BARCAZA AMERICANA
El Cadillac es el más moderno —por año de fabricación—, pero una vez acomodados en su interior pareciera el más antiguo. El habitáculo es muy espacioso, a lo que ayudan los tonos claros de la moqueta y el cuero de los dos banquetones corridos. El coche está homologado para seis plazas, pues el asiento delantero está pensado para poder dar asiento a tres pasajeros, si hubiera necesidad, algo muy típico de las grandes berlinas americanas. La posición de conducción es tan cómoda que uno se siente como tirado en el sofá de casa. Sobra espacio para las piernas —el túnel de transmisión es casi inexistente, ya que el cambio va al volante— y los asientos son mucho más mullidos que los de cualquier automóvil europeo de su época. En el cuadro y las puertas observamos toda clase de automatismos, avisadores lumínicos y algunas modernidades digitales como el indicador que va calculando la eficiencia del consumo de combustible del que disponemos en el tanque.
El motor V8 situado en posición transversal y la transmisión a las ruedas delanteras son todo un guiño a la modernidad en una marca con tanta solera como Cadillac. Aun así, el modelo está a años luz —por detrás— en cuanto a comportamiento con respecto a los otros contendientes de la comparativa. Lo primero que sorprende al arrancar es su sonido, muy americano, que responde con un buen soplido de escape al menor toque de acelerador. Con el enorme y esponjoso pedal del freno pisado, engranamos la «D» con la barra metálica situada tras el volante, y con un ligero toque de acelerador el coche comenzará a andar, normalmente con un excesivo balanceo de carrocería, tan típico del otro lado del atlántico. Sin embargo, mucho ruido y pocas nueces. Más que circular, el coche «barquea» desde bajas revoluciones, y una vez estabilizado entorno a las 60 millas (100 km/h), comprobamos que es muy difícil aumentar la velocidad, a la par que poco recomendable dados los movimientos que causan las inercias ante la más mínima curva. En definitiva, es un coche pensado para las interminables y aburridas autopistas americanas que se nota algo perdido entre el tráfico europeo. Eso sí, el confort prima sobre todo lo demás, y su relajada conducción podría llegar a causar somnolencia. FRANCISCO CARRIÓN