La Ruta 66 americana todavía mantiene vivo parte del espíritu de lo que fue.
Sirvió de vía de unión transcontinental entre las costas este y oeste y camino de peregrinación desde los deprimidos territorios del sur hacia la tierra prometida californiana. Hoy, la 66 sobrevive del mito que generó, del turismo y de la sombra de lo que
La fa mosa seña l que a nu ncia el inicio de la histórica Ruta 66 se ha movido varias veces con los años. Actualmente está situada en la calle Adams, a la altura de los números 78-89, frente al Instituyo de Arte de Chicago. Es domingo, siete de la mañana. Apenas hay tráfico y turistas. Se dice que no puede empezar uno la ruta sin probar las tortitas y los donuts de Lou Mitchell’s, la célebre cafetería abierta desde 1923. Aún mantienen la tradición de regalar a todas las mujeres, en la entrada, una cajita con un bombón de crema de leche para que la espera sea amena. Por supuesto, Yanira, mi chica, no la despreció mientras yo pedía el desayuno. Antes de arrancar, en Chicago podemos pasar varios días visitando los museos de coches Vintage Motor Carriage, Getaway Classic Cars y Klairmont Kollections.
CHICAGO - HAMEL
Inaugurada en 1926, la Ruta 66 unió por carretera las costas este y oeste de Estados Unidos. Antes de la terminación el ferrocarril transcontinental en 1867, el camino más rápido era navegando alrededor de América del Sur. Montañas, desiertos y regiones inhóspitas dificultaban cruzar la América más profunda. Hoy, la «Old US Route 66» sigue paralela, en su mayor parte, a las modernas autopistas interestatales que Eisenhower empezó a impulsar desde mediados de los años 50. Durante la II Guerra Mundial, el general y luego presidente estadounidense había tomado buena nota de las rápidas y eficaces «autobahnen» alemanas.
La grave sequía de los áridos estados del sur a finales de los años 20 y, sobre todo, el Crack del 29 hicieron de la 66 el cordón umbilical de la emigración hacia la tierra prometida, las prósperas ciudades de la costa oeste. Rápidamente creció en torno a ella una amplia red de
establecimientos, gasolineras, restaurantes de comida rápida, moteles, garajes, talleres y lugares de ocio con toda la parafernalia creativa y publicitaria que siempre ha caracterizado a los americanos.
Descatalogada en 1985 como carretera oficial, desde principio de los 90 surgió un movimiento turístico que la ha revitalizado. El tiempo ha modificado su paisaje. Muchos negocios han desaparecido, pero otros han sido rehabilitados. El primer caso lo encontramos en Romeoville, donde hasta hace poco estaba el Museo Beller y su vasta colección monotemática de Ford A y T. Sí se conserva, una decena de millas más adelante, el correccional de Joliet donde se rodaron algunas escenas de «Granujas a todo ritmo» («The Blue Brothers»). Allí arrancaron sus peripecias los hermanos Jake y Elwood Blue al volante de su infame Dodge Mónaco del 74.
A solo 200 m de la pr isión hay va r ios Cad i l lac y Oldsmobile ochenteros destartalados. Van a ser elementos recurrentes a lo largo del viaje: coches aparentemente abandonados, medio oxidados, desvencijados, formando parte, impertérritos, del paisaje. Un tipo, con una máscara y soplete en mano, los estaba remendando para participar en las «carreras de destrucción» que tienen lugar en el circuito oval de la localidad. ¡Así es América!
En Wilmington el apetito nos llevó hasta el famoso restaurante de carretera Launching Pad. Allí probamos las primeras hamburguesas del viaje y pudimos echar 25 centavos a la vieja máquina de discos de siete pulgadas para comer escuchando a Elvis. Fuera del local se encuentra la estatua Gemini Giant, una de las muchas gigantescas esculturas publicitarias que adornan la 66. Están hechas de fibra de vidrio y llegan a medir 25 pies (7,5 m) de altura.
Muchas de las antig uas gasolineras también han sido restauradas y hoy son parada casi obligatoria de los turistas. Así ha sido con la estación de Dwight, la Ambler’s Texaco. Fue la más longeva, duró hasta 1999 y curiosamente estuvo en funcionamiento 66 años. Otro caso similar lo encontramos apenas diez millas más adelante, la Standard Oil Gas Station de Odell, construida en 1932, cerrada en 1967 y recuperada por los habitantes del pueblo hace 20 años.
