Motor Clásico

MG Crazy Serra

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Personalme­nte, tuve la oportunida­d de vivir la mejor carrera de resistenci­a de la historia, las 24 Horas de Le Mans de 1967. Para desplaza r me desde Ba rcelona preparé a conciencia mi Seat 600 y lo calcé con unos neumáticos Dunlop SP para poder v iajar a un ritmo constante y rápido. En aquella época, parte del recorrido por Francia no disponía aún de autopista, pero se podía circular gas a fondo por carreteras sinuosas hasta cubrir la distancia de 1.200 km. Una vez en Le Mans empecé a buscar en los distintos hoteles una habitación para poder descansar. Todos estaban llenos, pues la carrera tenía un interés mundial y había venido público de todos los lugares. Siguiendo el consejo del responsabl­e del ultimo sitio que consulté, me trasladé al final de la recta de Hunaudière­s, en donde había una gran mansión. Llamé y salió una señora que al saber que era español me dio literalmen­te con la puerta en las narices. Pero lejos de renunciar, volví a insistir y le dije que era un universita­rio que había venido a Le Mans para ver la carrera y no quería dormir en el coche. Al final pude convencerl­a.

En el mes de junio de 1967, la guerra entre Ford y Ferrari se centraba en torno a la carrera de las carreras. Las 24 horas habían inf lamado la imaginació­n del público. En el ambiente reinaba una especie de enfrentami­ento entre dos continente­s: los Estados Unidos de América y la vieja Europa. Tras la ininterrum­pida serie de cinco victorias de Jaguar en los años 50, Le Mans se había convertido en coto exclusivo de Ferrari.

A principios de los sesenta, para realzar su agresiva y nueva imagen deportiva, la Ford de Detroit había llegado a intentar adquirir Ferrari para aprovechar la tecnología y los laureles de la empresa italiana. Las negociacio­nes habían alcanzado una fase avanzada cuando Enzo

FORD ALINEÓ SIETE GT40 OFICIALES, FERRARI «SÓLO» TRES 330 P4 Y UN P3 RENOVADO

Ferrari dio la negativa a los americanos, quienes se dieron cuenta de que los habían engañado después de enterarse de la inminente alianza Fiat-Ferrari. Herido en su orgullo, Henry Ford II decidió hacer caer a Ferrari en su misma trampa y organizó empresas para el desarrollo y fabricació­n de grandes prototipos, centrándos­e fundamenta­lmente en el gran impacto promociona­l de Le Mans.

Ford llevó a cabo un primer intento en el circuito de la Sarthe en 1964. Tras haber invertido millones de dólares, sus GT40 fueron rápidos pero frágiles, por lo que la maniobra falló y volvió a ganar Ferrari. Los americanos regresaron con más fuerza en 1965, esta vez con los GT40 equipados con motores V8 de 7 litros, en sustitució­n de los anteriores de 4,2 l. Pero los coches volvieron a romperse y Ferrari se adjudicó otra la victoria.

En 1966 Ford echó toda la carne en el asador y, como Ferrari tuvo que hacer frente a problemas internos, los GT Mk II lograron imponerse finalmente, copando los tres primeros lugares de la clasificac­ión. Con ello quedaba en firme la decisión de ir a por una segunda victoria decisiva en Le Mans en 1967 y demostrar que no había sido casualidad. Para entonces, a los Mk II se les unie- ron los nuevos Mk IV de diseño más avanzado, también equipados con el probado V8 de 7 litros.

Habiendo inscrito un equipo débil en 1966, Ferrari quiso parar los pies a los americanos en 1967. Enzo Ferrari dio su aprobación a una cuantiosa inversión para desarrolla­r un sofisticad­o prototipo: el 330 P4, con motor V12 a inyección de 4 litros de cilindrada, 36 válvulas y 4 árboles de levas en culata. En su debut en las 24 Horas de Daytona, los tres P4 oficiales cruzaron la meta juntos y en primer lugar, humillando a los delicados Ford en su propia casa.

Así es que Ford llegaba a La Sarthe dispuesto a redimir tal ofensa. Inscribió cuatro esbeltos Mk IV y tres Mk II de aspecto más brutal, todos equipados con un revisado motor V8 de culatas de aleación, lubricació­n por cárter seco y una potencia cercana a 550 CV. El ejército americano incluía 14 pilotos y dos de reserva, 20 cronometra­dores y 34 técnicos de distintas especialid­ades. Los dos equipos a cargo de la preparació­n y funcionami­ento de los coches se confiaron a los experiment­ados Holman & Moddy y Shelby American.

Acudieron con 27 y 19 mecánicos respectiva­mente. Holman & Moddy se encargó de dos coches de cada tipo:

los Mk IV de Andretti-Bianchi y de Hulme-Ruby, un Mk II para Gardner-McCluskey y el segundo inscrito por Ford Francia para Schleser-Ligier. A cargo de Shelby estaban los Mk IV para Gurney-Foyt y McLaren-Donohue, más un Mk II para Hawkins-Bukunum.

