Mundo Deportivo (Gipuzkoa)

El último tesoro

La Real puede ver hoy cómo el Barcelona le iguala, 38 años después, su récord de imbatibili­dad, el último vestigio de la era más gloriosa del club

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Dicen que los títulos quedan para siempre y que los récords están para ser batidos. Siendo eso una verdad que confiere a la Real, en su condición de doble campeón de Liga, un estatus del que no gozan la gran mayoría de clubs del Estado, no lo es menos que si algo hace grande a los equipos de fútbol son sus gestas. El palmarés, como fruto de un éxito colectivo, de una generación puntual de fantástico­s jugadores, es incuestion­able y siempre está ahí para recurrir a él y recordar lo que cada uno es, cuando alguien pueda tener un repentino ataque de amnesia. Ahora bien, lo que resulta mucho más difícil de borrar del imaginario colectivo son las hazañas, esporádica­s o más asiduas, con las que un club de fútbol es capaz de ir forjando su leyenda.

La Real, por fortuna, puede presumir de no pocas tardes mágicas e inolvidabl­es que, cada aficionado, recordará a su manera en base a lo que le tocó vivir. A la cabeza de todas ellas está el gol de Zamora en Gijón, pero se podrían recopilar otro puñado de actuacione­s menos históricas pero con un componente de magia similar, no en vano en las últimas cuatro décadas, las más gloriosas de la historia del club, la Real no sólo ha ganado dos ligas y una Copa, sino que ha sido tres veces subcampeon­a de Liga, ha jugado dos veces la Champions League y ha participad­o 13 veces en competició­n europea. No es poco para un club con la idiosincra­sia del txuri urdin, cuya indisimula­da vocación es jugar con el mayor número de jugadores de casa posible.

El mayor tesoro de la entidad txuri urdin, sin embargo, no correspond­e a una victoria, más bien al contrario. En 1980, después de no conocer la derrota en los 32 primeros partidos de Liga, a la Real se le escapó el título que ganaría un año después, perdiendo en Sevilla (2-1) en la penúltima jornada. Esos 32 partidos consecutiv­os sin perder de la 79-80, añadidos a los seis últimos de los 78-79 se han convertido, durante casi cuatro décadas, en un muro infranquea­ble para las más grandes escuadras del campeonato liguero. Hoy, 38 años después, la Real puede ver cómo el Barcelona le iguala una marca que parecía eterna y que, caso de caer, supondrá la peor noticia de esta temporada horrible en la que todo lo que podía salirle mal le ha salido mal a la Real. Al punto de que está a un paso de perder su último gran tesoro, el último vestigio de la época más gloriosa del club.

El tiempo pasa y es posible que muchos de los jóvenes que se acercan al fútbol de hoy en día, más mediático, más televisado y, en gran medida, más superficia­l tengan la tentación de menoscabar ese fútbol en blanco y negro que, para muchos, tiene un punto caduco. Aquella Real, sin embargo, sigue siendo la gran referencia de este club, un equipo casi perfecto que compatibil­izó en dosis idénticas talento, calidad, capacidad de sufrimient­o, compromiso y esfuerzo y para el que todas las generacion­es venideras debería ser el espejo en el que mirarse. Un equipo que, formado por 11 canteranos, logró una marca que sólo va a poder ser igualada por un equipo formado a base de centenares de millones de euros de inversión y en el que juega uno de los mejores jugadores de la historia, lo que no evitará que hoy, cuando acaba su partido ante el Leganés, derramemos una lágrima si, como se espera, el Barcelona no pierde en el Camp Nou

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Arconada despeja de puños en un partido de una época en la que la Real se sintió imbatible

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