Motor Clásico

Studebaker Mod. 54 Seis cilindros anticrisis

1931 fue uno de los más duros años de la recesión económica que siguieron al famoso «Crack de 1929». Sin embargo, este colorido Studebaker nació en un entorno que parecía ignorar todo el marasmo de dificultad­es que inevitable­mente le rodeaban.

- FRANCISCO CARRIÓN (TEXTO). J.F. PACHECO (FOTOS)

Muchas de las situacione­s más inexplicab­les se suelen dar cuando personas, empresas o cualquier otro ente con capacidad de decisión actúan cont ra lo que comúnmente llamamos «la lógica»; contra lo que haría la gran mayoría, o contra lo que sería esperable en ese momento concreto. Pues bien, tanto el primer propietari­o del automóvil de las fotos, como los directivos de la empresa que lo fabricó, actuaban en 1931 contra lo que la lógica en principio sugería.

Studebaker era entonces la empresa más antigua de EEUU dedicada a la construcci­ón de vehículos, pues operaba desde la década de 1850, cuando comenzó fabricando carretas tIradas por caballos. En 1899 pasó a la fabricació­n de automóvile­s eléctricos y, al poco tiempo, a los de combustión interna. Hacia finales de los años 20 era el constructo­r independie­nte —fuera de los tres grandes grupos Ford, General Motors y Chrysler— más potente de los Estados Unidos, sólo igualado por Hudson.

Su bien ganada reputación de solidez y fiabilidad se sustentaba en una enorme gama de automóvile­s y camiones de todo tipo, que incluso se había agrandado en 1926 con la creación de la marca subsidiari­a Erskine, unos nuevos modelos de precio reducido que buscaban competir con los Ford y Chevrolet, pero también con los productos que otras grandes marcas habían presentado como «derivados baratos», tal era el caso de los Essex de Hudson o los Plymouth de Chrysler. Los Erskine eran un compendio de piezas de otras marcas, algo inédito en Studebaker, lo cual incluía su motor de seis cilindros, procedente de la casa Continenta­l. Se hizo un gran esfuerzo publicitar­io y había grandes expectativ­as, pero sus precios, que oscilaban entre 945 y 995 dólares, los colocaban en mala posición frente a los Ford A presentado­s en 1927 (525 dólares el más básico) o los Chevrolet, cuyos precios comenzaban en 625 dólares.

Así, los Erskine tuvieron una pobre acogida en EEUU, aunque en países foráneos de Europa o Sudamérica triunfaron y ayudaron a la empresa a una subida del 68,8 por ciento de ventas fuera de Norteaméri­ca. Al fin y al cabo, aún se trataba de los «Felices años 20», y en 1928 Studebaker reagrupó su tejido fabril en South Bend (Indiana), de donde la marca era originaria, abandonand­o las plantas que tenía en Detroit y construyen­do nuevos edificios por valor de un millón de dólares, con un coste de la mudanza que totalizó cerca de seis millones.

En un ambiente de prosperida­d total, a pesar del traspiés de los Erskine, en 1929 Studebaker se hizo con el control de gran parte del accionaria­do de la Pierce Arrow Motor Company… y en octubre de ese mismo año, sobrevino el crack bursátil que hizo tambalear la economía mundial. Con todo, los beneficios de Studebaker disminuyer­on sólo un 5,7 por ciento, y la empresa —como venía siendo costumbre en ella— dio dividendos a sus inversores. En 1930 las ventas de Studebaker descendier­on un drástico 31,8 por ciento, y las de su socio Pierce Arrow un 19 por ciento, pero aun así al final del ejercicio se procedió a un

EN 1850 STUDEBAKER ERA FABRICANTE DE CARRUAJES

reparto de dividendos de 7,3 millones de dólares entre los accionista­s.

En 1931 las ventas —y beneficios— bajaron aún más, y a pesar de todo Studebaker repartió 2,3 millones de dólares al final del ejercicio. La única explicació­n posible, dado que la empresa ya estaba arrojando pérdidas, era que Studebaker había sido conocida desde siempre por sus generosos dividendos, y los directivos de la compañía pensaron que seguir con esta política daba impresión de fortaleza de puertas hacia afuera. Finalmente, en 1933 se impuso el sentido común y la empresa fue a la bancarrota, pero sorpresiva­mente continuó funcionand­o y recuperó el buen camino a finales de los años 30, y no cerró sus puertas definitiva­mente hasta 1967.

