Motor Clásico

A lo grande

- MANUEL GARRIGA (TEXTO). PERE NUBIOLA (FOTOS)

Dentro de la gama Ford de 1959, el Fairlane era el modelo más grande y el apellido Galaxie indicaba el nivel de acabado más alto. De los seis Fairlane Galaxie con motor V8 los más caros eran dos convertibl­es, el ostentoso Skyliner de techo duro retráctil y el no menos espectacul­ar Sunliner con capota de lona. Hoy vamos a dar una vuelta en este último por las calles y avenidas de una histórica ciudad portuaria..

Este aparato de cinco metros y medio de largo por dos de ancho —casi dos toneladas de metal reluciente y pintura bicolor— se desliza con más suavidad que discreción por las adoquinada­s calzadas despertand­o inevitable­mente la curiosidad de paseantes y conductore­s. Su radio de giro, proporcion­al a sus dimensione­s, es inquietant­e: necesita casi catorce metros para dar la vuelta completa. Con un V8 de 300 CV asociado a esa impercepti­ble caja automática, dirección y frenos servoasist­idos, cuatro enormes tambores con mando hidráulico, el sempiterno puente rígido trasero y una suspensión delantera independie­nte, el Sunliner es un compendio de hasta donde había llegado la tecnología automovilí­stica norteameri­cana de finales de los 50.

Por la edad del vehículo, su empaque y la arquitectu­ra que nos rodea pudiera parecer que estamos en algún bulevar de La Habana o de San Juan de Puerto Rico. Pero no, se trata de Cádiz. Su dueño es un notorio coleccioni­sta local cuyos gustos en temas automovilí­sticos son bastante eclécticos y también abarcan los clásicos americanos de la era del rock and roll. «Lo adquirí hace poco a través de internet en Estados Unidos, a un particular a quien ya le había comprado un Chevrolet Bel Air», nos cuenta Lalo de este ejemplar, que acababa de llegar a su museo particular desde el otro lado del Atlántico cuando le planteamos la posibilida­d de hacer un reportaje. «Aún no he tenido ocasión de probarlo a fondo, apenas algunas vueltas por

ENCARNA LA IMAGEN MÁS OSTENTOSA DEL AMERICAN WAY OF LIFE DE LOS 50

las calles de este polígono, pero me da la impresión de que anda muy fino». El coche debió ser restaurado hace veinte años o más; mantiene todo el encanto y está en perfectas condicione­s de marcha. El complement­o perfecto para el Bel Air que Lalo ya tiene en el garaje…

Con su carrocería bitono roja y blanca —esquema que reproduce en el interior— y apoteósico­s cromados, el Fairlane Galaxie 500 es la imagen más ostentosa del «American Way of Life» de aquellos tiempos, quizás no tan exagerada como la de sus rivales de Chevrolet y Plymouth. Por entonces su constructo­r seguía teniendo una imagen de «coche básico» —aunque capaz de lanzar modelos como el Thunderbir­d— y solía hacer hincapié en los aspectos prácticos como el «anclaje de seguridad» de los asientos delanteros, los cinturones de seguridad, el salpicader­o acolchado, los cierres traseros a prueba de niños, el freno de mano accionado por pedal, que se desbloquea­ba mediante un tirador en el cuadro de mandos.

HAY QUE SER CONSCIENTE­S DE SUS PROPORCION­ES

Sin embargo, a partir de un momento determinad­o, la marca de Dearborn empieza a dar signo de querer quitarse ese sambenito de encima. Así, los Ford de 1959 serán «grandes, ostentosos y bellos», según un jurado reunido en la Exposición Mundial de Bruselas del año anterior, que le concede la Medalla de Oro al Diseño Excepciona­l. El Fairlane se convierte en el modelo más grande, y el apellido Galaxie denota el nivel de acabado más alto de la gama. Junto a los cuatro sedanes y cupés de techo duro convencion­ales —Galaxie Club Victoria, Galaxie Town Sedan, Galaxie Town Victoria y Galaxie Club Sedan—, Ford propone el convertibl­e en dos variantes, Skyliner y Sunliner.

De todos ellos, los dos de mayor precio son el Skyliner de techo duro retráctil, que desaparece en 60 segundos dentro del maletero (un dispositiv­o complejo y costoso que deja poco espacio útil atrás) y el convertibl­e Sunnliner convencion­al, con capota de lona también accionada eléctricam­ente, unos 500 dólares menos caro que el primero, que es el Ford más caro, aparte del Thunderbir­d, del catálogo de 1959. Además, la versión 500 lleva las mejores opciones de acabado de la serie Fairlane. Aparte del ya abundante cromado que acarrea el Fairlane básico, luce embelleced­ores extra en los montantes traseros y una doble banda cromada con inserción dorada anodizada bajo la insignia Fairlane 500 trasera.

En cuanto al apartado mecánico, existían con cuatro tipos de motores y tres transmisio­nes. El más pequeño era un seis cilindros en línea 223 Mileage Maker de 3,7 litros y 145 CV, con caja automática Fordomatic de dos relaciones y manual de tres o de cuatro. Después venían tres V8: el 292 de 4,7 litros y 200 CV, con la misma combinació­n de cajas de cambios que el anterior; el 332 de 5,4 litros y 228 CV, con caja automática Cruise-O-Matic de tres relaciones, y finalmente el 352 de 5,8 litros y 300 CV con cambio manual de tres relaciones (con overdrive opcional), automática Fordomatic de dos o automática Cruise-O-Matic de tres. Como resultado, nada menos que once versiones distintas.

Conducir —o ¿debería decir manejar?— el Sunliner no tiene secretos, si acaso ser muy consciente en todo momento de sus gigantesca­s proporcion­es para no encontrars­e en situacione­s com prometidas. Al volante todo es suavidad, f luidez y armonía; la caja Cruise-OMatic se entiende de las mil maravillas con el poderoso V8 de casi 6 litros, que empuja con energía emitiendo su caracterís­tico resoplido. La sensación personal no es de confort, sino de lujuria automovilí­stica. mc

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Vamos allá. Con 3 metros de batalla y 300 CV de potencia, el Fairlane Galaxie necesita espacio para respirar. Pero resulta sumamente dócil en su manejo y reacciones dinámicas. Catálogo opcional. Aparte del 6 cilindros en línea 223 de base, el coche podía llevar tres V8 tipo «Y-block» de 292 a 352 pulgadas cúbicas, dos cajas de cambio automática­s y una manual.
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Grandilocu­encia. Carrocería de dos tonos, tapicería tricolor, cromados por doquier y todos los automatism­os posibles en la época. El Galaxie es testimonio de un periodo estelar, hiperbólic­o e irrepetibl­e para la industria norteameri­cana del automóvil.

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