LA 66 ACTUÓ DE CORDÓN UMBILICAL HACIA LA TIERRA PROMETIDA DEL OESTE AMERICANO
Extensos campos de maíz y trigo se prolongan a derecha e izquierda de la carretera. No en vano, Illinois aún es considerado el granero de Estados Unidos. La carretera es recta y llana. En algunos puntos, el crecimiento de las ciudades la entrelaza con nuevas calles y vías. En otras ocasiones, son los matorrales y la broza los que la llegan a esconder y se hace difícil seguirla.
Al llegar a Springfield, la gasolinera museo Shea´s tampoco existe ya. Su dueño falleció en 2017 y, al no hacerse cargo ninguna institución y ningún particular, se subastó todo. Parte del lote fue a parar al restaurante italiano Fulgencis Pizza, a unas cuantas manzanas. En el lugar solo queda el edificio y dos Jaguar languideciendo a la intemperie. Sí ha sobrevivido el bar Cozy Dog, donde se pueden degustar sus famosos perritos calientes cubiertos con una fina masa de maíz. Mucho antes de que la 66 pasase por allí, es esas mismas calles comenzó su carrera política el joven Abraham Lincoln. En el cementerio de Oak Ridge de la ciudad yacen sus restos mortales después de su asesinato en Washington en 1865.
Entre trigales y por un camino de tierra nos dirigimos a uno de tantos compraventas de coches usados y recambios. En una explanada pegada a la autopista I-55 está el
garaje Dave´s Classic Cars, cerrado ya a esas horas. Detrás de una valla había un centenar de vehículos oxidándose y casi comidos por las zarzas. La primera jornada acabó en el pequeño pueblo de Hamel, cerca de San Luis y la frontera con el estado de Missouri.
HAMEL - CARTHAGE
El madrugón fue inevitable. Tenía interés en visitar el garaje Country Classic Cars, en Staunton. Se dice que es el compraventa más grande de la 66. En agosto de 2017 sufrió un grave incendio que calcinó unos 140 vehículos y a principio de 2018 un tornado se llevó otros tantos. Pero el negocio sigue adelante y en las dos horas que pasé allí pude ver cómo descargaban tres enormes tráileres completos de clásicos.
Antes de entrar a San Louis, atravesamos —ahora solo es transitable a pie— uno de los puentes metálicos históricos: el Old Chain of Rocks, construido en 1929 sobre las aguas del río Mississippi, frontera entre Illinois y Missouri. Dentro de la ciudad, la más grande de la 66, se pueden visitar el Arco Gateway que simboliza la puerta de acceso al oeste y el Museo de Coches de Joe Scott, una antigua bolera convertida en museo-concesionario de clásicos en 1994.
Cerca se halla también el megaconcesionario Hyman. En su interior me quedé boquiabierto tratando de asimilar todo cuanto mis ojos veían: Packard, Pierce-Arrow, Duesenberg, Stutz, Pope, Kaiser Darrin y europeos como Delahaye, Monteverdi, Bentley, Mercedes-Benz…, muchos ejemplares únicos y rarezas como un microcoche Kleinschnittger alemán de los años 50. Pegado a uno de los pabellones, en un impecable taller, varios mecánicos estaban terminando de poner a punto un Peugeot 402 Darl’Mat que unos días después participó en el Concurso de Elegancia de Pebble Beach.
Retomamos nuevamente la carretera, ahora la I-44 ejercía de guía. Atrás iban quedando pueblos como Alleton, Pacific, St Clair, Stanton, Sullivan, St Cloud, Bourbon…. El navegador siempre tendía a llevarnos por la interestatal 44, así es que debíamos de estar muy atentos a las indicaciones de los carteles si no queríamos perder la 66 y dejar de ver las curiosidades que nos habíamos apuntado en el cuaderno de ruta.
EL PUEBLO DE RED OAK II, DE ASPECTO ABANDONADO, ES OBRA DEL ARTISTA LOCAL LOWELL DAVIS
En Cuba nos acercamos a visitar la gasolinera Alley, en cuyo interior, su dueño, Bob Mullen, ha acumulado una ingente cantidad de objetos de automobilia —pósteres, señales, carteles de neón…—, la mayoría relacionados con el automóvil y más de cinco mil miniaturas de coches y camiones. Apenas a tres millas, otro compraventa de clásicos…
Todas estas paradas nos impidieron llegar a tiempo de poder visitar el museo de coches de Guy Mace en la segunda Springfield, de las tres localidades que con tal nombre atraviesa la Ruta. Una pena porque su colección guarda ejemplares tan espectaculares como el Horch de 1936 que ganó una mención de honor en Pebble Beach en 2014 o excentricidades como el Gotham Roadster de la serie Batman.
