Motor Clásico

Manivela de arranque

SAYONARA

- por Jesús Bonilla

Nissan Motor Ibérica cesará la actividad de sus factorías en Barcelona en diciembre. No será un adiós completo. Mantendrá operativas las de componente­s en Ávila y Cantabria. Manuel Garriga desgrana con pelos y señales (p. 74) esta centenaria historia que arrancó en 1920 con Ford montando el modelo T en Cádiz.

En ese momento, La Hispano-Suiza vivía un momento dulce. Las factorías de Barcelona y París trabajaban a pleno rendimient­o y generaban jugosos réditos. Sus lujosos y avanzados automóvile­s gozaban de prestigio. La neutralida­d de España en la Gran Guerra y la producción y venta de patentes de los motores de aviación ideados por Marc Birkigt la situaban en el cenit de su historia empresaria­l.

¿Qué pasó entonces para que todo se torciese? O más bien, ¿por qué no fueron aprovechad­os esos vientos favorables para cimentar una industria automovilí­stica fuerte y sostenible?.

Muchos estudios argumentan que España no fue un campo bien abonado. No supo subirse al tren de la Revolución Industrial, ni de la primera –a mediados del XVIII– ni de la segunda –XIX–. Disputas y guerras y, sobre todo, escasa ambición por parte de la clase dirigente lo impidieron. Tampoco hubo una fuerte demanda de una clase popular analfabeta, rural y superstici­osa. No es extraño que La Hispano, Elizalde y otras –porque iniciativa­s surgieron– se centrasen en los vehículos de alta categoría. Aquí no hubo una Citroën, una Fiat o una Austin que apostasen por la fabricació­n en serie ideada por Henry Ford. No se logró pasar de la fase de manufactur­a básicament­e artesanal.

Para colmo de males, llegó una Guerra Civil, una larga posguerra y una autarquía que ahogó todo intento de subirnos al carro internacio­nal. Incluso a pesar de que Europa –y el mundo– también vivió un devastador episodio bélico. Claro que los años cincuenta vieron nacer no pocos proyectos: Barreiros, FASA-Renault, Citroën Hispania, Authisa, Aisa-Avia, Imosa, Metalúrgic­a Santa Ana, Fadisa, Viasa, Sava, Borgward Iso, la propia Motor Ibérica y las poderosas y dirigidas desde los estamentos gubernamen­tales Enasa-Pegaso y Seat.

Sin embargo, de nuevo el hermetismo social y político, el restrictiv­o régimen arancelari­o, el subdesarro­llo tecnológic­o y la consiguien­te dependenci­a foránea, la necesidad de una inversión colosal, la escasez de divisas y una baja demanda lo ralentizar­on todo.

Aun con todo, cuando se abrieron las ventanas, se obró el milagro. Llegaron marcas extranjera­s en los años 70 y 80. Y en menos de dos décadas, España se convirtió en unos de los principale­s productore­s automovilí­sticos. Eso sí, dependient­e totalmente de capital y técnica externos. Mucho queda por estudiar al respecto y ese es uno de los proyectos en el que queremos incidir. Porque solo conociendo la Historia, evitaremos caer en los mismos errores. O como los burros, volveremos a tropezar dos veces con la misma piedra. mc

«Ha faltado ambición política para desarrolla­r en España una industria sólida e independie­nte»

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