Motor Clásico

UN SEÑOR BOHEMIO

- por Jesús Bonilla

Fue el pr i mer c olabor ador, como tal, que conocí c ua ndo apenas l levaba yo unos días yendo por aquel minúsculo cuartito de Luike-Motorpress en la calle de Ancora, en Madrid. Debió ser en febrero o marzo del ya remoto 1991. Su bigote, el pelo canoso y el porte de señor bien le daban un aspecto bohemio. Un tanto trasnochad­o incluso a la vista de un jovenzuelo de 22 años. O eso me pareció.

No me equivocaba en lo de bohemio. Hasta donde llegué a enterarme entonces, Emilio Polo se dedicaba “a los coches antiguos”. Pocos días después, le acompañamo­s Rafael de la Torre, redactor jefe en funciones y yo, a Salamanca a visitar a un amigo suyo y coleccioni­sta de esos “coches antiguos”. Era Manuel González. Además de ver su garaje, se me quedaron grabadas a fuego las lentejas que comimos, regadas con un par (o más) de botellas de Vega Sicilia. Si eso entraba en el trabajo más o menos cotidiano de una revista como Motor Clásico, no había elegido mal, pensé.

Revisando aquellos años, he encontrado que el primer artículo de Emilio fue un reportaje sobre la Copa Cataluña de 1908, en el número 25, febrero de 1990. Y el artículo con el que inició su larga saga de Hispano-Suiza publicados fue en abril de 1991 (MC 39). Fue un modelo 8/10 HP de 1914. Desde entonces, Emilio Polo y los Hispano-Suiza se convirtier­on en binomio inseparabl­e en nuestras páginas y en las muchas que luego escribió en su obra magna sobre la marca "ESPAÑOLA", como él solía enfatizar.

Luego, a pesar de nuestra diferencia de edad, congeniamo­s y establecim­os una amistad más allá de lo formalment­e profesiona­l. A sus hijos Carlos y a la pequeña Ana, ambos también colaborado­res de esta revista años después, los conocí en las ferias, a donde Emilio y María Francisca acudían con ellos y sus coches en venta.

Era imposible enfadarse con él. Aunque su anarquía en la fecha de entrega de los artículos llegase a desesperar­me en ocasiones. “¡Jesús, estoy muy enfadada contigo!” me espetó un día María Francisca. “¡Pues no va Emilio, nos lleva a Marbella a mis hijas y a mí –donde iban a pasar la Semana Santa–, nos suelta las maletas en el puerta de casa y dice que se vuelve a Madrid porque tenía que entregarte un artículo al día siguiente…!"

Así era él, había que quererle y perdonarle sus horarios y calendario­s porque luego el resultado no dejaba lugar a dudas: era un profesiona­l como la copa de un pino. “Jesús, tengo una exclusiva para la revista, un coche único”, me decía por teléfono a horas intempesti­vas. “¿Qué es, Emilio?” “Tranquilo, ya te contaré…” Y colgaba, dejándome así, en ascuas, una y otra vez.

Hacía unos años que se había retirado a su Salamanca natal, “a pescar y a leer”, me contaba con la voz relajada y tranquila de siempre. Ahora, mirando atrás, echo de menos aquellas charlas y peleas con su buen amigo y también colaborado­r Julio de Santiago, defendiend­o cada uno en qué eran mejor y peor los Hispano y los Rolls. Cada cual aportaba su tesis en pro o en contra de una y otra marca. Incluso llegamos a trasladar a la revista ese debate en una serie de artículos que originaron otro segundo choque –cordial y argumentad­o– entre lectores.

No te olvidaremo­s, amigo. Gracias, maestro. D.E.P. mc

«Siempre me pareció un bohemio. Un señor nacido en una época que no le pertenecía»

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