Mundo Deportivo (At. Madrid)

“Ya sabes cómo suena un rifle. Si oyes disparos, muévete rápido”, le dijo a Carlos

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trató de evitar los problemas. Pero no era ciego ni sordo.

Cuando Rosa Parks, una señora de raza negra, se negó a ceder su asiento en la parte trasera de un autobús a un hombre blanco y fue arrestada por ello en 1955, Tommie tenía 11 años. Cuando los Viajeros de la Libertad, un grupo de activistas por los derechos civiles de los negros, fueron brutalment­e apaleados por un grupo de 200 blancos en la estación de Montgomery, Alabama, Tommie tenía ya 17. Y cuando ingresó en la Universida­d de San José en 1963 y las bombas colocadas por supremacis­tas blancos mataron a cuatro chicas negras en una iglesia de Birmingham (Alabama) ya era perfectame­nte capaz de discernir la idílica letra de la Constituci­ón

Carlos, una mente inquieta académicam­ente excepciona­l, estaba muy involucrad­o en la lucha por los derechos de la raza negra y llevó a sus nuevos compañeros a las conferenci­as del sociólogo Harry Edwards, la voz de la conciencia de los deportista­s afroameric­anos, el hombre que hizo que se sintieran orgullosos del color de su piel, de su pelo rizado y de sus dotes atléticas y que instigó la creación del OPHR (Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos) en 1967.

El asesinato del pastor

Quizá todo hubiera quedado en una mera declaració­n de intencione­s si las aguas se hubieran remansado un tanto. Pero el 4 de abril de 1968 el pastor pacífico al en caso de subir al podio para recibir una medalla. Fue una ocurrencia casi espontánea; le dijo a Denyse, su esposa, que le comprara un par de guantes negros. No dijo nada a John Carlos porque, al fin y al cabo, era un rival. Ya hablarían después de la final.

El primero de los atletas negros en subir al podio fue Jim Hines, oro y récord mundial (9”95) en el hectómetro. Su único gesto de rebeldía fue no estrechar la mano “Yo me pondré el derecho. Tú pue- des ponerte el izquierdo”. Y aña- dió: “Ya sabes cómo suena un rifle. Si oyes disparos, muévete rápido”.

El australian­o Norman no pudo evitar escuchar la conversaci­ón y Carlos le preguntó si quería su- marse a la iniciativa. Aquel asin- tió y le entregaron una pegatina de la OPHR que se estampó en el chándal.

Subieron al podio en calcetines, recibieron sus medallas y se gira- ron hacia las banderas, Con los primeros acordes del himno estadounid­ense, Tommie Smith y John Carlos inclinaron sus cabe- zas hacia el suelo y levantaron sus puños al cielo sin prisa pero con firmeza. Acababan de ganarse la eternidad Avery Brundage, a la sazón presidente del COI, cumplió con sus amenazas y expulsó inmediatam­ente de México’68 a Tommie Smith y John Carlos, mientras Peter Norman fue estigmatiz­ado en su Australia natal al regresar de los Juegos por solidariza­rse con sus rivales.

Mientras buena parte del resto del mundo admiraba su coraje, en EE.UU. Smith y Carlos se convirtier­on en parias. El Comité Olímpico Estadounid­ense (USOC) les suspendió y su carrera atlética quedó cercenada de cuajo. Ellos y sus familias recibieron numerosas amenazas de muerte y atravesaro­n serias dificultad­es económicas porque nadie se atrevía a ofrecerles trabajo.

La NFL, siempre ávida de talento, les había incluido en el draft y ambos probaron suerte en el fútbol americano sin demasiado éxito. Tommie llegó a disputar dos partidos como receptor de los Cincinnati Bengals en 1969 y John ni siquiera llegó a debutar con los Philadelph­ia Eagles debido a una lesión.

Mientras las aguas se remansaban aprovechar­on el tiempo para terminar sus estudios. Smith ejerció de entrenador de atletismo y profesor de sociología en escuelas de perfil bajo. Con el tiempo se reconoció la valentía de su gesto y le llegaron los homenajes, pero para llenar la nevera tuvo que poner a subasta la medalla olímpica de oro y las zapatillas con las que la consiguió.

A Carlos le fue mejor. Entrenador al principio, más tarde trabajó para Puma, para el USOC que tan mal le había tratado en el pasado, para el Comité Organizado­r de los JJ.OO. de Los Angeles’84 y para el ayuntamien­to de Los Angeles.

Ambos escribiero­n sendas autobiogra­fías, ‘Silent gesture’ (Gesto Silencioso) Tommie, en 2007, y ‘The John Carlos Story: The Sports Moment That Changed The World’ su compañero, en 2011.

Siguen vivos, con 74 y 73 años, respectiva­mente. Su acompañant­e en el podio, Peter Norman, murió en 2006 de un ataque cardíaco a los 64 años de edad. Smith y Carlos viajaron a Australia para asistir a su funeral y portar su féretro

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