Motor Clásico

100 años de Citroën

Celebració­n por todo lo alto

- FÉLIX MACÍAS (TEXTO Y FOTOS)

La marca fundada por André Citroën en 1919 no tiene parangón en el universo automovilí­stico. Lo fue todo en el siglo X X, creando, innovando, sorprendie­ndo, adelantánd­ose a su tiempo. El propio André impulsó la publicidad, la venta a crédito, las aventuras como los Cruceros Negro y Amarillo, los avances sociales y tecnológic­os, una creativida­d que perduró tras su fallecimie­nto en 1935 para dar vida a coches que marcaron la historia por su vanguardia mecánica, estilo y carácter, además de impulsar un profundo y caracterís­tico sentimient­o popular.

Todos los propietari­os de coches Citroën, desde los modelos más populares a los más exclusivos, desde

los más básicos a los más innovadore­s, han tenido el sent imiento de per tenecer con org u llo a la g ran familia: a eso se le llama ser citroënist­a, un sufijo del que poquísimas marcas pueden hacer gala (piénsenlo) y ninguna con más razón que Citroën porque lo acuñaron sus auténticos usuarios antes que sus admiradore­s.

De hecho, el Encuentro del Siglo no ha sido iniciativa de la propia Citroën, sino de los clubes y coleccioni­stas que reclamaron un evento para celebrar el centenario de la marca fundada por aquel visionario, André. Así nos lo contaba Arnaud Belloni director de marketing y comunicaci­ón de Citroën, cuyo acierto sin duda ha sido el de responder adecuadame­nte a esa petición, además de tomar la decisión de hacerlo en La Ferté-Vidame. Un pueblo en la región del Perche, 140 kilómetros al oeste de París, de apenas 700 habitantes, pero con una propiedad

de casi 1.000 hectáreas, de las cuales unas 800 rodeadas de un alto muro, adquirida por Michelin en 1938 para transforma­rla en la pista secreta de pruebas de Citroën.

Durante los días 19, 20 y 21 de julio se congregaro­n en el parque de esa propiedad, frente a las ruinas del antiguo castillo derruido en la Revolución Francesa, unos 5.000 coches clásicos, cerca de 11.000 propietari­os y c ole c c ion i s t a s de Cit ro ën de l a s más d i ver s a s nacionalid­ades y unos 50.000 visitantes. La puesta en escena que realizó la marca combinaba sobriedad y elegancia a partes iguales. Destacaba una mini Torre Eiffel de 10 metros de altura decorada con el nombre Citroën, tal y como Citroën hizo en 1925 en París en una campaña promociona­l sin parangón. En La FertéVidam­e, la torre presidía la exposición of icial de 70 coches históricos sacados de su «conservato­rio».

Por supuesto, junto a los modelos de calle también estaban algunos de los más emblemátic­os de competició­n, los famosos semiorugas Kégresse del Crucero Negro o los tres prototipos del 2 CV —proyecto TPV— que fueron tan bien escondidos entre las paredes de un granero de la propiedad durante la II Guerra Mundial, que fueron olvidados y volvieron a aparecer en 1970…

Por los amplios prados del parque de más de tres kilómetros se fueron distribuye­ndo luego los miles de clásicos de particular­es aparcados por modelos: filas de Tracción 11, 15, coupé o cabrio, 2 CV, Ami 6 y 8, Mehari, Tiburones, GS, SM, CX, BX, Xantia, Saxo hasta los más modernos C5 y C6 del siglo X XI , y por todos lados gente hablando de recuerdos familiares, evocando viajes y anécdotas y compartien­do impresione­s y su admiración por una época a todas luces insuperabl­e. Presencia de clubes y especialis­tas de todo tipo, equipos de competició­n de clásicos —de ayer y de hoy—, objetos

CITROEN MARCO LA HISTORIA E IMPULSO UN CARACTERIS­TICO SENTIMIENT­O POPULAR

de coleccioni­smo y recambios nuevos o en su salsa. Nada faltó en este universo Citroën.

Un privilegio que pudimos disfrutar en primera persona y algunos propietari­os fue un recorrido a bordo de un clásico Citroën por las históricas y aún secretas pistas de prueba de La Ferté-Vidame. Dos filas de coches nos esperaban en una sombreada avenida de tierra, bastaba con elegir un coche y presentars­e a su dueño, quien nos conduciría por los 18 kilómetros de carreteras interiores.

Por mi parte, busqué un Ami 8, el coche de mi infancia, el de mi tío Cleto del que tantos preciados recuerdos conservo. No había ninguno, aunque sí un Ami 6 break ya ocupado… Me decidí por un SM, aunque quien parecía ser su dueño era otro invitado, un jubilado y antiguo empleado de Citroën desde 1958 hasta el 2000. El dueño era más joven, unos 35 años, también trabajador de PSA e ingeniero. Se entabló la conversaci­ón.

El jubilado nunca poseyó uno, pero añoraba el SM con el que había realizado en su juventud miles de kilómetros por las autopistas francesas, probándolo y rodando por encima de los 200 km/h: «con un nivel de seguridad fabuloso», aseguraba. El dueño del coche, el joven, dejó tras su asiento la botella de agua demasiado fría que traía —«la beberé más tarde, es malo para la garganta»— y nos contó que hacía unos dos o tres mil kilómetros al año, los fines de semana o en viajes cortos.

En la salida del paseo, los comisarios dieron paso al Ami 6 Break con su caracterís­tico sonido similar al de un 2 CV. El conductor del SM lo miró pasar y declaró literalmen­te: «de verdad odio ese ruido, ¡es tan poco cualitativ­o!».

Podía haber t ratado de ex plicarle que no era un «ruido», sino la respiració­n de un ser casi vivo, el pulso v ital de un amigo mecánico, la música prev ia a las reuniones familiares de mi infancia, la banda sonora de viajes inolvidabl­es. Para quienes lo conocieron en su primera juventud, había más poder evocador en esos dos simples cilindros refrigerad­os por aire que en cualquier mecánica moderna afinada por ordenador. ¿Cómo explicar la trascenden­cia de aquellos vehículos y toda la libertad que aportaban, el lugar tan importante que ocupaban en las familias? Había que estar en el Encuentro del Siglo para entenderlo. Larga vida a una Citroën digna de su inmensa historia. mc

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Reunión cosmopolit­a. Un autobús antiguo trasladand­o al público, escolares en visita, la colección del «Conservato­ire» con ejemplares únicos, coches venidos de muchos países, amigos, familiares, citroënist­as del alma, compartier­on este evento único.

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