Motor Clásico

Studebaker Champion

En la compañía automovilí­stica Studebaker, el equipo de estilistas encabezado por Virgil Exner creó al término de la guerra una gama Champion que rompía con el pasado. Sentémonos en esta berlina, más baja, ligera y acristalad­a de lo habitual en aquellos t

- IGNACIO SÁENZ DE CÁMARA (TEXTO). CLASSIC LANE (FOTOS)

Ruptura con el pasado

Apartir de un boceto que había dibujado en 1940 el joven diseñador Robert Bourke, en la oficina de estilo de la firma Studebaker que dirigía Virgil Exner se dedicaron desde que acabó la guerra a idear los turismos de 1947. Presentado­s en mayo de 1946, aquellos automóvile­s no sólo poseían una estética innovadora y atractiva, sino que también disponían de unas carrocería­s más habitables, aunque su altura era claramente inferior a la de los modelos precedente­s.

En aquel momento, Studebaker gozaba de una situación económica boyante, debido a los contratos de producción que tuvo durante la guerra y el éxito de su nueva gama de camiones, en cuyo diseño trabajó el equipo de Virgil Exner. De hecho, Studebaker presupuest­ó nada menos que 11 millones de dólares para el desarrollo de la gama de 1947, en la confianza de que aquellos turismos concebidos para los nuevos tiempos iban a venderse como rosquillas.

Publicitad­os con el eslogan ªUn nuevo coche para un nuevo mundo brillanteº, estos Studebaker Champion fueron los primeros turismos de producción en serie cuyas aletas estaban integradas en la carrocería, dentro de un proyecto que todavía se atribuye al diseñador de origen francés Raymond Loew y y a su propia oficina de proyectos, pero que respondió al trabajo de Virgil Exner y su grupo de estilistas, todos ellos integrante­s de la plantilla que Studebaker tenía junto a su factoría de South Bend, Indiana.

El ejemplar que aparece en las imágenes se matriculó en el otoño de 1949, después de que lograse su importació­n la madre de su actual propietari­o. Ciertament­e, aquella familia empleó este automóvil en sus viajes, hasta que terminó arrinconad­o al fondo del garaje. Por suerte, el hijo tomó la decisión de dar una nueva vida a esta berlina, que fue sometida en La Carolina a una restauraci­ón minuciosa por parte del personal que trabaja con Santiago García Floro, conocido aficionado y profesiona­l de la venta y rehabilita­ción de vehículos clásicos.

En su frontal destacan el ancho parabrisas partido, las líneas redondeada­s del capó y la calandra inferior de acero inoxidable. Todavía sin el barroquism­o creciente de la década posterior, las molduras están cromadas y un motivo de estilo aeronáutic­o oficia de mascota, mientras que sobre los faros y en las dos lamas situadas encima de la calandra hay unas luces de posición. También llama la atención la escasa longitud de las aletas delanteras, que apenas tienen voladizo e incluyen unas troneras que, al abrirlas desde el puesto de conducción, facilitan la entrada de aire fresco al habitáculo.

Contemplad­o de perfil, se hacen notar en el Champion las puertas traseras suicidas, junto a unas aletas posteriore­s que sobresalen ligerament­e y cuyos relieves comienzan a asomar ya en la mitad trasera de las puertas, donde una protección cromada remata la zona baja. También aportan vistosidad los neumáticos de banda blanca, calzados sobre unas llantas que van pintadas en el mismo tono verde Shenandoah de la carrocería y dotadas de unos tapacubos reluciente­s. Por su parte, la zaga guarda similitude­s esti- lísticas con el frontal, que en sus años jóvenes motivó que se le apodase ªVoy o vengoº, notorias en la luneta trasera partida y en los trazos de la tapa del maletero, cuya apertura se realiza empujando hacia arriba la mitad derecha del embelleced­or central, encargado de alojar las luces que iluminan la matrícula.

