MOZART 2.0
Magnus Carlsen aumentó su mito con un final de genio en el Mundial que acalló las críticas anteriores El gran papel de Karjakin alimenta la esperanza de una rivalidad como la de Kasparov y Karpov
Un ‘oooh’ recorrió la sala del Fulton Market Building de Nueva York cuando Magnus Carlsen le echó el lazo otra vez a la corona mundial de ajedrez que es suya desde 2013. Un sacrificio de dama y a continuación un jaque mate remataban la cuarta y última partida semirrápida de desempate para apuntillar a Sergey Karjakin. Un toque de genio que ni siquiera necesitaba, porque con tablas se aseguraba el título gracias a otro triunfo anterior, tan o más brillante, en la tercera partida, pero con el que el genio noruego, en el día de su 26 cumpleaños, enterraba las críticas sobre su juego conservador en las 12 partidas previas. Carlsen recuperaba así los elogios que en los últimos tres años le han convertido en la esperanza del reflote mediático del ajedrez. Volvió a ser el Mozart del tablero, y agradecía que su rival en esta final le haya hecho grande. Y todo porque en el ruso Karjakin, de su misma edad, ha encontrado un muro durante todo el Mundial que solo pudo derribar en el frenético desempate del miércoles, que pasará a la historia del ajedrez si ambos son capaces a partir de ahora de elevar su nivel y fabricar una rivalidad que este deporte necesita desde los tiempos de Karpov y Kasparov. “Ha sido un rival durísimo, el más duro que me he encontrado en un Mundial”, dijo Carlsen sobre Karjakin, que tras siete tablas seguidas se avanzó en la octava de las 12 partidas.
La apuesta acertada
Carlsen había pedido perdón tras las casi escandalosas tablas que firmó a toda velocidad 48 horas antes para poder llegar a la ‘prórroga’ de las semirrápidas, especialidad en la que su confianza crece. “Casi sabía que esto iba a suceder cuando logré empatar en la décima partida”, aseguró ayer el noruego. “Los días de descanso me sentaron bien y todo salió como lo habíamos planificado”.
“Mi estado de ánimo cambió cuando gané la décima partida. Nunca me había sucedido no poder ganar a un rival durante nueve partidas seguidas, y vencer en la décima fue una liberación. Hasta entonces no estaba nada contento y ese día me marqué el objetivo de llegar al desempate porque creí que era lo más conveniente”, dijo, explicando lo que calló en su momento: quería poner a Karjakin ante la presión del reloj.
En efecto, el formato de semirrápidas le benefició y jugó mejor que su rival, aunque éste levantó con destreza una situación límite en la segunda de las partidas. “Esa fue frustrante, pero gané muy bien las dos siguientes”, explicó Carlsen, al que varios analistas compararon con Kasparov por el genio y la determinación con que definió el Mundial en los momentos de mayor presión.
Carlsen se guardó algo para el desempate, una variante de la Apertura Española con la que forzó tablas en la primera partida con negras. Meses antes, había blindado sus análisis de posibles piratas informáticos a través de Microsoft
Noruega, porque el miedo al espionaje es recurrente en los Mundiales y su rival iba bien armado, con un equipo de analistas financiado, según varias informaciones, por el propio gobierno ruso