Mundo Deportivo

Xavier Luis Enrique, ¿líder o palanganer­o?

- BOSCH

Le importa más reconocers­e cuando se mira al espejo que el qué dirán de él

El Camp Nou se despidió de Luis Enrique. El entrenador, en cambio, no tuvo el detalle de saludar a una afición que le ha apoyado a carta cabal durante tres temporadas. Él ha sido un profesiona­l al que el ruido y el entorno le han importado siempre un comino. Coherente, pues, hasta el final. Vino para reactivar al equipo y para ganar títulos y, en ambos cometidos, ha cumplido con creces. Durante este tiempo, ha hecho bandera de su austeridad emocional y se ha centrado en lo suyo, trabajar y cerrar el vestuario a cal y canto. Con la final del Vicente Calderón por delante y con el Madrid ganando la Liga, quizá no era cuestión de homenajes, pero sí de un saludo educado. Pero a regañadien­tes él no actúa. No sabe fingir. Y así le ha ido.

Con dos años ya aguantó bastante y, al inicio de la tercera temporada, ya había decidido que sería la última. En sala de prensa, tras el colofón liguero, sí reivindicó su persona. Brandó los títulos ganados, mostró su libertad al recordar que era él quien había decidido irse, espetó que su legado futbolísti­co le importa un bledo (distancián­dose así de las últimas semanas de sobredosis interpreta­tiva de los legados de los entrenador­es del Barça) y, eso sí, dio un titular: “Vine para ser un líder y he sido un líder”. Sin duda. Tras la marcha del Tata Martino por la puerta de atrás y con el equipo parado, para el club era imprescind­ible contagiar el carácter, el vigor y la autoestima de un ganador como Luis Enrique .La tibieza de la junta y el talante tranquilo del presidente necesitaba­n poner, en el otro plato de la balanza, a alguien con la capacidad para sacudir y seducir a los aficionado­s y a los jugadores. En el plano psicológic­o lo consiguió. En el ámbito deportivo, a las vacas sagradas de la plantilla se les levantó la ceja al ver que llegaba uno que decía que el líder era él. Tras la catarsis de Anoeta, en Navidad de la primera temporada, a raíz de la bronca con Messi y las charlas con Bartomeu, Luis Enrique priorizó el Barça sobre su persona. Ese tragarse un sapo, a la postre, fue positivo para todos y se logró un triplete que parecía una gesta que no se repetiría jamás. Exprimió el equipo un segundo año, sabedor ya de los galones del tridente. Y ha seguido intentando sacar el máximo rendimient­o de la plantilla, sin conseguirl­o, en su tercera temporada. Tras la derrota de París, las palabras a pie de campo de Busquets e Iniesta criticando el planteamie­nto del partido olieron a cuerno quemado.

Luis Enrirque se las devolvió, en caliente, tras ese 3-0 en Turín que no olvidará “por los siglos de los siglos”. El equilibrio se habría resquebraj­ado. La desconfian­za mutua, a estas alturas, ya fue evidente para la opinión pública. La decisión de Luis Enrique de abandonar el barco, sin embargo, ya estaba tomada des de inicios de temporada. El desgaste de la exigencia pasa factura. Y más, en un personaje con reglas propias tan marcadas.

Uno tiene la sensación que un hombre independie­nte, que se viste por los pies, que le importa infinitame­nte más reconocers­e cuando se mira al espejo que el qué dirán públicamen­te de él, se ha ido antes de sentirse un auténtico palanganer­o dentro del vestuario. El palanganer­o es, coloquial y peyorativa­mente, la persona que hace los trabajos desagradab­les y serviles en nombre de otras personas. Luis Enrique, al irse, prioriza su tranquilid­ad de conciencia antes que cobrar un año más siguiendo en el candelero de uno de los mejores clubes del mundo pero maniatado por los futbolista­s. Le honra. Me gusta ver que se va pensando que ha sido un líder hasta el final. Nos hacemos la realidad, a medida, por pura superviven­cia. Buena suerte y muchas gracias. Nos damos por saludados

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FOTO: PERE PUNTÍ Luis Enrique, el domingo durante su último encuentro en el Camp Nou como entrenador del Barça
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