Con una historia muy ajetreada, este Pegaso Z102 Touring pasó por un remoto taller manchego para hacerle un lavado de cara.
Hace ya más de cinco años, el erudito pegasista alcarreño Roberto López me ponía sobre aviso de una increíble aparición: todo un Pegaso Z-102 había aparecido en un taller de un remoto pueblo manchego. Por las oscuras fotos que me enviaba, parecía tratarse de un coche recién descubierto tras largos años cogiendo polvo en algún garaje, pues tenía bastante pátina y varias piezas estaban desmontadas. Una vez fuimos capaces de conseguir el nombre del taller, apenas tardé un día en coger mi coche y desplazarme hasta allí, y lo que me encontré puede verse en las fotos de este artículo, aunque hice muchas más. Por un momento pensé que quizá mi humilde Volkswagen se había transmutado en DeLorean, pues al llegar la escena más bien parecía de una postal de los años 70. Una calle desértica con pequeñas casas blancas de una sola altura, aceras estrechísimas y allí en medio, un taller mecánico con su portón completamente abierto. Apoyada en la puerta exterior y como si tal cosa, estaba una de las valiosísimas llantas Borrani del Pegaso, y en el interior, pero casi asomando hacia afuera, estaba el “Pegasín”. Yacía sobre sus dos ruedas traseras, pues la mitad delantera se sujetaba con un elevador, y gran parte del coche ya había sido desmontado. La carrocería Touring “Superleggera” de aluminio estaba siendo embadurnada
en masilla, y en su interior, y gracias a que el tapizado había sido parcialmente desmontado, asomaba el entramado de tubos de su estructura, bastante oxidados. En el taller nos confirmaron que el coche había sido llevado allí por su propietario con la intención de darle un somero lavado de cara, por lo que no se iba a desmontar en profundidad, ni de mecánica ni de carrocería. ¡La clase de restauración que se efectuaba hace 30 o 40 años! Pero ahora. Tuve la suerte de campar a mis anchas, y pude meter mis narices hasta lo más profundo del Pegaso, descubriendo que en algunos rincones af loraba un todo verde metalizado que tenía toda la pinta de ser el original… aunque allí mismo me confirmaron que enseguida iba a ser repintado en el color blanco hueso no original con el que había llegado. También se le remontaron las modificaciones que había sufrido el frontal durante los años 60, que consistían en pilotos y tulipas de Seat, o la eliminación de la cruz original a favor de un antiestético conjunto paragolpes-adorno vertical al estilo de algunas transformaciones que hizo Pedro Serra, y que a gusto del que esto escribe le sientan al coche “como a un santo dos pistolas”. En cuanto a la historia de la unidad, se trata de la tercera de las cuatro Berlinetas Touring de segunda serie construidas con volante a la derecha, dotada como las otras con motor de 3.200 cc y en este caso con tubos de escape por debajo de la carrocería y aperturas de ventilación en las aletas delanteras. Originalmente portaba el número de chasis 102*153*0165, pero según investigaciones de Roberto López, el coche recibió posteriormente la documentación y número de chasis de una de las dos Berlineta Touring especiales que se construyeron para participar en la famosa Carrera Panamericana de México. Su primer propietario fue Antonio Lorenzo, proveedor de piezas Pegaso en Madrid en aquella época, y hasta la actualidad ha pasado por manos de numerosos coleccionistas… aunque ninguno ha procedido a restaurarlo debidamente, recuperando su aspecto original.