Mundo Deportivo (Bizkaia-Araba)
Jordi Ribera, el éxito de la discreción
➔ Ha dirigido a España a dos oros sin alzar la voz, con dedicación obsesiva y sólo una semana de vacaciones
➔ Discreto, en silencio, sin querer molestar, Jordi Ribera se sentó dos o tres sillas más allá en la tribuna de prensa instalada a pie de pista. Empezaba la fase final de la Copa del Rey del año pasado en Alicante y de repente apareció por allí el seleccionador, dispuesto a diseccionar un partido más. Es una escena habitual en las canchas de balonmano porque a Ribera le gusta empaparse ‘in situ’ de los partidos. “Por eso viajo. En directo se ven muchas cosas que no ves en televisión y puedes hablar con los jugadores”, dice el técnico que ha llevado a España a ganar dos oros europeos seguidos.
“Es hipermetódico. Vive por y para el balonmano”, afirman en la federación. “Es una persona que está pensando en balonmano las 24 horas del día. Preparamos tan al detalle cada partido que sabemos qué hacer en cada momento”, dice Sarmiento. El propio Ribera admite su obsesión. Donde no llega él, llegan sus colaboradores para ver, editar y preparar vídeos propios y de los rivales. Cientos y cientos. Nada escapa a su radar, en todas las categorías. Un ejemplo: en julio pasado pidió incluso los vídeos de todos los partidos del Mundial júnior de Pontevedra.
Dirige a los ‘Hispanos’, pero lleva la batuta de todo el balonmano masculino y está implantando el mismo método desde la base, algo similar al trabajo del Barça y su cantera. Desde su llegada en 2016, más de 40 jugadores ya han pasado por la absoluta, unos 300 por las concentraciones de tecnificación con cadetes y juveniles, dos al año, y dice haber hecho sólo una semana pura de vacaciones, “una escapada a Brasil tras el oro de 2018”.
Un mural con las convocatorias y fotografías de los jóvenes cuelga en su despacho. “Aún queda pared para poner más”, sonríe Ribera, más cálido de lo que indica su rictus serio. “Soy bastante cercano y me gusta tratar a las personas con mucha normalidad. Y más a mis jugadores. Una relación franca”.
De niño Jordi jugaba a fútbol, pero eligió el balonmano con 9 años por los amigos. Era pivote aunque su físico sugiera lo contrario. Con 15 entrenó por primera vez a los pequeños y allí nació su germen de entrenador. Con 21 años ya se hizo cargo del primer equipo de la UE Sarrià, en 1ª Nacional. Les entrenaba por la tarde, después de dormir y comer. Entonces
trabajaba de administrativo en el hospital de Girona, de noche, en urgencias. También era el seleccionador catalán juvenil, donde dirigió a Barrufet y O’Callaghan. Así durante cinco años, hasta que el Arrate le abrió la puerta para ser profesional.
Durante cinco años, al principio, trabajaba en el hospital de noche y entrenaba por la tarde
Brasil de punta a punta
Destacó en su paso por el Gáldar, el Ademar y sus dos etapas en Brasil, donde puso en el mapa el balonmano de ese país con su habitual meticulosidad: recorrió 25 de sus 27 Estados como parte de su trabajo, “a veces muy estresante”. Esa dedicación necesita válvulas de escape, como los libros de José Antonio Marina, Oliver Sacks, novelas, filosofía, psicología actual. “Un poco de todo. Me gusta mucho leer, lo necesito. Obsesionarse por el trabajo tiene cosas positivas y negativas y, con la edad, te das cuenta de que te tienes que alejar de la faena y un libro o cenar con los amigos te relaja mucho”.
Eso hará este fin de semana, cuando haga una de sus escapadas de Madrid a Girona. Sigue siendo socio del Sarrià y el Bordils. Irá a algún partido y visitará a sus hermanas. “Al final yo soy un tío de pueblo”, zanja. Ve poca televisión, alguna película y le gustó la serie ‘Merlí’. Le encanta el pescado y cuando va al País Vasco no perdona una de sus debilidades: comer besugo. El éxito de la discreción ●
Jugó de pivote, lee de todo y mucho, le gustó la serie ‘Merlí’ y le pirra comer besugo