A lo grande
Dentro de la gama Ford de 1959, el Fairlane era el modelo más grande y el apellido Galaxie indicaba el nivel de acabado más alto. De los seis Fairlane Galaxie con motor V8 los más caros eran dos convertibles, el ostentoso Skyliner de techo duro retráctil y el no menos espectacular Sunliner con capota de lona. Hoy vamos a dar una vuelta en este último por las calles y avenidas de una histórica ciudad portuaria..
Este aparato de cinco metros y medio de largo por dos de ancho —casi dos toneladas de metal reluciente y pintura bicolor— se desliza con más suavidad que discreción por las adoquinadas calzadas despertando inevitablemente la curiosidad de paseantes y conductores. Su radio de giro, proporcional a sus dimensiones, es inquietante: necesita casi catorce metros para dar la vuelta completa. Con un V8 de 300 CV asociado a esa imperceptible caja automática, dirección y frenos servoasistidos, cuatro enormes tambores con mando hidráulico, el sempiterno puente rígido trasero y una suspensión delantera independiente, el Sunliner es un compendio de hasta donde había llegado la tecnología automovilística norteamericana de finales de los 50.
Por la edad del vehículo, su empaque y la arquitectura que nos rodea pudiera parecer que estamos en algún bulevar de La Habana o de San Juan de Puerto Rico. Pero no, se trata de Cádiz. Su dueño es un notorio coleccionista local cuyos gustos en temas automovilísticos son bastante eclécticos y también abarcan los clásicos americanos de la era del rock and roll. «Lo adquirí hace poco a través de internet en Estados Unidos, a un particular a quien ya le había comprado un Chevrolet Bel Air», nos cuenta Lalo de este ejemplar, que acababa de llegar a su museo particular desde el otro lado del Atlántico cuando le planteamos la posibilidad de hacer un reportaje. «Aún no he tenido ocasión de probarlo a fondo, apenas algunas vueltas por
ENCARNA LA IMAGEN MÁS OSTENTOSA DEL AMERICAN WAY OF LIFE DE LOS 50
las calles de este polígono, pero me da la impresión de que anda muy fino». El coche debió ser restaurado hace veinte años o más; mantiene todo el encanto y está en perfectas condiciones de marcha. El complemento perfecto para el Bel Air que Lalo ya tiene en el garaje…
Con su carrocería bitono roja y blanca —esquema que reproduce en el interior— y apoteósicos cromados, el Fairlane Galaxie 500 es la imagen más ostentosa del «American Way of Life» de aquellos tiempos, quizás no tan exagerada como la de sus rivales de Chevrolet y Plymouth. Por entonces su constructor seguía teniendo una imagen de «coche básico» —aunque capaz de lanzar modelos como el Thunderbird— y solía hacer hincapié en los aspectos prácticos como el «anclaje de seguridad» de los asientos delanteros, los cinturones de seguridad, el salpicadero acolchado, los cierres traseros a prueba de niños, el freno de mano accionado por pedal, que se desbloqueaba mediante un tirador en el cuadro de mandos.
HAY QUE SER CONSCIENTES DE SUS PROPORCIONES
Sin embargo, a partir de un momento determinado, la marca de Dearborn empieza a dar signo de querer quitarse ese sambenito de encima. Así, los Ford de 1959 serán «grandes, ostentosos y bellos», según un jurado reunido en la Exposición Mundial de Bruselas del año anterior, que le concede la Medalla de Oro al Diseño Excepcional. El Fairlane se convierte en el modelo más grande, y el apellido Galaxie denota el nivel de acabado más alto de la gama. Junto a los cuatro sedanes y cupés de techo duro convencionales —Galaxie Club Victoria, Galaxie Town Sedan, Galaxie Town Victoria y Galaxie Club Sedan—, Ford propone el convertible en dos variantes, Skyliner y Sunliner.
De todos ellos, los dos de mayor precio son el Skyliner de techo duro retráctil, que desaparece en 60 segundos dentro del maletero (un dispositivo complejo y costoso que deja poco espacio útil atrás) y el convertible Sunnliner convencional, con capota de lona también accionada eléctricamente, unos 500 dólares menos caro que el primero, que es el Ford más caro, aparte del Thunderbird, del catálogo de 1959. Además, la versión 500 lleva las mejores opciones de acabado de la serie Fairlane. Aparte del ya abundante cromado que acarrea el Fairlane básico, luce embellecedores extra en los montantes traseros y una doble banda cromada con inserción dorada anodizada bajo la insignia Fairlane 500 trasera.
En cuanto al apartado mecánico, existían con cuatro tipos de motores y tres transmisiones. El más pequeño era un seis cilindros en línea 223 Mileage Maker de 3,7 litros y 145 CV, con caja automática Fordomatic de dos relaciones y manual de tres o de cuatro. Después venían tres V8: el 292 de 4,7 litros y 200 CV, con la misma combinación de cajas de cambios que el anterior; el 332 de 5,4 litros y 228 CV, con caja automática Cruise-O-Matic de tres relaciones, y finalmente el 352 de 5,8 litros y 300 CV con cambio manual de tres relaciones (con overdrive opcional), automática Fordomatic de dos o automática Cruise-O-Matic de tres. Como resultado, nada menos que once versiones distintas.
Conducir —o ¿debería decir manejar?— el Sunliner no tiene secretos, si acaso ser muy consciente en todo momento de sus gigantescas proporciones para no encontrarse en situaciones com prometidas. Al volante todo es suavidad, f luidez y armonía; la caja Cruise-OMatic se entiende de las mil maravillas con el poderoso V8 de casi 6 litros, que empuja con energía emitiendo su característico resoplido. La sensación personal no es de confort, sino de lujuria automovilística. mc