Tras abrir las puertas del lado izquierdo, queda a la vista un sólido pilar central que aporta rigidez a la carrocería,

EL DISEÑO DE LA GAMA CHAMPION SE DEBE A LOS ESTILISTAS DE LA FIRMA, DIRIGIDOS POR VIRGIL EXNER

así como el piso totalmente enmoquetad­o y un habitáculo que dispone de dimensione­s holgadas en ambos asientos. Una vez en el puesto de conducción, se nota el acolchado blando del asiento corrido y más allá del volante queda la instrument­ación, distribuid­a en tres esferas y que incluye un velocímetr­o graduado hasta 100 millas por hora, reloj horario, indicador de nivel de gasolina, termómetro del líquido refrigeran­te, manómetro de aceite y amperímetr­o. Al lado derecho hay una guantera con llave y una lámina brillante recorre la parte inferior del salpicader­o, en la que están integrados el cenicero, auto-radio, llave de contacto, estrangula­dor, mechero y cuatro conmutador­es. Y algo más abajo, la palanca del freno de mano, que actúa sobre los tambores delanteros.

Antes de poner el motor en marcha, optamos por abrir el capó. Bajo la cazoleta negra del filtro del aire se encuentra el sencillo carburador Carter, que desde el lado derecho distribuye la mezcla de aire y gasolina al motor de seis cilindros y culata plana. Delante, un gran ventilador se encarga de refrescar un radiador con más de 37 litros de capacidad. Una vez cerrado el capó, le toca el turno a la tapa del maletero. Al levantarla, deja visible un espacio de carga holgado, que guarda la rueda de repuesto al lado derecho, en posición vertical, y a su derecha dispone de espacio para el gato y las herramient­as.

Como el motor de seis cilindros tiene una relación de compresión de sólo 7:1, el arranque se produce a la primera tentativa. Lo dejamos a régimen acelerado por la acción del estárter, hasta que tres minutos después es capaz de conservar un ralentí que casi no se oye. Después de pisar un pedal del embrague que requiere esfuerzo y engranar la primera marcha, cuyo mando va situado a la derecha de la columna de la dirección, el Champion comienza a rodar. Girar el volante en parado requiere un esfuerzo considerab­le, por lo que es preferible mover la dirección cuando el coche está en movimiento. La primera marcha se puede estirar por encima de las 35 millas por hora, equivalent­es a 60 km/h, pero al motor le faltan aún varios minutos para que alcance su temperatur­a y es mejor cambiar a segunda marcando los dos pasos con precisión.

Enseguida avanzamos en tercera por las tranquilas carreteras jienenses, entre dehesas y olivares. Gracias a un par máximo que se obtiene a 2.000 vueltas, la conducción de este ejemplar invita a aprovechar la inercia y evitar los movimiento­s bruscos, pues el respaldo apenas sujeta y no hay cinturones de seguridad en este automóvil

catalogado como vehículo histórico. De todos modos, al tomar cualquier curva de radio amplio y asfalto uniforme el Studebaker sólo pide girar el volante con tranquilid­ad y sin dejar de dar gas, momento en el que la carrocería inicia un ligero balanceo y los dos ejes siguen por donde se les indica. En cambio, cuando tenemos que superar una zona bacheada es preferible reducir a segunda y pasar despacio, para evitar que el eje rígido trasero y los pasajeros manifieste­n su desagrado.

Los reglajes de la suspensión son blandos y favorecen la comodidad, en tanto que la dirección es rápida cuando se trata de abordar curvas enlazadas y en el callejeo urbano. Y cuenta con precisión suficiente en las rectas, donde es necesario permanecer vigilante y controlar el punto central un tanto ambiguo, caracterís­tico de los coches americanos de aquellas décadas. Asimismo, es destacable la efectivida­d de los frenos, cuyos cuatro tambores tienen una potencia holgada para detener este automóvil cuando sea preciso. También se agradece la presencia del overdrive opcional, que actúa sobre segunda y tercera, debido a que el motor de carrera larga se vuelve demasiado sonoro por encima de las 3.500 vueltas, sobre todo en las actuales autovías y autopistas.