Pues bien, justo en estos años de locura económica surgió el Model 53 o Studebaker Six al que se correspond­e el vehículo de las fotografía­s. Su nacimiento fue también algo ilógico, pues respondió a la desaparici­ón de los Erskine bajos de gama, que dadas sus pobres cifras de ventas fueron cancelados en 1930. Les vino a sustituir —en plena depresión económica— este modelo más grande y potente, de diseño totalmente nuevo y cien por ciento Studebaker, incluso con ciertos adelantos tecnológic­os; Todo un contrasent­ido cuando la mayoría de la población apenas podía aspirar a un simple utilitario, aunque en este caso no fue sólo una —otra— locura de la casa Studebaker. La práctica totalidad de los fabricante­s estadounid­enses produjeron durante los peores años de la gran depresión sus mejores y más caros modelos. Ilógico.

Un año después de la presentaci­ón de los Model 53 Six, en el Salón del Automóvil de Nueva York de 1931 se lanzaba su sucesor, el Model 54. Contra viento y marea, este nuevo modelo tenía una apariencia totalmente renovada

EL MODELO 54 SIX ERA EL MÁS PEQUEÑO DE LA GAMA DE STUDEBAKER EN 1931

con líneas más estilizada­s y aerodinámi­cas, empezando por una nueva calandra ligerament­e trapezoida­l. En definitiva, su moderno aspecto lo hacía parecer una copia exacta de los más grandes Studebaker Commander, Dictator y President, a excepción de que estos montaban unos extraños faros delanteros de forma ovalada que en los 54 Six eran simplement­e normales y redondos.

Pero no terminaban ahí las novedades; el motor, aunque seguía siendo un seis cilindros en línea de 70 CV había recibido cambios sustancial­es. La bomba de agua, antes situada en un lateral del motor, ahora iba en la parte superior del bloque y se movía conjuntame­nte con el ventilador, y en su lugar se colocó la dinamo. El escape y los conductos de admisión se cambiaron del lado izquierdo al derecho, y el distribuid­or se colocó a la izquierda del bloque, de manera que era accionado directamen­te desde el árbol de levas mediante un engranaje cónico.

Sin embargo, la gran innovación mecánica para 1931, publicitad­a a bombo y platillo por parte de Studebaker, fue el dispositiv­o de «Rueda libre» que desconecta­ba la transmisió­n automática­mente y ponía el coche en punto muerto, pudiendo así aprovechar las inercias en bajadas ahorrando combustibl­e. Este invento, patentado por los ingenieros de la casa francesa Chenard-Walker a finales de los años 20, tenía sobre el papel la gran ventaja del ahorro de combustibl­e, y Studebaker fue en 1931 el primer fabricante americano en aplicarlo a sus productos. Le siguieron la práctica totalidad de marcas estadounid­enses de automóvile­s, pero al poco tiempo fue abandonado en masa, ya que el invento eliminaba el tan valioso «freno motor» y obligaba a un excesivo uso de los frenos de tambor de la época, que tendían a sobrecalen­tarse.

Puestos ya en situación sobre las caracterís­ticas de los Model 54 de 1931 vamos a pasar a nuestro protagonis­ta, un bonito «Phaeton De Luxe» que ha recalado en nuestro país. Lo primero que llama la atención a entendidos y profanos es la atrevida combinació­n de colores. Sobre gustos no hay nada escrito, pero junto al coche se conserva un catálogo original del modelo en el que viene descrita esta combinació­n de verde agua y verde oscuro, aunque en su configurac­ión original aparece combinado con las llantas pintadas en beis. Esta debió ser una de las pocas licencias que tomaron sus restaurado­res cuando llevaron a cabo el concienzud­o trabajo en EEUU, donde estaba hasta principios de la década del 2000, cuando fue importado a España.

El coche, tal cual llegó se guardó sobre unas borriqueta­s, sin llegar a matricular­se, y no ha sido hasta hace dos años cuando ha vuelto a ser puesto en circulació­n. Lo curioso es que no ha sido necesaria prácticame­nte ninguna reparación mecánica y el coche funciona a la perfección, lo que habla muy bien de su restauraci­ón, a pesar de que esta debió llevarse a cabo hace al menos unos 30 años, por la pátina que ya muestran varios de sus elementos.

Aunque se desconoce su identidad, el primer propietari­o de este Studebaker debía ser un hombre cuanto menos curioso, pues en plena depresión encargó un coche altamente llamativo y cargado de opciones…, pero sobre el modelo más barato y pequeño que la marca fabricaba en ese año, por mucho que mida hasta 4,5 m de largo. Probableme­nte, por el precio final de este Model 54, se podría haber encargado un Commander o Dictator, con motor de 8 cilindros, pero con menos florituras. Sin embargo, y contra toda lógica, su primer dueño prefirió un modelo a priori más económico pero dotado de todas posibilida­des que ofrecía el catálogo de opciones de la marca del momento, esto es: Doble rueda de repuesto sobre ambos guardabarr­os, un espejo retrovisor sobre cada una de ellas, derivabris­as laterales, dobles faros antiniebla­s, paragolpes con triple tope, cubrecalan­dra cromado, doble parabrisas trasero con ventanilla­s laterales, calefacció­n, radio, espejo retrovisor con reloj ”8 días” integrado, portamalet­as trasero y maletón metálico portaequip­ajes. Sin duda con todo ello el “pequeño Stude” parece un automóvil de mayor categoría, pero ¿merecía la pena?. La verdad es que tras varias pruebas dinámicas podemos decir que el Model 54 podía ser el pequeño de la gama, pero sin duda tenía una calidad equiparabl­e a la de automóvile­s de mayor empaque de su tiempo.

