Ekaterini Stefanidi: el fin no justifica los medios

pusieron el grito en el cielo. Por si fuera poco, el técnico tenía una relación con una profesora de su instituto que la espiaba en la cafetería y cuando llegaba a entrenarse Simeonidis le daba así la bienvenida: “Así que hoy te has zampado dos donuts”. Ekaterini desarrolló una obsesión con la comida.

La bulimia

“Podía estar cinco horas sin comer nada y luego me daba un atracón. Pasé por periodos en los que estaba en una estricta dieta durante días y en los siguientes me comía cualquier cosa que hubiera en casa. Me escondían las galletas y cosas así, pero yo las encontraba. Me las comía porque estaban prohibidas. Me hicieron creer que no podía saltar porque había engordado dos kilos”. Ese verano se fue de vacaciones con sus amigas, dejó de entrenarse con Simeonidis, se planteó abandonar el atletismo y estuvo dos años sin que su padre le dirigiera la palabra.

Con el tenso panorama familiar y las dudas sobre qué hacer con su futuro, llegaron las ofertas de las universidades norteamericanas. Yale, Harvard, Princeton, pero Ekaterini contactó con la de Stanford en San Francisco y la acogieron con los brazos abiertos. Los comienzos no fueron fáciles, su inglés era básico y se perdía lo que decían en la mitad de las clases. Además, la ansiedad y la bulimia la golpearon fuerte y ganó diez kilos de peso, lo que le provocó problemas en una de sus rodillas y la bronca de su padre cuando volvió a casa en vacaciones en el 2009. Otra vez pensó en abandonar.

A la vuelta decidió darse otra oportunidad, comenzó a controlar sus problemas con la alimentación y a disfrutar con el deporte, sin presión. Los resultados comenzaron a mejorar, hasta que se marchó a Phoenix para seguir estudiando y conoció a Mitch Krier, que entrenaba allí. En el 2015 se casaron y Krier dejó su trabajo para ocuparse sólo de Stefanidis. El resto, es historia. Oro en Río en el 2016, oro en el Mundial de Londres en el 2017, elegida mejor deportista europea ese mismo año y campeona de Europa en el 2018. Ahora es la mejor, la rival a batir, vive y se entrena en Ohio y su motivación es seguir progresando, pero, ante todo, seguir disfrutando porque ha aprendido que sentirse feliz es el mejor método del mundo