MOTORES Y PASIONES
Meses atrás llegó a mis manos, mezclado entre un montón de libros de automoción, un grueso volumen (856 páginas) que poco tenía que ver con el resto: la novela “El destino de los héroes” (Grijalbo, 2020), cuyo autor firma como Chufo Llorens. Lo rimbombante del título no presagiaba nada bueno, pero el fotomontaje de la portada, combinando la imagen del Hispano-Suiza Alfonso XIII del Museo de Beaulieu en primer plano con la del edificio de la Unión y el Fénix -ubicado en la conf luencia de Alcalá-Gran Vía, y hoy llamado Metrópolis- al fondo, logró suscitar mi curiosidad. Así que me la leí. Entera, claro.
El libro trasluce una lenta y cuidadosa elaboración. Combinando cierto trasfondo costumbrista con una clara ambición cosmopolita, arranca en el Madrid castizo de finales del XIX y nos lleva por otras ciudades y países de Europa, América del Sur y África siguiendo el trepidante hilo de una saga familiar. El protagonista es un tal José Cervera, vástago de una aristocrática familia algo venida a menos, que por una carambola argumental -su noviazgo con la rica heredera de un indiano- deviene en f loreciente hombre de negocios. Será uno de los primeros accionistas de la Hispano-Suiza, llegándose a codear con Alfonso XIII y viviendo una existencia novelesca.
(Es solo mera hipótesis pero podría estar más o menos inspirado en Francisco Aritio, abogado santanderino, representante de la Hispano-Suiza en Madrid y habitual gestor de los asuntos de la casa ante los estamentos oficiales, que desarrolló su carrera en Madrid y Guadalajara, pues “desde joven se manejó con éxito en las grandes esferas del país, desempeñando importantes puestos en varias compañías y moviéndose como pez en el agua en la corte de Alfonso XIII, no en vano era gentilhombre de cámara de su majestad”, dice José Luis Alguacil en “Guadanews”).
A partir de ahí los personajes de ficción se entremezclan con figuras reales, y vemos aparecer a Marcel Proust, Georges Clemenceau, Emile Zola, Toulouse-Lautrec, Mariano Benlliure o el conde de Romanones, entre otros, junto a nombres que nos suenan familiares. En un capítulo cuenta como, un día de 1902, Cervera celebra en un banco de Madrid una reunión con Emilio de La Cuadra, quien le explica que quiere hacer coches eléctricos porque, “en primer lugar, es el campo que conozco a fondo; en segundo lugar, porque desde 1889 detenta la patente del motor de explosión un tal Francisco Bonet; y en tercer y último lugar, porque el año pasado un automóvil eléctrico Jenantaud llevado por Gaston de Chasseloup-Laubat hizo el recorrido de un kilómetro en menos de un minuto, y sigue superándose”. También habla del ingeniero Carlos Vellino, y de “un joven genio de veintiún años al que acabo de contratar, Marc Birkigt, que domina como nadie el tema de los motores de toda índole”.
Poco después Cervera viajará a París para visitar la fábrica Panhard-Levassor y entrevistarse con su director, Arthur Krebs. Allí tiene previsto atender un importante ensayo pero su vida da un giro inesperado. A lo largo de la obra asistiremos, entre otros acontecimientos, a la entrega de un Hispano a Alfonso XIII en San Sebastián (por la descripción, posiblemente el segundo que tuvo el rey, un 15/20 HP, precursor del que más tarde llevaría su nombre); a las pruebas del motor de aviación en París; a la construcción de la fábrica de Guadalajara; a un raid aéreo de Madrid a Fernando Poo en un Breguet 14 con motor Hispano, de trágico final. En sucesivos momentos pasan por escena tipos como Roland Garros, Louis Blériot, Georges Guynemer…
Aunque en la bibliografía figura una de las obras de Lage sobre Hispano-Suiza, y un artículo de ABC dedicado a los coches de Alfonso XIII, el autor también debe haber usado fuentes orales pues habla del “Deloné” (sic) para referirse al Delanunay-Belleville francés. A nivel estilístico el libro se ve lastrado por los lugares comunes -“su sangre hispánica lo impelió a la acción”-, los verbos obsolescentes y un tono algo ñoño, como de novelón decimonónico, con buenos muy buenos muy buenos y malos muy malos muy malos. Pero su lectura logra atrapar al lector al combinar hábilmente acción, intriga, arte, industria, cultura, pasión y tragedia, empleando como uno de sus hilos conductores algunas de las escenas fundacionales de nuestra historia de la automoción -y de la aviación-, que estoy seguro complacerán a cualquier aficionado. mc
«El hilo conductor de este novelón son escenas de nuestra historia de la automoción»