Motor Clásico

Berta se atrevió a conducir aquel vehículo a motor que construyó su marido Carl Benz en 1888. Desde entonces, la mujer ha escrito muchas páginas del automovili­smo.

En el año de la mujer no está de más recordar la influencia de lo femenino en el desarrollo del automóvil, siempre considerad­o como un feudo masculino. Más allá de las imágenes frívolas de chicas guapas junto a un coche, las mujeres han hecho mucho más.

- V. CHRISTIAN MANZ (TEXTO). ARCHIVO MANZ, DAIMLER (FOTOS)

Una de las primeras mujeres que condujo un automóvil fue Berta Benz, esposa de Carl Friedrich Benz, considerad­o el inventor del automóvil de combustión. En 1888, Berta llevó el Tipo 3 de su marido —un vehículo evoluciona­do del primer triciclo de 1886— desde Manheim a Pforzheim, unos 100 km, para demostrar la utilidad de este nuevo medio de locomoción terrestre. Su marido estaba desilusion­ado con su invento y la cantidad de problemas que generaba, no tanto técnicos, sino los relacionad­os con la aceptación del modelo entre el público. Junto con sus dos hijos Eugen y Richard, la señora Benz se lanzó a esa aventura —lo era— exclusivam­ente para demostrar que aquel triciclo podía revolucion­ar el mundo.

La policía había prohibido a Carl Benz el uso de ese peligroso artilugio con motor de explosión, apenas permitiénd­ole determinad­as pruebas muy cerca del domicilio familiar. Berta no avisó a su marido, tomó el vehículo temprano por la mañana sin decir nada… y llevó consigo a sus dos menores a un viaje de resultado totalmente incierto. Fue valiente, sin duda alguna, y desobedien­te, dos

cualidades a veces indispensa­bles para promover el cambio y no quedar atado a las cadenas del ostracismo.

Berta y sus hijos tuvieron bastantes dificultad­es a lo largo del trayecto. Los problemas mecánicos podían ser un engorro. Pero el principal quebradero de cabeza era quedarse sin el líquido (combustibl­e) que alimentaba el motor. No existían las gasolinera­s. La solución fue adquirir cierta cantidad de un producto denominado «Ligroin», que servía para la limpieza de hogar y que se vendía en las farmacias. Así, madre e hijos lograron llegar a su destino y, fundamenta­lmente, demostrar al mundo el avance que suponía el automóvil.

Históricam­ente, los franceses contextual­izan a la primera mujer conductora en el año 1892. Fue la esposa del fabricante Emile Levassor, y como Berta Benz también se lanzó a usar uno de los vehículos Panhard & Levassor construido­s por su marido, que aún no tenía volante sino un manubrio tipo «cola de vaca». Sin embargo, oficialmen­te se reconoce como precursora a Marie Adrienne Anne Victurnien­ne Clémentine de Rochechoua­rt de Mortemart, duquesa de Uzès, gran activista por los derechos de la mujer, que ha entrado en la historia como la primera fémina con permiso de conducir. Lo adquirió en 1897 a la edad de 50 años. También entró en los anales de la historia por haber sido

multada por exceso de velocidad, pues la sorprendie­ron rodando a ¡13 km/h!, en vez de los autorizado­s 12 km/h.

Lo que no se ha recogido documental­mente es quién fue la primera dama en utilizar un coche eléctrico. No deja de ser una curiosidad, ya que es probable que ocurriese aun antes de los casos mencionado­s. Comprobado está que la electricid­ad movió al automóvil desde un principio y su manejo no era más difícil que uno de combustión.

Ahora bien, quienes sí dieron importanci­a a la mujer fueron los ideólogos de los anuncios promociona­les. Era un público a tener en cuenta, exigente y abierto a sus propuestas, aunque en la mayoría de los casos eran los maridos quienes compraban el vehículo. De ello dejó constancia la marca americana Babcock en 1908, durante una reunión en el parque Delaware, en Buffalo. En una imagen de archivo se ve un grupo de coches solo con señoras al volante. Los Babcock eléctricos fueron fabricados entre 1906 y 1912 y tuvieron mucho éxito entre el público femenino.

En este sentido, los anuncios de los modelos Ohio destacaban principalm­ente su peculiar conducción: a través de un botón circular lateral —«Tan fácil como girar el pomo de una puerta», decía el anuncio— se aceleraba y desacelera­ba el vehículo, mientras que una especie de bastón largo servía para accionar la dirección, solo que para girar a la derecha se empujaba hacia delante y para ir a la izquierda, hacia atrás.

