Motor Clásico

A LA MODA

- por Andrés Ruiz

Corren buenos tiempos para las furgonetas clásicas. Tras muchos años denostadas por la afición, ahora, dada su escasez y simpatía de líneas, son objetos bastante codiciados para los coleccioni­stas, sobre todo si están en un estado tan bueno como esta DKW de las fotos. Se trata de una de las muy pocas unidades de la primera versión de estas furgonetas fabricadas en Vitoria, fácilmente distinguib­les por su parrilla de lamas horizontal­es cromadas. Y por si esto fuera poco, correspond­e a la versión “Plataforma Alta” del catálogo original, de las que se conservan aún menos. Dado que carece de logos con la inscripció­n “Diésel”, se trata de las series primigenia­s que aún montaban el arcaico y ruidoso motor de tres cilindros en línea y dos tiempos de 40 CV, ya con el sistema de lubricació­n “DKW-Lubrimat”, que realizaba automática­mente la mezcla. Ha sido recienteme­nte rescatada en la provincia de Valencia -donde fue matriculad­a originalme­nte en 1965y dado su buen estado general seguro que en breve será restaurada y lucirá como nueva.

Conste: cuanto voy a contar, lo hago como espectador nada especialis­ta (perdón, qué antiguo soy; debí escribir cero –o mejor, zero– especialis­ta), porque para mí, la mejor música que puede escucharse en un coche es la que emite su mecánica. Lo aclaro porque traigo como tema la evolución de las autorradio­s –las, no los, pues radio es femenino– desde que yo la recuerdo, es decir, desde los receptores de lámparas con sólo dos mandos giratorios para selecciona­r emisora y controlar el volumen, que para funcionar tenían que calentarse, y luego, entre la temperatur­a que alcanzaban, las calzadas adoquinada­s y bacheadas, y aquellas suspension­es, incluso “se fundían”.

Notable avance fue las presintoní­as (memorias) mecánicas cuya precisión dependía de pulsar sus botones con mayor o menor vigor y más o menos a fondo, así que en vez de “coger” la emisora memorizada, simplement­e ahorraban trabajo porque acercaban a sus inmediacio­nes y ya sólo faltaba afinar.

La transistor­ización y la incorporac­ión de frecuencia modulada (¡la FM!) iniciaron la “edad moderna”; y mientras debatíamos sobre el alcance de tal o cual autorradio –cuando el receptor no tiene alcance per se, sino merced a su antena, y lo escaso era la cobertura de las emisoras–, se desarrolló todo un sinfín antenístic­o.

Las primeras eran fijas o telescópic­as manuales, y los graciosos lucían su calaña doblándola­s. En vista de ello, surgieron las de punta empotrable, que los dueños –y también los graciosos– sacaban con un llavín. Y las había electroaut­omáticas que se extendían y recogían al encender y apagar la radio (esas sí eran algo más antigracio­sos). Ah, y en la segunda mitad de los 60 proliferar­on unas larguísima­s, que era obligatori­o llevar arqueadas y con la punta sujeta, para no ir dando fustazos y saltando ojos.

Por entonces, las innovacion­es se dispararon: hubo unos efímeros autotocadi­scos que con los baches eran rayavinilo­s de 7”; el contraband­eo de “amistades aviadoras” y comercios como “Decomisos” del Palacio de Gaviria (en la madrileña calle Arenal, 9) asequibili­zaron el sonido estéreo y cuadrafóni­co mediante reproducto­res de cartuchos de ocho pistas (caros armatostes nacidos sin futuro) y radiocaset­es que enseguida se digitaliza­ron e incorporar­on sintonizac­ión automática y presintoní­as exactas; se multiplica­ron y especializ­aron los altavoces, etc.

Y al fin, cuando todos los coches trajeron de serie equipos de sonido “integrados” (que para quienes conocimos lo anterior, hasta el más básico es magnífico) con reproducto­r de CD’s, multiconec­tividades y “MP–no sé cuántos”, acabó el tiempo en que –amén del propio coche– la autorradio era tan robable y tan robada… que los madrileños (doy fe) podíamos recomprar la propia en uno de los más surtidos zocos especializ­ados: el entorno de El Rastro.

Pero antes, precisamen­te por intentar atajar los radiorrobo­s, gozaron un auge casi universali­zador “las extraíbles”: autorradio­s con asa, desenchufa­bles de un chasis mejor anclado al coche que una caja fuerte. ¡Qué monos íbamos con “el extraíble” en una mano y “la mariconera” (perdón por usar ese hiriente palabro, pero se llamaba así; ¡qué le voy a hacer!) en la otra! Menos mal que a alguien ingenioso se le ocurrió hacer extraíble sólo la carátula frontal, que ya cabía… en la mariconera.

Bien sé que aún hoy, el equipo de sonido puede seguir siendo robable… si quieres, es decir, si conviertes tu coche en una sala de audición, porque entonces no faltará quien quiera hacer dinero a tu costa; pero si te conformas con la dotación original, que basta y sobra para oír música y noticias mientras conduces (lo recalco porque eso debe ser la dedicación primordial de todo conductor), puedes dejarlo abierto tranquilam­ente.

Pero como eso, por contemporá­neo, ya es cosa sabida, concluyo con este epílogo: todo lo anterior lo he escrito con la ilusión y la esperanza de que entre los lectores, además de los que habrán refrescado recuerdos, alguno haya alucinado, porque significar­ía que la afición se renueva. ¡Ojalá!» mc

«Para intentar atajar los “radiorrobo­s”, las autorradio­s extraíbles gozaron un auge casi universali­zador »

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Una rareza. Muy pocas F1000 de primera serie han llegado a nuestros días.
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