A unas cinco millas de Carthage, donde habíamos planificado pasar la segunda noche, está Red Oak II. Es una especie de pueblo fantasma. Da la impresión de estar todo abandonado: las casas, los jardines, las vallas, el cementerio, los Pontiac, Chevrolet, Ford e incluso hasta alguna avioneta oxidada y casi oculta por la maleza... Pero no es lo que parece. En realidad todo el poblado es una obra del artista local Lowell Davis. Después de que los habitantes del antiguo poblado de Red Oak emigrasen a la gran ciudad después de la segunda guerra mundial, Davis decidió, en 1987, rendirle homenaje recuperando esas casas, coches y todo cuanto ha podido acaparar para crear este parque temático al aire libre.
CARTHAGE - CLINTON
La tercera jornada nos saludó con un Chev rolet El Camino frente a la puerta de la habitación de nuestro motel de carretera. De nuevo en ruta, atravesamos Joplin como hicieron Bonnie y Clyde en 1933, en los años de la Gran Depresión. La pareja de ladrones pasó escondida allí unas semanas y salió huyendo, mantando a varios policías en su carrera, después de ser descubiertos.
Kansas es el estado con menos trayecto de la ruta: 13,2 millas. No por ellos su paso fue rápido. Al entrar a Galena por su calle principal vimos edificios semiabandonados, hasta llegar al Front Street Garage de 1896. Justo enfrente se encuentra la atracción principal del pueblo, «Cars On The Route», la antigua estación de servicio Kan-O-Tex donde hay una pickup del 51 como la que inspiró el personaje Town Mater de la película animada «Cars».
A un par de cuadras se encuentra ubicado, en lo que fue un antiguo depósito de trenes, el Museo de la Minería, actividad económica principal de la zona hasta después de la segunda guerra mundial.
Antes de dejar atrás Baxter Springs hicimos una parada en el Cafe On The Route para tomar unos enormes donuts. En ese mismo lugar, en 1876, había un banco. Aquel año, Jesse James y su banda lo atracaron y se llevaron 2.900 dolares en sus alforjas. Poco después el banco quebró y en su lugar se levantó un local convertido con el paso de tiempo en este bar de carretera.
Commerce nos introdujo en el estado de Oklahoma. Más adelante, en Afton, paramos de nuevo para visitar el museo Station Packard. Está en la calle principal del pueblo, con el aspecto de abandono al que ya habíamos empezado a habituarnos. Marlin Carpenter nos recibió con un café y un saludo de bienvenida: «Estáis en vuestra casa». La antigua gasolinera se inauguró en 1933 y fue la primera en dar servicio 24 horas. En su interior conservaba dieciocho Packard y otros modelos de preguerra, amén de infinidad de objetos de lo más variopinto. Y
LA RUTA PASA DE PUNTILLAS POR EL ESTADO DE KANSAS; APENAS DISCURREN POR ÉL 13,2 MILLAS
digo conservaba porque a finales de 2018 la colección fue subastada y poco quedó sin ser vendido.
Mejor suerte sigue corriendo el National Road & Custom Car Hall. A pocas millas de Afton, donde el río Neosho se retuerce en torno al parque estatal y al lago Bernice, se conservan 50 de los exóticos coches diseñados y construidos por Darryl Starbird. Su particular estilo se inspira en los «dream cars» desarrollados por las grandes marcas y de inconfundible aire aeroespacial.
Después de visitar también la casa-museo de John Hardgrove, uno de los más destacados historiadores de la Ruta 66, a quien encontramos reparando un Ford de los años 30 que posee, el día se complicó. Unos negros nubarrones amenazaban lluvia. Para alguien que vive en Vitoria, eso no debía suponer ningún problema. Pero aquel día, el cielo cayó sobre Oklahoma City. El aguacero se alió con una tormenta eléctrica y fortísimos vientos. Nada que ver con un mal día en el norte de España. La nula visibilidad y el intento por nuestra parte por salir del ojo del huracán, nos sacó de la ruta y acabamos en lo que parecía un aparcamiento en medio de la nada.
Eso pensábamos hasta que llegó una patrulla de policia y nos avisó de que estábamos metidos en un centro penitenciario, que era peligroso y que nos fuéramos cuanto antes… ¡Glup…! Menudo susto para terminar una jornada cuyo destino final lo habíamos planificado en Clinton. (Continuará...) mc