En los catálogos de las distintas marcas de coches eléctricos se hizo mucho hincapié en el papel de la mujer. En uno del Pope-Waverly de 1906, por ejemplo, se decía que este tipo de automóvil representa­ba «el deseo más profundo de ella». El marido prefería el coche de bencina y la esposa, el vehículo eléctrico. Finalmente, el hombre compraba el coche eléctrico para su esposa, pero luego resultaba que era el esposo quien más hacía uso de él.

Durante el cambio de siglo, dos de las grandes defensoras de los coches eléctricos fueron Clara, mujer de Henry Ford, que prefirió usar solo los eléctricos desde el principio, y Mina, esposa de Thomas Alba Edison, quien ayudó y apoyó a su marido en sus muchos inventos y mejoras aplicadas al automóvil.

La marca Columbia, por ejemplo, hacía gala de que su mejor cliente eran las mujeres, como se puede constatar en la lista de venta publicada en un catálogo de la época, haciendo referencia a los personajes ilustres de Nueva York

que los compraron, entre ellos, varios miembros de la familia Rothschild y Guggenheim.

Las empresas que producían coches eléctricos entendiero­n rápidament­e que su público objetivo no residía en los hombres, sino en las mujeres. Así que los anuncios empezaron a profundiza­r en lo fácil que resultaba su conducción y lo apto que era para ellas y para sus hijos.

Otra luchadora fue Sophie Marie Scheller, que contrajo matrimonio con Adam Opel en 1868. Ayudó a su marido a montar la fábrica de máquinas de coser y de bicicletas. Tras la temprana muerte de Adam en 1895, quedó sola con cinco hijos pequeños, pero se encargó de sacar la empresa adelante. Con la ayuda de sus hermanas Dorothée y Elisa, terminó las obras de la fábrica de Rüsselshei­m hasta completar su transforma­ción en una moderna industria para más tarde producir automóvile­s. La valiente viuda logró sacar tiempo para dedicarse tanto a la empresa como a la crianza de sus hijos, que luego entraron en el negocio familiar.

Y, claro, también llegó el momento de que las mujeres se pusieran al volante de un coche de carreras. De aquellas pioneras destacó Elsa Degli Albrizzi di Este, de noble familia, muy interesada en todas las novedades tecnológic­as de entonces. Compró un automóvil Benz antes del cambio del siglo y fundó en 1899, junto con otros aristócrat­as, el Club Automobili­sti Veneti, siendo elegida ella su presidenta. Ese mismo año organizaro­n una prueba deportiva, el Gran Premio Padova-VicenzaThi­ene-Bassano-Treviso-Padova, con un total de 172 km. Elsa participó con su Benz, radiador modificado, y terminó segunda en su categoría y novena en la clasificac­ión general.

También Marie Labrousse se inscribió con un PanhardLev­assor en la carrera Bruselas-Spa de Francorcha­mps, que tuvo lugar el 1 y 2 de julio de 1899… y terminó tercera en su clase.

Dos años después se vio competir a algunas mujeres en el Bois de Boulogne de París, pero fue la piloto británica Dorothy Elisabeth Levitt, activista feminista, periodista y escritora, y sobre todo automovili­sta, quien batió varios récords de velocidad en 1905. Dorothy condujo un DeDion-Bouton desde Londres a Liverpool, en un recorrido de ida y vuelta, en solo dos días (eso sí, no precisamen­te a la velocidad permitida por ley). Meses más tarde fue registrada a 146,26 km/h, considerad­o el récord de velocidad femenina en tierra. A raíz de ello, los británicos la llamaron «la chica más rápida del mundo».

En 1909, la Levitt publicó su libro «The Woman and the Car: a chatty little handbook for all woman who motor or who want to motor», algo así como «La mujer y el coche: un manual amigable para todas las mujeres que compiten o desean hacerlo». Daba consejos y, sobre todo, trató de que las mujeres perdiesen el miedo a lanzarse a la carretera.

Con el paso del tiempo, las mujeres continuaro­n participan­do en acontecimi­entos automovilí­sticos como

la «Ruta Príncipe Enrique» (Prinz-Heinrich-Fahrt) en Alemania y el Rallye de Montecarlo que, tras su readaptaci­ón en 1924 —después de la Gran Guerra—, los responsabl­es se animaron a invitar oficialmen­te a «mujeres, motos y motos con sidecar» (sic). En 1925, madame Marika terminó segunda y dos años más tarde se creó la Copa de las Damas.

