Sin ambages ni firuletes
Sincera mente, yo no sabía que “Generación del 50” es una f iliación literaria, pero da igual porque a quienes me refiero es a los españoles nacidos en el año 1950. No en sus anteriores o posteriores cercanos, pues esos se adelantaron o se perdieron algo, sino en uno de sus 365 días, y sin ambages ni firuletes proclamo mi convicción de que hasta ahora somos la generación más afortunada de nuestra historia. Ahí queda eso y ahí van algunos motivos de mi creencia.
No hemos sufrido guerras ni lo peor de nuestra posguerra. Nacimos cuando aún había carencias y racionamiento, pero no penuria severa generalizada, y ya nos pudieron alimentar con Pelargón y curar con antibióticos, dos privilegios que hoy quizá parezcan nimios, pero evitaron muchas malnutriciones y salvaron muchas vidas. Y pudimos jugar en la calle. Y la escolarización que tuvimos nos infundió una formación que al menos a mí sigue siéndome utilísima y me ha permitido desarrollar raciocinio.
Por tener, hasta tuvimos un Franco vivo contra el que estar, en vez de tener que estar contra el relato franquista de los que sin haber nacido cuando él murió, nos cuentan por ley lo que entonces vivimos, pensamos y sentimos quienes le conocimos, cosa nada baladí porque a los españoles, unirnos y movilizarnos a favor de algo es dificilísimo, pero contra alguien o algo… está chupado, y como prueba, recordemos cuán popular fue el dicho “Contra Franco vivíamos mejor”, precoz manifestación irónica de desencanto democrático, que ahora, trasmutado en “Contra Franco se vive mejor”, es modus vivendi de avispados.
Pues para que conste, los cincuenteños –como miembros de familias tipo– vimos o vivimos lograr derechos, libertades y poder adquisitivo, pasar de realquilados a alquilados…, a propietarios… y a propietarios de seg undas v iv iendas, y también tener un primer coche… y luego más de uno, escasillos de prestaciones, sí, pero los trucábamos con ilusión y resultados espectaculares, y con ellos y después con otros que ya andaban muy dignamente (como los Seat biárbol) pudimos disfrutar pie a fondo por carreteras emocionantes, contaminando sin conciencia y sin que nos vituperasen, y atendiendo más a las circunstancias circulatorias y viales que a prever radares, vigilar cortapisas y resistir distracciones.
Aun así, aquello no nos satisfizo y envidiamos a “los europeos” (España era diferente), pero envidiar lo vedado nos empujó a avanzar con la gratísima sensación de ir siempre a más y a mejor. Y cuando ya acariciamos la situación actual (que declino calificar) y tuvimos más Audi, BMW, Mercedes y Volkswagen que los alemanes, nos quejamos de que no había justicia social. Y como parece que todo ese tránsito apenas nos costó, subestimamos lo logrado y frivolizamos con cambiarlo por algo incierto.
Además, ahora que nuestra mente pasa cada vez más y el cuerpo ya nos pide menos guerra, podemos asistir con más indiferencia que tristeza a recortes de libertad, a alienaciones degradantes y a la carrera hacia el abismo. Y a medida que los amantes de la comodidad y libertad que sólo proporciona el automóvil privado perdemos facultades, las normas crecientemente restrictivas mitigan nuestra pena, y las ayudas a la conducción prorrogan nuestra decadencia. Y cuando finalmente debamos renunciar al placer de conducir, quizá la conducción autónoma llegue a tiempo de resolvernos la movilidad, así que el tiempo y la tecnología aliviarán nuestra vejez.
Podría seguir argumentando, pero como vale más dar pena que envidia, mejor no alardeo. Eso sí, para acabar señalo que cuando por edad y salud va resultándonos menos apetecible y más fatigoso viajar lejos, nuestra riquísima diversidad cultural incluso nos ev ita salir de España para disfrutar la ensoñación extranjerística de no comprender las señalizaciones y las rotulaciones… ¡ni entendernos con nuestros compatriotas! ¿Podríamos pedir más…? Pues, hombre, ya puestos…, ¿qué tal la eutanasia legal? Tal vez fuera demasiado, pero… En fin, lo dicho: ¡qué pedazo generación la del 50! mc
«Los cincuenteños pudimos disfrutar pie a fondo por carreteras emocionantes y sin tener que intuir radares»