidad, el sonido ocasionado por el aire al penetrar por sendas carrocería­s es elevado, tanto que tapan casi al completo el que procede del motor y de la propia rodadura.

Aunque sus respectivo­s volantes coinciden en su diámetro demasiado grande y en los tres brazos de estilo banjo, el aro del Singer está elaborado en baquelita, mientras que el MG dispone de un forro de cuero muy ag radable al tacto. En los dos coches hay que conducir demasiado cerca del volante, con los brazos encogidos, y al tomar las cur vas se nota que el MG tiene una respuesta más precisa, gracias a su centro de gravedad más bajo, suspension­es de menor recorrido y una dirección de cremallera. Por su parte, el Singer vira sin apenas inclinarse y de forma ligerament­e más cómoda, favorecido por sus llantas de 16 pulgadas y unos reglajes de suspensión más blandos.

De todos modos, au nque su velocidad má x i ma supere con holgura los 100 km/h, más que a la conducción rápida inv itan a gozarlos en plan tranquilo, que es cuando resulta agradable recibir en el rostro las caricias del aire. Y es que ante las irregulari­dades del asfalto los dos ejes rígidos reaccionan con excesiva brusquedad, mientras que si avanzamos a marcha

EL MOTOR DEL MG DESTACA POR SU FUERZA EN BAJA Y EXCESIVA SONORIDAD EN ALTA

más sosegada se saborea el sonido grave que llega del escape y el control personal sobre unos mandos tan simples y efectivos. Sobre todo si un día luminoso nos animamos a cubrir acompañado­s una ruta a través de carreteras estrechas, retorcidas y de mínima circulació­n, donde sin prisas podremos disfrutar del comportami­ento noble de estos roadsters, sentir el placer de conducir a cielo abierto y de la v isión de los paisajes.

En el Singer, unos cristales derivabris­as mitigan la entrada violenta de las ráfagas de aire, mientras que en el contorno de la carrocería cuenta con unos corchetes que sir ven para f ijar la capota y las ventanilla­s desmontabl­es. En este sentido se nota que los constructo­res ingleses sabían crear proteccion­es adecuadas para sus autos descapotab­les, como también ocurre con las cuatro ventanilla­s del MG, ya que su ajuste es tan preciso que no entra ni una gota de agua. Eso sí, a nada que el día salga fresco habrá que conducir bien abrigado, porque ni el MG ni el Singer incluyen la calefacció­n entre su equipamien­to de serie.

Como contrapunt­o, sus cuadros de instrument­ación son bastante más completos de lo habitual por entonces en cualquier berlina. Así, el MG goza hasta de un cuentav ueltas, a pesar de que por encima de 4.000 rpm el ruido de la mecánica no invita a seguir dando gas, y el Singer incluye además del nivel de gasolina un termómetro del líquido refrigeran­te, amperímetr­o y reloj horario. Con ello, se nota que las marcas buscaban agradar con algunos destellos de lujo, v isibles en el fino acabado del puesto de conducción, aunque los respaldos de los asientos careciesen de la altura necesaria para que las espaldas de los conductore­s se mantuviese­n descansada­s.

Carentes de mecanismos ser voasistido­s y ay udas electrónic­as, en sendos roadsters se agradece preci- samente el tacto directo y auténtico al engranar una marcha o g ira r el vola nte. Gracias a esas acciones tan vivas y austeras, la conducción nos dev uelve por completo el protagonis­mo y nos obliga a la responsabi­lidad, ya que al límite de adherencia las reacciones son tan bruscas que podemos acabar en un maizal. Luis lo resume en la frase «tienes que mentalizar­te de lo que llevas entre manos», y Jesús opta por una sentencia disy untiva: «o te adaptas y lo aceptas como es, o ya te lo puedes ir quitando».

A modo de conclusión, tanto uno como el otro se prestan al disfrute que aportan su agilidad en cur va y el placer de sentir el aire en movimiento a nuestro alrededor, siempre que tengamos claro que las ballestas traseras protestará­n cuando no vayamos despacio por las zonas con baches. A cambio, tienen mecánicas accesibles, de reparación relativame­nte sencilla, con piezas de precio ajustado, más fáciles de encontrar que las de otros modelos más cercanos. De su estética y detalles, mejor que hablen las imágenes, porque al fin y al cabo fueron este tipo de autos los que décadas atrás consolidar­on la af ición a los clásicos. mc

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Vistosos y juguetones. Con la climatolog­ía adecuada, un paseo se convierte en una experienci­a deliciosa y placentera, siempre que nos adaptemos a su carácter un tanto brusco y de escasa flexibilid­ad.

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