LaSalle 35-50 Touring
Un salón rodante
Desde niño, a Javier le atraía la maquinaria, porque en el pueblo alavés en que nació vio que en las labores agrícolas aligeraban los trabajos más penosos. “Yo era el mayor, en casa siempre había trabajo y tenía que apechugar con todo. Mi madre era muy “multioficios”: pollos, gallinas, pavos, conejos, cerdos y vacas, más las tierras sembradas con patatas, remolacha, trigo y cebada. Cuando había un rato libre, de crío cogía la bici y me iba a un taller de tractores que estaba a cuatro kilómetros. Aún me acuerdo de las 350 pesetas que me dio el dueño por echarle una mano, que yo no pensaba cobrar porque yo iba a disfrutar”.
Después determinarla escuela, quiso formar se en mecánica y convenció a sus padres. “Me gustaba estudiar y después de mucho tira ya floja vine a Vitoria alas Escuelas Diocesanas. Estuve seis año se hice Maestría Industrial. Entré atrabajaren Michel in y algún tiempo después me fui a Miguel Carrera, una empresa que fabricaba compresores”. En recuerdo de su infancia, Javier conserva un tractor Farmall Cube de 1950. “Lo encontré en el taller de un pueblo, sin ruedas y le habían hecho mil chapuzas. Hablé con el dueño y me dijo: ‘si te lo llevas, mejor’. Me lo traje, escribí a McCormick y me mandaron dos libros. Vi que la segadora venía de serie y la cantidad de utilidades de este tractorcito, que lo equiparaban con una pareja de mulas y tenía aperos hasta para serrar madera. Incluso los he visto en los aeropuertos arrastrando avionetas”.
También tiene una Ducati 250 De Luxe de 1966. “De joven andaba en una Bultaco. Teníamos también en casa una Vespa y mi tío, una Lube. Pero yo escuchaba la Ducati y me encantaba lo bien que sonaba. Decía entonces que cuando pudiese me compraría una, hasta
"COMPRÉ EL JAGUAR MK2 PENSANDO EN NO TENER MÁS, PERO TE SALEN OTROS Y CAES"
que hace siete años conseguí esta. Un día la arranqué, fui a la gasolinera y en el recorrido de 200 metros vi que me podía. Había comprado un casco f lamante que está ahí y desde entonces no la he vuelto a mover”.
Una vez contratado en la empresa Miguel Carrera, Javier se dio cuenta de que iba a tener que viajar bastante. “Al principio, se iban creando delegaciones en toda España y cuando se abría una iba yo, organizábamos el trabajo y la selección del personal. Después me tocó trabajar en veinte países distintos y la señora, sacrificada en Vitoria. Cuando nació uno de los hijos yo estaba en Colombia y, por ejemplo, cuando se vendían máquinas a una compañía de Egipto, el jefe me decía que hiciese la maleta para ir allí, explicar el funcionamiento, resolver los problemas y cobrar. Luego dejé de viajar tanto y en 1985, con cincuenta años cumplidos, pedí la distribución para Álava y me marché”.
Entonces tenía ya un coche que hoy se considera clásico, pero que aún no estaba aceptado dentro de la afición. “Estaba en Alicante cuando salió a subasta una cantera en quiebra y nuestro distribuidor compró toda la maquinaria. En el lote venía este Land Rover 88 de 1973, que tenía 30.000 km, y me dijo: ‘si quieres el Land Rover, para ti’. Le pagué lo que me dijo y me vine con él a Vitoria. Es patrimonio de la casa, no se vende y como tiene siete plazas, los hijos lo utilizaban para ir a las fiestas de los pueblos y le tienen un cariño especial”.
Más adelante, montó su propia empresa y conservó el interés por la mecánica en su sentido más amplio. Se hizo socio del Araba Classic Club y pasó lo que tenía que suceder: “El primero que compré fue este Jaguar Mk2, en el Auto Ret ro de Barcelona. Le insta lé un servofreno, cambié los cuatro discos de frenos, mordazas y pastillas, le puse neumáticos nuevos y ahora es un coche conducible. Puedes ir a donde quieras, frena, anda y se agarra”.