Fue el mismo año en el que los alemanes quedaron boquiabier­tos en las carreras del Nürburgrin­g viendo cómo conducía Elisabeth Junek (Eliska Junková), una mujer elegante y fina, esposa de un banquero de Praga, que corría como el diablo con un Bugatti. Elisabeth también participó en la Targa Florio de Sicilia y pilotos como Campari, Materassi, Divo y Chiron tuvieron que emplearse a fondo para no ser superados por ella.

Ya en tiempos más modernos, la francesa Michele Mouton y la italiana Fabrizia Pons ganaron el Rallye de San Remo en 1981, una prueba puntuable para el Campeonato del Mundo de la especialid­ad. En 2001, la alemana Jutta Kleinschmi­dt ganó el durísimo París-Dakar en 2001, la única mujer que lo ha hecho hasta hoy día.

Desde aquellos años hasta nuestros días, con las primeras mujeres al volante de coches de Fórmula 1 (María Teresa de Filippis en 1958 fue la primera), y actualment­e también en la Fórmula E (eléctricos), figuran mujeres que están conseguido laureles.

También ellas han intervenid­o directamen­te en la evolución técnica del automóvil. En ocasiones, proponiend­o pequeños grandes detalles, como el limpiapara­brisas que quiso patentar Mary Anderson en 1902, aunque nadie quería ver su utilidad; el intermiten­te de «flecha» de Florence Lawrence; y la idea de llevar el aire caliente del motor al habitáculo para poder subir la temperatur­a en el interior a modo de calefacció­n, una idea pensada por Margaret A. Wilcox ya en 1893.

En 1990, la francesa Elisabeth Bougis, en su condición de jefa de producto de coches pequeños de Renault, tuvo mucha responsabi­lidad en la creación del singular Twingo. En idéntico sentido, la irlandesa Rosy Mary Farenden intervino en el desarrollo del Ford Focus.

En España, encontramo­s la figura de Elvira Beloso, encargada del parque automovilí­stico de prensa de Seat. Fue ella quien guardó y conservó en rincones escondidos de Zona Franca algunos de los modelos más emblemátic­os de la marca. En parte gracias a ello, Seat cuenta hoy con su colección modelos históricos. mc

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 ??  ?? Pioneras. Berta Benz quiso demostrar en 1888 que el invento de su marido Carl tenía futuro (izquierda). Pronto, las jóvenes aristócrat­as encontraro­n en el automóvil un avance en la libertad de movimiento: «El coche que cumple con las necesidade­s de la mujer», anunciaba Baker Electric.
Pioneras. Berta Benz quiso demostrar en 1888 que el invento de su marido Carl tenía futuro (izquierda). Pronto, las jóvenes aristócrat­as encontraro­n en el automóvil un avance en la libertad de movimiento: «El coche que cumple con las necesidade­s de la mujer», anunciaba Baker Electric.
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 ??  ?? A golpe de manivela. Una señora arrancando su Darracq de 1905 y, arriba, Mary McConnell Borah, esposa del senador de Idaho, a los mandos de un Baker Electric, más fácil de conducir que uno con motor de explosició­n.
A golpe de manivela. Una señora arrancando su Darracq de 1905 y, arriba, Mary McConnell Borah, esposa del senador de Idaho, a los mandos de un Baker Electric, más fácil de conducir que uno con motor de explosició­n.
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 ??  ?? Un invento sin género. Para demostrarl­o, la marca Babcock (izquierda) promoció esta imagen de una reunión de coches eléctricos en el parque Delaware, en Buffalo, con más mujeres que hombres puestos a sus mandos. Arriba, dos damas conduciend­o sus respectos De Dion-Bouton en el «Bois de Boulogne» de París hacia 1901.
Un invento sin género. Para demostrarl­o, la marca Babcock (izquierda) promoció esta imagen de una reunión de coches eléctricos en el parque Delaware, en Buffalo, con más mujeres que hombres puestos a sus mandos. Arriba, dos damas conduciend­o sus respectos De Dion-Bouton en el «Bois de Boulogne» de París hacia 1901.
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 ??  ?? En familia o con amigas. Una mujer y su supuesta hija conduciend­o, a golpe de manubrio, un Pope Waverley Victoria. Arriba, cuatro señoras participan­do en un carrera en 1908.
En familia o con amigas. Una mujer y su supuesta hija conduciend­o, a golpe de manubrio, un Pope Waverley Victoria. Arriba, cuatro señoras participan­do en un carrera en 1908.
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A toda velocidad. En un mundo de hombres, la cazarrécor­ds Dorothy Levitt —abajo en un Napier 26 CV— y Kay Petre —a la izquierda, al volante de un Riley Brooklands— demostraro­n que también tenían un hueco en competició­n. Arriba, la piloto Elizabeth Junek sentada en un Ricart 266 (1927).
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