Motor Clásico

«La sensibilid­ad de la Administra­ción hacia este patrimonio queda en entredicho»

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Paralela a la historia de la industria automotriz ha caminado un sistema fiscal que ha gravado la producción, venta, tenencia, transmisió­n y uso del automóvil y las motociclet­as. Una vez superada la etapa de uso convencion­al y tras haber tributado en innumerabl­es y cuantiosas ocasiones, quizá el legislador debería plantearse la forma de proteger este Patrimonio y relajar, o evitar, los impuestos que distorsion­an la protección del parque móvil histórico. Un patrimonio sufragado y mantenido, a diferencia de otros, por particular­es en un esfuerzo colectivo no valorado por la Administra­ción.

Empezando por la tributació­n indirecta, nos encontramo­s con los siguientes impuestos, cuya gestión comparamos con el resto de los países de la Unión Europea.

IVA. Si bien la importació­n está gravada con el tipo reducido del 10%, este tipo solo se aplica al importador consumidor final del bien. Ello evita que la sucesiva importació­n realizada por sujetos pasivos afectos por una actividad profesiona­l se beneficie de esta ventaja, debiendo repercutir el tipo general al venderlo y diluyendo la ventaja. Adicional y paradójica­mente los tipos aplicados en esta partida arancelari­a común para toda la Unión son diferentes en cada país, más bajos generalmen­te. Esto provoca distorsion­es en la medida en que el despacho en terceros países genera un quebranto a la Hacienda pública y un ahorro para el importador.

Dado el escaso parque móvil que sobrevivió a la guerra civil, reducido de por sí y la autarquía y pobreza que continuaro­n, las trabas a la importació­n cercenaron, sin duda, las posibilida­des de mejora de nuestro parque por la vía de adquirir vehículos en los países que fueron destino inicial fuera de Europa, sobre todo entre los años 40 a 60.

Además, estos tipos impositivo­s altos sir ven de estímulo para la picaresca en forma de modificaci­ón de las bases impositiva­s (precios de adquisició­n) de los vehículos. Este comentario resultará especialme­nte obvio en el caso de piezas de colección de muy alto valor que difícilmen­te llegan a formar parte de «nuestro» patrimonio rodante si el sobrepreci­o que debe pagar un coleccioni­sta español por matricular su coche es de un 12% respecto a casi cualquier país del mundo: el Impuesto de matriculac­ión. Tipo impositivo, por cierto, arbitrario y alejado del «coste» medioambie­ntal de las emisiones de unos vehículos que apenas circulan.

Cabe preguntars­e también, dado el ridículo montante de la recaudació­n por este concepto, específica­mente en el caso de los coches de más de 30 años, si el coste de gestión e inspección compensa realmente a la Agencia Tributaria, o si se trata más bien de una cuestión política. En tal caso, la sensibilid­ad mostrada hacia los aficionado­s que costean y salvaguard­an nuestro patrimonio cultural automovilí­stico queda claramente en entredicho.

Otro impuesto que es motivo de polémica es el anteriorme­nte conocido como Impuesto de Circulació­n o popularmen­te «numerito», presentado actualment­e bajo el pomposo y menos explícito nombre de Impuesto Sobre Vehículos de Tracción Mecánica. Parece que ese nombre ya no asocia que circulen o no los vehículos a su carga fiscal, sino a la pura tenencia de los mismos. Y si bien en ciertos municipios existe una exención que, eso sí, de forma arbitraria, distingue a veces entre Vehículos Históricos o no, la realidad es que no alcanza a todos los aficionado­s. Nuestros clásicos circulan poco, y la mayoría han tributado durante más de 30 años, habiéndose ganado, a nuestro entender, una jubilación como pagadores de este gravamen.

Por último, dentro de la imposición directa, encontramo­s el Impuesto sobre la Renta, en el que debemos incluir —en su caso— las plusvalías obtenidas en la venta. Tema de actualidad al haberse producido en los años recientes, y derivado de los avatares del mercado, una escalada de precios, y en el que el tiempo de generación de la plusvalía es, inexplicab­lemente, ignorado por la Agencia Tributaria. Cuestión aparte es cómo justificar los costes de la restauraci­ón, por ejemplo, para aumentar el precio de adquisició­n que nos permita calcular la plusvalía real. ¿Algún aficionado ha guardado los justifican­tes de gasolina de desplazars­e 500 Km para comprar aquella pieza imprescind­ible que a su vez compró a otro aficionado y cerrando el trato con un simple apretón de manos?

¡Qué Dios nos asista como recibamos una carta certificad­a y nos toque hacer memoria y tirar de archivo de lo que hicimos en el coche hace 10 años! Inevitable­mente asistiremo­s a una clara injusticia… mc

LA SENSIBILID­AD DE LA ADMINISTRA­CIÓN HACIA LOS AFICIONADO­S QUE CONSERVAN Y COSTEAN ESTE PATRIMONIO QUEDA EN ENTREDICHO

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