Motor Clásico

Sin ambages ni firuletes

- por Andrés Ruiz

Veamos: de los españoles que ya éramos automovili­stas antes de aparecer el Ibiza (1984), ¿cuántos no t uv ieron al menos un Seat de base Fiat? Pues si hubo alguno, que haga el favor de decir qué le hizo ser una de las raras excepcione­s que confirman esa regla tan general. Yo, por ejemplo, fui seísta tardío (entré en el club en diciembre de 1974 —cuando ya llevaba seis años largos con carné de conducir y coches de otras marcas— con un 124 Sport 1800 que me trajo Papá Noel), pero luego, cual si intentase recuperar tiempo perdido, en 1975 compré un 600 para jugar a preparador (con notable éxito, por cierto) y posteriorm­ente un 850 Sport Coupé, un Panda 35, un Panda 40, un Fura Crono, un Supermiraf­iori 1600 y un Diplomatic.

Total: entre nuevos y usados, ocho en diez años, y no es que después apostatase, sino que corto ahí la lista porque como dije al inicio, me refiero sólo a aquellos Seat/Fiat de los que se decía que la marca era acrónimo de Siempre Estarás Apretando Tornillos o de Siempre Estarás Arreglando Tonterías, a lo que yo solía responder: Bueno, eso… si quieres, porque generalmen­te, si no lo haces, no pasa nada.

En efecto, mi experienci­a fue que crujían, se descuajari­ngaban, entraba agua, etc, pero aun exprimiénd­olos sin piedad desoyendo sus alertas y quejidos, averías serias… ¡ni una! De hecho, casi mi mayor temor era que fallase un piloto, porque era frecuente, había que arreglarlo… y podía ocurrir desde que el casquillo se fuese detrás de la bombilla, a que resultara imposible volver a montarlo porque los plásticos estuviesen degradados y los tornillos y sus alojamient­os podridos. Menos mal que a menudo, una palmada certera y vigorosa resucitaba la lámpara o restablecí­a la conexión que causaba el fallo.

Ahora bien, lo que merece un estudio que no cabe aquí es qué propició la difusión cuasiunive­rsal de

aquellos Seat en una época en que por la restricció­n de importacio­nes y la limitada oferta nacional, nuestro marquismo solía ser fuerte y fiel. Sí, porque mientras los renoleros mataban por su marca; los citroenist­as eran como sus coches: un mundo aparte; los authistas procuraban exculpar a los suyos aunque en algunos aspectos era tarea ardua; los simquistas del 1000 guerreaban con los erreochist­as y los del 1200 con los cientovein­ticuatrero­s; los de «don Dart», 1500, 132 y Chrysler 180 y 2 litros estaban en otro nivel; y en su momento, Ford y Opel tuvieron que hacerse hueco robando clientes fiesteros y corsarios a «los de siempre»; los seístas rivalizaba­n en vituperar su marca hasta el punto de que no pocos se jactaban de lo malo que había salido el suyo y porfiaban por el dudoso honor de poseer el garbanzo más negro. ¡Alucinante!

Pues aun así, y pese a los incontable­s mineros, renoleros, simquistas, etc que hubo, ni se me ocurriría preguntar quién no tuvo un Mini, Renault, Simca y demás, porque sé que serían muchísimos más que los noseístas, así que, convencido, repito: ¡quién no tuvo un Seat!

Por eso voy a acabar apuntando algunas posibles causas, como que de cuanto aquí se hacía y vendía, sólo los Seats eran Seats (no es una perogrulla­da), o sea, «coches españoles», y aunque basados en Fiats similares, tenían un grado de diferencia­ción superior a los de la competenci­a, que al fin y al cabo eran Citróenes, Chryslers, Dodges, Fores, Opeles, etc, es decir, «coches extranjero­s», cosa que siendo tan imprevisib­les como solemos, igual inf luyó.

Y luego, el acierto en la cobertura y escalonami­ento de la gama, las conmocione­s socioautom­ovilística­s que provocaron el 600 (utilitario popular por excelencia), los 850 (ventajosos sucesores que aportaron caprichos como el Coupé y el Spyder), la inagotable familia 124, que hizo asequible el «coche de verdad» (amplio, con motor delantero, propulsión trasera, andar alucinante e incluso un biárbol que permitía sentirse motorístic­amente europeo), y podría citar más razones, pero sería divagar en vano. El hecho es que ocurrió, y quizá leer este MOTOR CLASICO tan Seat te ayude a sacar tus conclusion­es. mc

«No pocos seístas vituperaba­n su marca y se jactaban de lo malo que había salido el suyo. ¡Alucinante!»

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