Auto-reflexiones
No son un centenar de salones, como decía alguien, sino cien años desde el primer salón celebrado allá por 1919 en el Parque de la Ciutadella barcelonés. Porque hace ahora un siglo el automóvil generaba verdadero entusiasmo entre nuestros abuelos y bisabuelos. Al poco de terminar la primera Gran Guerra, lo más difícil fue dar con el recinto adecuado para alojarlo.
«Pero incluso en tan adverso contexto, la gasolina que corría por las venas de la sociedad civil catalana hervía por organizar una exposición de coches de renombre», escribía hace poco Pere Prat en La Vanguardia. «En aquellos tiempos no había en Barcelona ningún edificio capaz de albergar una cita de tales características. Al final, se optó por ubicar los vehículos en el Palacio de Bellas Artes del Parc de la Ciutadella, que tuvo que exiliar sus cuadros y esculturas del recinto. En el gran patio central se exhibieron los automóviles, mientras que los stands de accesorios se ubicaron en los corredores laterales del piso superior. En total se contabilizaron 58 expositores. El éxito de la convocatoria fue tan rotundo que se forjaron unas sólidas bases para fomentar las ediciones posteriores. A pesar de que la intención era celebrarla al año siguiente, el evento tuvo que posponerse hasta 1922».
Desde entonces ha ido teniendo lugar más o menos cada año, con el paréntesis de la guerra civil y la posguerra, recuperándose más tarde como sección en la feria de muestras hasta devenir finalmente en salón del automóvil de pleno derecho, el único con rango internacional de este país.
Pero ya no se llama así. El Automobile 2019 cerraba sus puertas a mediados de este mes, tras diez días en liza con cada vez menos coches presentes —algo que viene siendo habitual en los últimos tiempos—, aunque lleno de eventos y actividades especiales como la
exposición conmemorativa y el espectáculo audiovisual inmersivo, todo ello en un entorno caracterizado por una creciente interactividad.
A nadie se le escapa que el futuro de la comunicación está en los nuevos formatos y en las redes. Si el papel es ya un dinosaurio tecnológico que va a ir decayendo hasta fenecer algún día (espero no tener que verlo), no cabe descartar que en el futuro los salones sean sustituidos por muestras virtuales, si es que los ingenios llamados a desempeñar la función de nuestros actuales automóviles sean capaces de suscitar algún interés o curiosidad entre el gran público.
De hecho, el propio espectáculo inmersivo de Automobile se convertía en una cápsula para llevar al visitante a través de un siglo de historia del automóvil, de Barcelona, del Salón y al futuro de la movilidad, una experiencia única con proyecciones 3D y holográficas y música con sonido envolvente en una instalación de más de 1.500 m2 que dejaba boquiabiertos a los asistentes. En otro recinto de la Fira, una muestra sobre conectividad y movilidad recibía a los visitantes con una vitrina dedicada al Auto Mapa Martin Santos, incluyendo el aparato con los mapas y todos sus archiperres y hasta el número 73 de Motor Clásico en el que nuestro estimado colega José Antonio Aldasoro contaba la historia del invento.
Al salir de Montjuic, mientras volvía a mi oficina conduciendo una analógica, petardeante y casi proscrita máquina de dos tiempos, no pude evitar preguntarme por qué razón siento que todo esto me apasiona y entristece a partes iguales. La movilidad del futuro puede ser más sostenible —debe serlo, no hay vuelta atrás—; pero, más allá del mero interés sociológico, ya no suscita ninguna emoción estética en mis sensores. Y sé que no soy el único. Tal vez nos estemos haciendo viejos o volviéndonos escépticos. O todo a la vez. mc
«No cabe descartar que, en el futuro, los salones sean sustituidos por muestras virtuales»