Decepción tras decepción

ocas palabras pueden definir mejor el ánimo culé después de lo que ha sido una semana fatídica para las esperanzas e ilusiones culés. Es innegable que el Barça presentaba una dinámica positiva y un espíritu competitivo de equipo antes de la debacle ante el PSG, que dejó más que patente una superioridad en casi todos los sentidos del conjunto francés. Igual de innegable que, una semana después, no hay ni rastro de todo aquello que invitaba a pensar que el famoso año de transición nos evitaría otro batacazo europeo.

Después de la dura noche de Champions apareció una inigualable oportunidad de engancharse a la Liga con la derrota del Atlético, pero el Barça no hizo sino que ensanchar la herida, provocar en el aficionado culé un nuevo suspiró, unas manos a la cabeza, un levantarse y apagar la televisión. Decepción. Y no solo por el resultado, que es totalmente insuficiente para un Barça que recibía a uno de los equipos de la parte baja de la tabla, sino en especial por el cómo. Los de Koeman salieron sin la actitud necesaria, sin la actitud de un equipo al que le han marcado 4 goles y ha quedado en evidencia, una vez más, en Europa. Faltó ambición y rabia, lo único que necesitaba el aficionado blaugrana, y lo único que no vio ante el Cádiz. Tampoco ayudó, está claro, lo que para mi fue una mala gestión de los cambios por parte de los técnicos, que favorecieron que el conjunto andaluz llegara con opciones al final del partido.

Para Koeman y los suyos, no hay especulación posible; si quieren mantener a su afición ilusionada no solo tendrán que ganar, sino que tendrán que ganar bien, demostrando su ambición y compromiso, que no tengo ninguna duda de que existen

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