También recordaba que en Venezuela v inieron a recibirle los de una empresa con un Ford LTD. “Toma, condúcelo tú, me dijeron. Yo no tenía ninguna pasión por los coches americanos, pero eran automáticos y el automático gusta, por más que digan lo que quieran, y tienen dirección asistida. Entonces en Venezuela un litro de gasolina costaba una peseta al cambio”.
Por eso, cuando Javier se asentó, cambió su manera de ver los coches. “Me empezó a gustar el ambiente del club, las salidas que organizaba y compré el Jaguar pensando en no tener más, pero te salen coches sin ir a buscarlos. Así llegó la ambulancia Seat 1500, que la iban
a desguazar estando casi nueva. Y después decidí tener un coche que fuese el más representativo de cada país en los años 60-70. Compré el Mercedes-Benz 220 Cabriolet SEb de 1965 por Alemania, el Alfa Romeo GTV 2.0 de 1978 por Italia y me enamoré del Ford Mustang. Me lo vendió un indio de Nueva York. Lo vi anunciado en una revista, localicé al vendedor y un amigo de Oviedo me aseguró que era una persona muy seria en los negocios. Tiene aire acondicionado, dirección asistida y estuvo muchos años en California, clima seco y sin podridos. Y también me dio los trofeos que había ganado en varios concursos de elegancia”.
Por Francia, eligió un Citroën 11 Ligero de 1950 que llegó en circunstancias más tristes. “Lo tenía un amigo que murió y después lo compró un antiguo presidente del Araba Classic Club, también muy amigo suyo. Un día fui a ver su colección y le dije que ese coche no le cuadraba, porque lo suyo eran los Jeep y las motos. A los pocos días, me llamó y me soltó: ‘llévate el coche’. Tuve varias averías y estaban las puertas caídas, apunté dieciocho trabajos que había que hacerle y se lo llevé a un carrocero y tapicero de Palencia, que lo dejó como podéis ver, muy bien”.
Además del Ford Mustang, otro viaje a Hershey, en Estados Unidos, y otro americano entró al garaje: un Cadillac Fleet wood de 1957, que incluso t rasladó a un Rey Mago en su llegada el 5 de enero. Y por si no bastase, también tiene un Ford T de 1921. “No sé cómo me dio por comprarlo. Vi un anuncio. Se encontraba cerca de Barcelona. Fuimos allí y estaba en un garaje muy bonito, subido en un remolque. Acordé el precio y además me enseñaron un cajón lleno de repuestos que iba con el coche. Aquí lo desarmé entero y lo rehice por completo”.
"ME PIDEN LOS COCHES
PARA BODAS DE PARIENTES Y AMIGOS, Y CÓMO NEGARME "
Aún queda más, porque tiene un compresor restaurado por él, fabricado en 1948 por Miguel Carrera y Compañía en su factoría antigua de Éibar. Una máquina cuyo motor diésel de 5.817 cc consigue 40 CV a 1.100 rpm y que no sólo servía para suministrar fuerza motriz a trilladoras, molinos, sierras, etc., sino que también representa la pasión por los motores que a Javier le atrae desde bien pequeño.
“Los saco con frecuencia. Voy los domingos a almorzar con otros aficionados y, como imaginarás, me los piden para bodas de parientes, amigos de los hijos, amigos del pueblo, conocidos del taller… Haces a la gente feliz con muy poco. Pero las bodas te tienen un día entero de aquí para allá, que si al ramo de f lores, la novia, las fotos, etc. Un día perdido y lo peor es cuando el piso termina lleno de confeti”.
Nos despedimos de Javier y le dejamos a lo suyo, ir terminando de restaurar el Ebro Super 55 de 1964. En resumen, Javier Atiega se ha esmerado en crear su propio mundo, en el que ha guardado vehículos que formaban parte de sus recuerdos, junto a otros que se encontró cuando menos lo esperaba. mc