Motor Clásico

EL ÚLTIMO CABALLERO

EMILIO POLO

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El día 8 de septiembre, dedicado en Salamanca a la Virgen de la Vega, patrona de la ciudad, falleció Emilio Polo, al que un cáncer se llevó en apenas dos meses desde su detección. Me pide Jesús Bonilla que escriba unas líneas, y me he visto en un aprieto mayor que el de Lope de Vega con el soneto de Violante. Porque la verdad es que a medida que golpeo las teclas se me agolpan los recuerdos en la garganta, hasta casi ahogarme. Pero le he dicho que sí, y he de hacer frente al compromiso. Como homenaje a mi padre, se lo entregaré el día de cierre, a última hora, que era como él gustaba de hacerlo.

Mi padre empezó con esto de los coches antiguos allá por 1970, el mismo año en el que yo nací. Compró un viejo Morris Roadster de los años treinta, que alguien había dejado abandonado en un garaje de pueblo, lo reparó y comenzó a usarlo. No mucho tiempo después lo vendió y obtuvo un pequeño beneficio, que le sirvió de acicate para buscar más de estos coches, que por entonces se encontraba­n como aquel Morris olvidados en fincas, graneros y garajes.

Así, no tardó en dejar sus negocios para dedicarse en exclusiva a los coches antiguos, un mundo que le atrapó hasta consagrar a él su vida. Emilio Polo era una persona extroverti­da y afable, de modo que no tardó en hacerse un hueco en el entonces reducido mundo de los profesiona­les y aficionado­s al coche de colección. Lector infatigabl­e, dominado por la curiosidad, investigó y se documentó hasta ser una autoridad en la materia.

De este modo llegó a La HispanoSui­za, la gran pasión de su v ida. En los años ochenta aún no era muy conocida la historia de la marca. Se sabía, eso sí, de su enorme prestigio y calidad. Pero los franceses la reclamaban como suya, y no ex istían voces autorizada­s ni obras históricas capaces de desmentirl­es. Durante años y años, mi padre reunió cuanta informació­n pudo, aunque la verdad, no era mucha.

Un paso importante para él fue el nacimiento de Motor Clásico, la publicació­n de la que primero fue lector y posteriorm­ente colaborado­r imprescind­ible. Él elevó la revista a otro nivel, y la revista le correspond­ió dándole el reconocimi­ento público que merecía. Gracias a ese prestigio la familia Suqué-Mateu le permitió, finalmente, acceder a los archivos de La Hispano-Suiza, que aún conservan.

Se sumergió así en un nuevo reto, dar forma a una obra histórica a la altura de la marca. Y no sólo fue capaz de escribirla, sino que contagió su entusiasmo a un grupo de amigos que financiaro­n la carísima publicació­n de este primer tomo de la historia de La Hispano-Suiza. Todos cayeron imbuidos por la calidad de la obra y el entusiasmo de mi padre. En cierto modo, este libro cambió muchas cosas, para empezar la percepción de la marca, clarísimam­ente española en todo el tiempo que se dedicó a la producción de automóvile­s. La Asociación de Historiado­res Franceses lo concedió el “Premio Nicholas-Joseph Cugnot” como la mejor obra histórica del año, y el Club Hispano Suiza de California invitó a mi padre a dar conferenci­as en su país. Esto son sólo dos muestras de lo excelso del trabajo.

Emilio Polo tardó treinta años en concluir su trilogía sobre La Hispano-Suiza. Creo que esto pone de relieve la magnitud de la obra que se echó sobre los hombros, y supo terminar con la calidad y la entrega con la que había iniciado el trabajo.

En todo ese tiempo continuó con la labor divulgativ­a, no sólo de La HispanoSui­za, sino de la historia del automóvil en general. Pronunció conferenci­as y escribió cientos de artículos, además de asesorar a museos o colaborar con entidades como la Fundación RACE, de la que fue patrono.

Hace unos años se retiró a Cabrillas, en Salamanca, donde además de recibir a los muchos amigos que se acercaban a verlo, (a pesar de que Cabrillas está lejos de todo) pudo recuperar su pasión por la pesca, y pasear con los coches antiguos por las carreteras de la sierra de Salamanca. Su última “pasión” fue un Ford A Roadster, por el que mostraba un entusiasmo inconmensu­rable. No le hacían falta coches de leyenda para disfrutar, porque era capaz de encontrar virtudes a cualquier cosa con ruedas y motor que contara con unas décadas a sus espaldas.

En cierto modo definió también mi vida, porque me contagió esa pasión. Muchos dicen que los hijos que siguen los pasos de sus padres en realidad viven a su sombra. Yo prefiero pensar que mi padre alumbraba mi camino con su enorme humanidad, su cuidada educación, su carácter afable, su tolerancia y su sabiduría. Y ahora me he quedado a oscuras, como mucha, mucha gente, que ha demostrado que lo quería simplement­e por lo que era. Se ha ido el último caballero español, me dijo alguien. Creo que con esa frase-epitafio él estaría contento.

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