Rallye Ibiza-Formentera
Más allá de los tópicos ibicencos
El esc r itor Wa lter Benja mí n se enamoró de Ibiza, de «la belleza intacta de sus paisajes, el aspecto primitivo de sus viviendas rurales y las costumbres de sus pobladores». Desde aquellos años treinta a hoy, el turismo ha transformado sustancialmente ese paisaje literario. Grandes y ostentosos hoteles, majestuosos yates fondeados modernos puertos náuticos, megadiscotecas, restaurantes que combinan la arquitectura de vanguardia con la alta cocina y carreteras atestadas de un tráfico impaciente y desenfrenado configuran en la actualidad la fisonomía de las principales parroquias ibicencas: Ibiza —su capital—, Santa Eulalia, San Vicente, San José, San Antonio…
Pero todavía existe esa otra isla tradicional de calas casi salvajes, de arena fina y aguas cristalinas, casas cúbicas y encaladas, chiringuitos de playa y carreteras secundarias que serpentean por la montaña y bordean abruptos acantilados.
Andrés Castro y Pilar Debelius conocen bien una y otra cara. Viven allí cuanto sus otros deberes se lo permiten. Y desde hace unos años se han convertido en una especie de embajadores entre su cada vez más amplio círculo de amigos vinculados a los vehículos clásicos. Su rallye no tiene carácter competitivo. Ni rutómetros ni relojes ni mayores compromisos que arrancar los motores por la
mañana, echarse a rodar en caravana y hacer turismo. Es una reunión de colegas. Durante unos días, van a disfrutar lo más «chic» de las islas y descubrir, sin prisa, también esos rincones aislados del mundanal ruido, degustando un «bullit de peix» en San Antonio o admirar el baile payés tradicional delante de la iglesia fortificada de Santa Eulalia, en lo alto del Puig de Missa, esa que piratas e incendios revolucionarios han tratado de devastar a lo largo de su historia, como cuenta su párroco.
Al volante de un Jaguar E-type, un Chevrolet Corvette «Split window», un Morgan, un Mercedes-Benz 220, un Ford Fairlane, un Buick LeSabre, un Oldsmobile Cutlass convertible similar al que aparece en otras páginas de este número o incluso un Bentley 3 ½ litre de los años treinta, los participantes daban color a las rutas planificadas. Entre 25 y 30 es el tope que ponen Andrés y
AL RITMO TRANQUILO DE UN BENTLEY AÚN SE DESCUBREN RINCONES CON ENCANTO
Pilar para que no se les vaya de las manos. Gallegos, madrileños, catalanes, valencianos y locales formaban el grueso del grupo. Y algún portugués, como la joven pareja Adriano y Milene, que viajaron desde cerca de Lisboa en su Porsche 911.
Durante tres días, la caravana recorrió la isla de norte a sur y de este a oeste: Es Cubells, cala d’Hort, cala Vedella, las Salinas, Sa Caleta, cala Llonga, Santa Inés, Jesús, San Juan, Santa Gertrudis… Y, cómo no, el mercadillo de Las Dalias, donde todavía es posible encontrar algunos de aquellos hippies —ahora ya entrados en años y más aburguesados que entonces— que llegaron en la década de los sesenta a las Pitiusas en busca de sol, playa y un libertinaje que marcó, en parte, el carácter desenfado de la isla. Aún es posible encontrar casas escondidas en la montaña, pintadas con dibujos surrealistas y con cierto toque picassiano que contrastaban con el estilo conser vador del Jaguar X K 120 de los mallorquines Jaime y Carolina o el Mercedes-Benz 190 SL de Ignacio y su hija Marta.
El domingo los coches volvieron a dar brillo y porte a la bodega de carga del Posidonia, de Baleria, para trasladarse a la otra Pitiusa, Formentera. Allí el imponente Cadillac Eldorado de Corsino y Evangelina o el Lancia
ESTA ES UNA RUTA PARA DISFRUTAR DE LOS COCHES Y LOS PLACERES IBICENCOS
Delta Integrale de José y Mónica chocaban al lado de la especie autóctona predominante en la isla: el irreductible Citroën Mehari. La subida hacia el este, hasta el promontorio de La Mola, desde donde se puede divisar el istmo que une los dos brazos principales de Formentera, sirvió para abrir el apetito antes de la paella en el restaurante El Pirata.
Solo quedaba un fin de fiesta acorde a las expectativas antes del regreso a la Península. Y dónde mejor, para los más pachangueros, que en la discoteca Pachá al son de música moderna y una copa de cava. Un contraste que no hizo aguas y sirvió para ir poniendo el punto final a esta cuarta cita ibicenca. mc