Pasemos pues a ponernos a los mandos. Lo primero que observamos, incluso antes de ponerlo en marcha, es la excesiva suavidad de la suspensión, pues sólo con poner un pie en el estribo el coche se balancea hacia nosotros.

SORPRENDE EL FUNCIONAMI­ENTO SUAVE Y SILENCIOSO DE LA MECÁNICA

Una vez acomodados en el asiento corrido de cuero llama la atención la estrechez del torpedo, donde va situado el completo salpicader­o con todo lo necesario para mantener al coche bajo control. Tras dar el contacto girando la llave, debemos tirar de un pulsador situado en el centro del salpicader­o junto al estárter, que es el que acciona el motor de arranque. Este gira perezoso dado que el coche mantiene la instalació­n original a seis voltios, pero enseguida se notan las primeras pistonadas del seis en línea, cuyo sonido se hace prácticame­nte impercepti­ble en cuanto toma temperatur­a y regulariza su funcionami­ento.

El cambio de marchas es de tres velocidade­s dispuestas en forma de «h» invertida, esto es, con la primera hacia atrás y a la izquierda. El tacto del embrague es realmente suave y apenas requiere esfuerzo para su accionamie­nto, y las velocidade­s —a pesar de no contar con sincroniza­ción— entran bien con un poco de tacto. Esto para subir de marcha, pues a la hora de reducir se hace inevitable la maniobra del doble embrague. Los frenos son mecánicos y de cable a las cuatro ruedas, y para cogerles el tacto es necesario un cierto rodaje, pues a la menor presión excesiva tienden a bloquear las ruedas. Habrá, por tanto, que accionarlo­s con mucha suavidad y casi siempre sin pisar a fondo, pues casi se podría decir que frenan de más.

Una vez en marcha sorprende la suavidad y la falta de vibracione­s o ruidos extraños, y se pueden mantener sin problemas cruceros de unos 80 km/h en carretera abierta. Incluso en autovías, y con el dispositiv­o de rueda libre activado, nos hemos llegado a poner a 100 km/h en tramos de bajada. Sin embargo, lo recomendab­le es desactivar­lo para no dejar toda la responsabi­lidad a los frenos, y para ello debemos cambiar de marcha con el botón que corona la palanca de cambios pulsado. Notaremos un pequeño tirón, pero enseguida agradecere­mos las ventajas del freno motor.

En definitiva, es un cómodo tragamilla­s con un comportami­ento típicament­e americano, y en el caso de esta unidad en particular, se nota claramente que además de su concienzud­a restauraci­ón el coche nunca ha debido estar sometido a sobreesfue­rzos o usos intensivos. Probableme­nte, el primer propietari­o le tuvo demasiado aprecio a su recargado Studebaker, y lo conservó entre algodones, dándole poco uso. Sólo con este otro sinsentido se puede explicar que haya llegado a nuestros días en semejante estado de buena forma mecánica y estética. mc

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 ??  ?? Completo. En el salpicader­o tenemos indicadore­s de velocidad, temperatur­a, combustibl­e y carga de la dinamo. El reloj horario está en el retrovisor, y bajo el salpicader­o están la calefacció­n y la radio, ambos en funcionami­ento.
Completo. En el salpicader­o tenemos indicadore­s de velocidad, temperatur­a, combustibl­e y carga de la dinamo. El reloj horario está en el retrovisor, y bajo el salpicader­o están la calefacció­n y la radio, ambos en funcionami­ento.
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Full options. El coche se encargó de origen con todos los accesorios posibles, que incluían las dos ruedas de repuesto sobre las aletas o la rejilla cubreradia­dor cromada, entre muchos otros.
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Sólo ese año. El botón que corona la palanca de cambios activa y desactiva el dispositiv­o de «rueda libre», y sólo se montó así en 1931. A partir del año siguiente, se cambió por una palanca bajo el salpicader­o.
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 ??  ?? Perfectame­nte conservado. La posición del asiento puede ajustarse mediante una manivela situada bajo este, y el mecanismo aún funciona. El carburador es el original, de tipo ascendente.
Perfectame­nte conservado. La posición del asiento puede ajustarse mediante una manivela situada bajo este, y el mecanismo aún funciona. El carburador es el original, de tipo ascendente.

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