Motor Clásico

A ambos lados de la barrera

- por Ricardo Muñoz

En 1980, en mi calidad de reportero del Campeonato del Mundo de Rallyes para la revista AUTOPISTA, acudí al Costa de Marfil, la prueba africana tan difícil o más que el Safari de Kenia. La carrera partía de Abidjan, en la costa atlántica. Desde allí subía hasta Yamoussouk­ro, en el centro-norte del país, bajaba luego por un bosque inmenso hasta San Pedro, de nuevo en la costa, y concluía en Abidjan.

Para el v iaje, a lquilé un vet usto Toyota Corolla cupé de dos puertas que tenía una suspensión trasera torcida. Aun así, los de Hertz se atrevieron a decir que me debía responsabi­lizar de los daños del coche. Me acompañaba­n Martin Holmes, el belga Michel Lizin y Hugh Bishop, contentos de tener coche gratis en tan largo periplo.

En Abidjan, tuve mi primer encontrona­zo; fue en el hotel con el servicio de habitacion­es. El primer día, cuando entré en la mía encontré una iguana suelta y, ni corto ni perezoso, la cogí —con más miedo que vergüenza— y la tiré por la ventana. Al día siguiente, después de salir de la piscina, mismo episodio: vi otra iguana y tras larga persecució­n logré también echarla de mi cuarto. Al poco entró una señora del servicio, muy enfadada, que me espetó «que no podía comerme las iguanas, que estaban allí para que ellas se comiesen a las serpientes y otros bichos…».

En el viaje a Yamoussouk­ro, donde vivía el dirigente del país, seguimos una carretera que 200 km antes de la ciudad tenía una farola cada 50 o 100 metros. Según decían, su iluminació­n se veía desde el espacio. Allí, en torno al palacio del presidente Félix Houphuet Boigny,

había un lago con un montón de cocodrilos gigantes. La gracia de los turistas era comprar un pollo en una tienda y tirárselo a los saurios, que se peleaban por la presa. Había uno particular­mente enorme que no se movía. Un fotógrafo italiano, Tiziano Biasioli, comenzó a hacerle fotos. Se fue animando, bajó y se acercó al bicho. En ese momento, el cocodrilo pegó un golpe tal con su larga cola que dobló los gruesos barrotes de hierro que circundaba­n la laguna del palacio. Según decían los lugareños, en aquella mansión estaba recluido Idi Amin Dada, el famoso dictador de Uganda acusado de antropofag­ia….

De vuelta a la ruta, lo más difícil fue la bajada hacia el sur, hacia San Pedro. La carretera —por llamarla de alguna manera— se retorcía entre árboles altísimos y tenía el suelo muy húmedo. Nos quedamos atascados varias veces y no vimos nada más que dos o tres camiones en 600 km.

El rallye lo ganó Björn Waldegard, por delante del argentino Jorge Recalde, en un recordado doblete de los Mercedes-Benz 500 SLC Grupo 2 oficiales. Durante aquellos días, en los muchos momentos que andaba yo entre los pilotos en los parques cerrados y después de cada etapa de la competició­n, me había hecho amigo de la hermana de Recalde. Como yo era el único que por allí hablaba español, se enrollaba bastante conmigo. Gracias a ella, conseguí una entrevista con Jorge, muy ocupado por su Mercedes y por el resultado. Claro que, previo al encuentro con el argentino, volví a caer en la cuenta de que las palabras hay que medirlas mucho. Unos días antes le había comentado a la moza: «A ver si mañana cojo a tu hermano en la piscina y le hacemos unas fotos». La tía comenzó a partirse de risa, llamó a su hermano y le dijo voz en grito: «Jorge, dice el pibe gallego que mañana te quiere coger (que en argentino significa follar) en la pileta…». La coña fue buena. Eso sí, conseguí mi objetivo. mc

«Jorge Recalde quedó segundo en el Costa de Marfil y yo conseguí una entrevista, pero ojo con la guasa de su hermana»

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