UN DIRECTOR COMO POCOS
En 1970, el d i rec tor del sema na r io AU TOPISTA, Eduardo A zpi licueta, fue llamado a filas a cumplir con la patria, o sea, a hacer la “mili”. Para cubrir su hueco, en un momento en que Luike Motor Press contaba con sólo ocho o nueve personas fijas, entre AUTOPISTA y MOTOCICLISMO, Enrique Hernández-Luike, su editor, me ofreció trabajar en la sección de deportes. La competición ocupaba entonces gran parte de la revista, ya que las pruebas de coches nuevos en España era realmente reducida, dada la escasez de modelos. Me repartía las tareas con Luís Canomanuel, quien hizo una buena carrera deportiva en circuitos, llegando a competir en la Fórmula 3. Como yo participaba en rallyes, siempre tenía información de primera mano, y me encargaba de sus crónicas principalmente. De vez en cuando también me tocaba escribir de F1 y de sport-prototipos. A las 24 Horas de Le Mans acudí en más ocasiones de lo que hubiera deseado.
Luike vivía en el piso de arriba de la redacción, en el número 12 de la calle de Isaac Peral. Todos los días, a las ocho de la mañana, ya estaba en el tajo, alrededor de las mesas de los redactores, comentando y supervisando el trabajo. Sin embargo, conmigo fue extremadamente indulgente. En general, nunca tuvimos un horario fijo, ni que explicar por qué llegábamos tarde o no veníamos. Luike sabía dónde estaba cada uno. Nunca tuve que explicarle si me retrasaba después de un extenuante viaje de dos días de trabajo en un rallye, lejos de casa y durmiendo poco.
Cuando Eduardo Azpilicueta acabó su servicio militar trató de poner un poco de orden. En mi caso, después de un rallye, que acababa el domingo y yo tenía que volver a Madrid y ponerme a escribirlo hasta la cuatro de la mañana, Azpi ya estaba llamándome a las nueve. Quería ser el primero en enterarse de los resultados y cuanto había pasado en la carrera. La redacción estaba siempre disponible. Todos teníamos llave, y las malas lenguas -y algunas buenas-, decían que más de uno la había aprovechado como “picadero”. Yo mismo, un día que fui de noche, encontré la zona “ocupada”.
Por encima de periodistas, en AUTOPISTA todos eran/éramos aficionados al automóvil y la compet ición nos apasionaba a todos. A rturo de A ndrés, el más técnico, era el que más sabía de producto. También estaban Miguel Guerrero, el asesor de Luike, y, por supuesto, Luis Canomanuel. Pero como decía, el deporte ocupaba 36 páginas de la revista y había que escribir de lo lindo. Contábamos con corresponsales en Cataluña, José Luis Cortijos; en Galicia, Gonzalo Belay; en Asturias, Miguel Cuadrado, y un largo etcétera. En las maratonianas jornadas, la hora de comer era para hablar de carreras. Solíamos ir a una cafetería cercana, Galaxia. Con el tiempo, nos enteramos de que allí se reunieron militares para “el ruido de sables” que desembocaría en el “23 F”.
En 1971 compré un Simca 1000 Rallye para correr el Desafío Simca, mientras Canomanuel lo hacía en la Copa Renault 8 TS. Azpilicueta también tenía un Simca y participó en algunos rallyes con Miguel Guerrero de copiloto. Vamos, que era una redacción de lo más racing. A final de año, en el 2.000 Viraje, me salí y me quedé sin coche. Había que cambiar todo el chasis. Ni corto ni perezoso, mi director, Eduardo Azpilicueta, me cedió (no me alquiló, me lo dejó) su Simca, para que pudiera acabar el campeonato y ganar el primer Desafío.
Es más, seguí usándolo a principio de 1972 porque el mío aún no estaba listo. Fue un buen año. Con Javier Bueno de copiloto, por ejemplo, terminé segundo absoluto en el Rallye Fallas. Gracias a la generosidad de mi jefe, logré el segundo Desafío y, a partir de entonces, me convertí en piloto oficial.
Tengo que reconocer las facilidades que me dio Luike para que pudiera no sólo correr, sino también entrenar los rallyes. A cambio, nunca tuve vacaciones y nada más terminar un rallye, salía escopetado para Madrid a escribir el reportaje, dejando a mi copiloto la tarea de volver con el coche de carreras. Eso siguió hasta 1989. Además de mi edad, se me hizo imposible compaginar la faceta de piloto con la de corresponsal de prensa en los rallyes nacionales y del Mundial. Dejé de correr cuando Motorpress-Ibérica ya se había convertido en una editorial internacional de primer nivel. mc
«Azpilicueta me dejó su Simca 1000 particular, con el que gané en 1971 el primer Desafío»