Pidió a su esposa que le comprara unos guantes negros poco antes de la final
pataz. Entonces aparece mi padre. Me advierte que sea más cuidadoso y luego se dirige al vigilante blanco: ‘Nunca digas a mis hijos lo que deben hacer. Habla conmigo primero y yo me ocuparé’”.
“Una mañana el director de la Stratford Grammar School, un hombre blanco, detuvo el autobús escolar delante de la plantación y dijo: ‘chicos, subid. Vamos al colegio’. Era una escuela integrada y fue la primera vez que vi niños blancos en grandes cantidades. Unos días más tarde mi madre me dio una moneda y me compré un helado. Al llegar al colegio un niño blanco me lo quitó y lo tiró al suelo. Me dijo: ‘los negros no comen helado’. Nunca lo olvidé”.
Smith no era un gran estudiante, pero era tenaz. Mejoró sus calificaciones al tiempo que despuntaba en diversos deportes decantándose por el atletismo, donde brillaba en 100, 200 y 400 metros y salto de longitud. Siempre de la dolorosa realidad que le rodeaba.
Personalidades dispares
Tommie Smith conoció a John Carlos en su último año universitario. Carlos, un cosmopolita neoyorquino hijo de cubanos criado en Harlem, había dejado la Universidad de East Texas State porque en Austin un negro tenía prohibido tomarse una cerveza en un bar. Y eligió San José porque la fama de Smith y de otro ‘sprinter’ que triunfaría en los JJ.OO. de México, el cuatrocentista Lee Evans, avalaban la calidad de su programa atlético. que el rebaño seguía sin pestañear, el reverendo Martin Luther King, fue asesinado a tiros en Memphis. Donde antes había incertidumbre y miedo, ahora había determinación y rabia.
Durante los ‘trials’ olímpicos de atletismo celebrados en Los Angeles, pocas semanas antes de viajar a México, los atletas afroamericanos se plantearon renunciar a los Juegos pero el boicot finalmente no prosperó. Se decidió que cada cual actuara en el podio según le dictara su conciencia y todos se cortaron el pelo al unísono en un gesto de compromiso. Pocos días más tarde el Comité Olímpico Estadounidense (USOC), alertado, envió una carta advirtiendo que enviaría a casa a aquellos atletas que no honraran adecuadamente a su país durante las ceremonias.
Smith, una persona pacífica pero que no pensaba quedarse de brazos cruzados, pasó los siguientes días dándole vueltas a qué hacer del presidente del COI, Avery Brundage, que en las semanas previas se había posicionado claramente contra cualquier atisbo de protesta política o racial.
“Te quiero junto a mí”
Luego llegó el turno de los 200 metros. Cuando se dirigían al estadio para disputar la final fue John Carlos quien habló primero. “Quiero hacer algo para demostrar a los poderosos que se equivocan y te quiero junto a mí”, dijo. “Estoy contigo”, le respondió Smith.
Tommie ganó el oro con un espectacular récord del mundo (19”83) pese a correr los últimos metros con los brazos en cruz cele- brando el triunfo. A Carlos, bronce, se le escapó la plata tras ser re- basado al final por el australiano Peter Norman. Una vez en el ves- tuario, antes de la ceremonia de podio, el campeón explicó a su amigo John la idea de los guantes.