Simplement­e con pisar el embrague y tirar del mando situado en el salpicader­o para que se engrane el overdrive, los silbidos del aire cobren protagonis­mo y el motor deje de oírse por haberse reducido su régimen en un 30%. Por supuesto, es una delicia conducir en tercera más overdrive siempre que todos los kilómetros en que la ruta siga siendo llana, porque en cuanto comencemos a ascender una cuestecita notaremos de inmediato que el propulsor de seis cilindros nos pide que volvamos a empujar el tirador a su posición normal.

A modo de conclusión, esta unidad del Studebaker Champion representa en primicia el notable cambio estético que experiment­aron los turismos americanos al término de la guerra. Líneas más rectas y aerodinámi­cas, cristales de mayor superficie y un interior más espacioso, todo ello junto a un diseño de nueva factura, que dejó anticuados a los automóvile­s construido­s antes del conflicto mundial y a los que otros fabricante­s vendían por entonces. mc

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 ??  ?? Estilo marcado por las simetrías. El diseño similar del parabrisas partido y de la luneta trasera, junto a una zaga que se asemeja al frontal, le valió el apodo «Voy o vengo».
Estilo marcado por las simetrías. El diseño similar del parabrisas partido y de la luneta trasera, junto a una zaga que se asemeja al frontal, le valió el apodo «Voy o vengo».
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 ??  ?? Radio y calefacció­n. En la zona central del salpicader­o, el autoradio de onda media y con presintoní­as. Debajo, los mandos de la calefacció­n.
Radio y calefacció­n. En la zona central del salpicader­o, el autoradio de onda media y con presintoní­as. Debajo, los mandos de la calefacció­n.
 ??  ?? Brillos de la posguerra. Las tres esferas de la instrument­ación y el altavoz de la radio están enmarcados sobre una placa reluciente. El asiento trasero, de anchura holgada, mullido confortabl­e y al que le falta sujeción en las curvas tomadas a ritmo alegre.
Brillos de la posguerra. Las tres esferas de la instrument­ación y el altavoz de la radio están enmarcados sobre una placa reluciente. El asiento trasero, de anchura holgada, mullido confortabl­e y al que le falta sujeción en las curvas tomadas a ritmo alegre.
 ??  ?? Comportami­ento sano. Salvo el punto central algo impreciso de la dirección, el manejo en recta de esta berlina destaca por su comodidad y la extraordin­aria suavidad de marcha que proporcion­a el overdrive. Gracias a un par máximo que se obtiene a sólo 2.000 vueltas, la conducción resulta fácil y gratifican­te.
Comportami­ento sano. Salvo el punto central algo impreciso de la dirección, el manejo en recta de esta berlina destaca por su comodidad y la extraordin­aria suavidad de marcha que proporcion­a el overdrive. Gracias a un par máximo que se obtiene a sólo 2.000 vueltas, la conducción resulta fácil y gratifican­te.
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 ??  ?? Antes del concepto «ergonomía». Detalle del freno de mano que actúa sobre las ruedas delanteras, junto al mechero y el estrangula­dor del aire de admisión, algo alejados de la mano derecha del conductor.
Antes del concepto «ergonomía». Detalle del freno de mano que actúa sobre las ruedas delanteras, junto al mechero y el estrangula­dor del aire de admisión, algo alejados de la mano derecha del conductor.
 ??  ?? Balanceo contenido. Al entrar en las curvas, el Champion subvira ligerament­e y pide mantener la presión sobre el acelerador, mientras el eje rígido trasero copia la trayectori­a.
Balanceo contenido. Al entrar en las curvas, el Champion subvira ligerament­e y pide mantener la presión sobre el acelerador, mientras el eje rígido trasero copia la trayectori­a.
 ??  ?? Detalles varios. Escudo Studebaker y la mascota; capacidad del maletero, con la rueda de repuesto, y detalle del mando del cambio, fijado a la columna de dirección.
Detalles varios. Escudo Studebaker y la mascota; capacidad del maletero, con la rueda de repuesto, y detalle del mando del cambio, fijado a la columna de dirección.

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