Motor Clásico

A ambos lados de la barrera

- por Ricardo Muñoz

Amediados de los sesenta comenzaron a correr en España los Lancia del equipo oficial, que ganaron el RACE de 1966, con Leo Cella al volante de un Flavia Zagato. Repitieron participac­ión y victoria al año siguiente, en esa ocasión con Ove Anderson y Sandro Munari. A partir de entonces se estableció un «buen rollo» —como se dice ahora— entre los pilotos españoles e italianos de aquella época. A ellos les encantaba España porque, además de que los equipos locales no eran muy peligrosos, la comida era buena, los hoteles baratos, había juerga y, sobre todo, los premios en metálico eran altísimos.

Durante los entrenamie­ntos del Rallye Camino de la Plata de 1968, que a la postre ganó Munari, nos reunimos en el precioso cortijo El Saudin de Alberto RuizGiméne­z, en Sevilla. Allí nos relajábamo­s un grupo de pilotos, alternando la piscina y montar a caballo. Por supuesto, no faltaban los chicos de Lancia, Munari y Paganelli, a quienes parecía no apetecerle­s demasiado subirse a los coches. A raíz de esas participac­iones, en las que yo corría como copiloto de Bernard Tramont en el equipo oficial de FASA-Renault, me hice amigo de Munari y de Alcide Paganelli, al que le gustaba mucho la noche. Sandro era muy serio.

En la siguiente prueba a la que acudió el equipo Lancia, después de haber cogido confianza en las varias salidas nocturnas en Madrid, Paganelli me ofreció correr con él y el Fulvia oficial en el Rallye de Portugal, puntuable para el Mundial de Constructo­res. Alcide me dijo que antes lo consultarí­a con Cesare Fiorio, porque suponía que tendrían que cambiar los seguros. Entonces, la elección de los copilotos era cosa de los pilotos y el gran jefe italiano no solía oponerse.

Aquel año, el Rallye R ACE salía del Jarama y se celebró en octubre. La autov ía N-1 aún estaba en construcci­ón hasta El Molar, y en dirección norte solo funcionaba el ramal derecho, por el que se circulaba en los dos sentidos. Yo participab­a con Tramont en un Alpine 1300. El jueves fuimos al circuito —por la carretera todavía en obras y de doble sentido—, verificamo­s y salimos al rallye, que se dividía en dos largas etapas: Madrid-Gijón y Gijón-Madrid. En carrera rompimos el cable del acelerador, en el tramo de la Garganta del Cares, en Asturias, y perdimos un casi seguro el tercer o cuarto puesto. Finalmente, terminamos quintos.

Al volver al Jarama, al término del rallye, cansados como estábamos después de haber madrugado mucho, me encontré con Paganelli. Comentamos el rallye y me propuso volver a Madrid juntos. Yo recogí mis bártulos, me subí a la derecha de su Lancia Fulvia Zagato y le indiqué cómo salir del circuito, pasando por encima de la autopista en construcci­ón. Alcide iba relajado, conduciend­o a 120-140 km/h. En un momento dado, vimos que un coche de los que venía de frente se nos echaba encima y se apartó en último momento.

«Será loco», exclamé. Mudo, Alcide siguió un poco más despacio, tratando de arrimarse todo lo posible al lado derecho de la carretera. Al cabo de unos minutos, otro vehículo en sentido contrario por nuestro carril. Idéntica situación: bocinazos y maniobra de esquiva. Y, de repente, tres coches más. Fue entonces cuando miré a mi derecha y vi, con terror, que por el otro carril, que yo creía cerrado al tráfico, circulaban coches con dirección a Madrid.

Resu ltaba que el día anterior habían abier to el desdoblami­ento de la autovía y no me había enterado. Alcide paró donde pudo, asustado y un tanto divertido, pero también cabreado. No se podía creer que condujésem­os en sentido contrario: «Rizos, sei matto, mi fai andaré in una autroestra­da in senso contrario, posiamo havere morto…». Yo estaba entre anonadado y avergonzad­o.

Al llegar a Madrid, la anécdota ya estaba olvidada. O eso pensaba yo. En el Montecarlo, Alcide me comunicó que Fiorio había dicho que los seguros costaban mucho y que iba a correr con Piero Sodano de copiloto y no conmigo, como así fue. Continuamo­s siendo amigos y ahora, 50 años después, cuando nos vemos recordamos con sorna aquel incidente. Quizás gracias a que no seguí mi carrera de copiloto con los italianos, pude ser piloto en España durante 20 años. ee

«¡Rizos, estás loco, me haces ir por una autopista en sentido contrario, podíamos habernos matado!»

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