Los MK IV tenían un bastidor monocasco de aluminio encolado en nido de abeja, con células protectora­s del habitáculo y extintores a bordo, que en aquel momento sentaron una nueva pauta de seguridad. Los coches de Shelby llevaban neumáticos Goodyear, mientras que los de Holman & Moody calzaban Firestone.

Ferrari les hacía frente con tres 330 P4 y un P3/P4 renovado. Los pilotos oficiales eran Parkes-Scarfiotti, Klaus-Suclife y Amos-Vacarella, apoyados por MairesseBu­rlys inscrito por la Escuderia Fraancorch­ams belga. Estos coches montaban motores V12 de cuatro litros de cilindrada que desarrolla­ban 450 CV, alimentado­s por inyección indirecta y caja de cambios Ferrari de cinco relaciones. El resto de P3/P4 semiof iciales eran del importador británico, con Advood-Courage al volante; la Escuderia Filipinett­i suiza, con Muller-Guichet; y la Escuderia De Nort American Racing Team (NART), con Pedro Rodriguez-Baghetti.

Además de Ford y Ferrari también estaban inscritos dos Chaparral 2F, con un alerón posterior y cambio automático. Montaban un potentísim­o motor V8 Chevrolet de 7 litros para los pilotos Hill-Spence y Johnson-Jening. Lola llegaba con los T70 con motor Aston Martin V8 de 5 litros, puestos en manos de Surtees-Hobbs y Irwain-De Klerk. Por su parte, el equipo Gulf JW participab­a con dos Mirage basados en el Ford GT 40 con motor V8 Ford de 5,7 litros. En manos privadas estaban varios Ford GT40, los siempre fiables Porsche 907 de 2 litros, los Matra BRM y el habitual grupo de pequeños Renault Alpine

Las verificaci­ones técnicas previas a los entrenamie­ntos son apasionant­es por tradición, pues los comisarios

EL CHAPARRAL 2F SE CONVIRTIÓ EN UN ENEMIGO QUE NADIE ESPERABA

son muy quisquillo­sos. Ford se enzarzó en una discusión a propósito de la v isibilidad de sus retrov isores. Los Lola T70 se las tuvieron tiesas también por la excesiva cantidad de combustibl­e de sus depósitos y el pequeño Marcos, por el parabrisas demasiado bajo¼

En los entrenamie­ntos del miércoles y el jueves, Phil Hill impuso su Chaparral 2F, con un mejor tiempo por vuelta de 3Â24ÂÂ7/10. Casi al final, Bruce McLaren registró 3Â24ÂÂ4/10 y conseguir la pole position para Ford. Ese tiempo significab­a una velocidad media de 236 km/h¼ de noche. Los otros Ford no pudieron acercarse al tiempo de McLaren y los Ferrari quedaban a más de cuatro segundos.

Pero en los entrenos cundió el miedo en Ford. Primero por la rapidez mostrada por el Chaparral 2F y segundo porque detectaron que los parabrisas se agrietaban y se deshacían elementos de la carrocería, segurament­e porque no soportaban la presión del aire en la recta de Hunadieres, donde se rondaban los 370 km/h. Se produjo auténtico pánico entre los capitostes de Ford, encabezado­s por Henry Ford II y Corning Glass. El sábado, a primera hora de la mañana, aterrizaba en el hangar al lado del circuito un helicópter­o militar con los elementos exigidos para ganar la carrera.

Los entrenamie­ntos servían además para mentalizar a los pilotos americanos, que no tenían costumbre de conducir a esas velocidade­s entre árboles. De todos modos Ford coseguía cinco de los seis primeros lugares, exceptuand­o el paréntesis impuesto por el Chaparral 2F. El Ferrari P4 de Scarfiotti fue el mejor de los coches italianos, clasificán­dose en séptima posición, seguido por el P3/P4 de Rodríg uez a sólo cinco décimas de segundo. Sin haberlos probado antes, los técnicos de Shelby decidieron a última hora adaptar al Ford Mk IV de Gurney-Foyt los mismos reglajes del coche de Bruce McLaren.

Concluidas las tandas de entrenamie­ntos, cogí mi coche y di una vuelta entera al circuito. Entonces se podía hacer, ahora sería algo impensable. Y cuando circulaba tranquilam­ente por la recta de Hunadieres me llevé un susto morrocotud­o: me crucé de frente con un vehículo muy bajito y con una potente iluminació­n. Era el LolaAston Martin de Surtees, que en circuito abierto estaba probando los últimos reglajes. El sábado 10 de junio de 1967 se alineaban delante de los boxes de Le Mans los 54 coches listos para la tradiciona­l salida de carrerilla y salto, pero ese será en el próximo capítulo¼ mc

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Máximo interés. Las 24 Horas del 67 fue una de las ediciones que más expectació­n suscitó. Había más que una victoria en juego; una lucha entre los orgullos de Henry Ford II y Enzo Ferrari. Pero no estaban solos: Porsche, Matra, Alpine, Chaparral y...
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Muy rápidos. Bruce McLaren -abajo a la derecha- hizo la pole para Ford, seguido muy de cerca del Chaparral -a su izquierda- y su avanzada aerodinámi­ca. Sin dudarlo, Shelby puso los reglajes de McLaren en el GT40 de Gurney y salió a carrera sin haberlos...

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