“¡Dales, dales bocinazo!”
→ La Real culminó su histórico pase a la final en Zubieta donde cientos de aficionados recibieron al equipo
→ La resaca ha sido dulce. Con el primer café de la mañana, acompañado de un ibuprofeno, miles de guipuzcoanos vivieron ayer uno de sus días más felices como txuri urdin. La semifinal comenzó bien pronto, cuando a las 11.00 horas ya había aficionados de la Real merodeando por las calles céntricas de Miranda de Ebro. La celebración se alargó hasta bien entrada la noche y terminó, como no podía ser de otra manera, en el punto neurálgico de la Real. Zubieta esperaba a sus héroes.
La Real abandonó el Estadio de Anduva sobre las 01.00 horas, no antes de que su gente la despidiera por todo lo alto con abrazos, cánticos y saltos. Carretera y manta hasta las instalaciones txuri urdin para que cada integrante de la expedición recogiese su coche particular para dar por concluida una noche histórica. Lo que no esperaba la plantilla es que, a las 02.30 de la madrugada de un jueves, cientos de fieles estuviesen esperando para darles un último aliento, un eskerrik asko más antes de irse a la cama a soñar en azul y blanco.
El autocar de la Real tuvo que reducir su velocidad nada más llegar a Zubieta. El conductor, incrédulo, no podía avanzar hasta el parking dada la muchedumbre, que puso luz a la cálida noche donostiarra con varias bengalas y botes de humo azules. La expedición tuvo que parar incluso antes de entrar a Zubieta porque la afición se echó encima golpeando el cristal, como en el ya inolvidable recibimiento de la ida de semifinales ante el Mirandés. La fiesta fue total cuando Imanol se erigió como pregonero de la fiesta. En su salsa, y con los sentimientos a flor de piel, instó al conductor a meter más ruido del que había en el exterior: “¡Dales, dales, dales bocinazo!”, se desgañitó. Si lo manda el jefe... Los incondicionales se volvieron más locos si cabe.
No hay duda de que Imanol Alguacil es uno de los principales artífices, si no el que más, de que la
Real vaya a disputar el próximo 18 de abril en La Cartuja la final de la Copa del Rey. Así lo entienden los aficionados, que le han dedicado varios cánticos durante los últimos encuentros: “Imanol, Imanol, Imanoool” y el más clásico “Imanol, Imanol, Imanol te quierooo”. Pero también lo reconocen los propios jugadores, conscientes de que más que un entrenador tienen un amigo al que seguir fielmente su mensaje. Una voz dentro del autobús que se asemeja a la de Aritz Elustondo también quiso recordárselo: “¡Aupa Imanol, hostia!”, se hizo notar.
Hasta dentro
El gentío se calmó, las puertas de Zubieta se abrieron y en una improvisada kalejira se adentraron hasta el último parking donde están ubicados los coches de los jugadores. Unos 250 metros de puro disfrute. Banderas y bufandas al viento y palmas arriba para forzar un poco más las rojizas gargantas.
El autobús tuvo que hacer un parón más hasta llegar hasta su destino. Tocaba otra de esas escenas que más gustan entre los más pequeños: “¡Shalala... Erreala!”. Más brincos hasta llegar al epicentro de Zubieta. El autobús se detuvo y los héroes fueron bajando uno detrás de otro. Mikel Labaka e Imanol comandaron el desembarco. El oriotarra no golpeó con tanta fuerza a los aficionados como lo hace con sus pupilos pero también se fundió en abrazos con su gente. Cada protagonista tuvo su minuto de gloria. Monreal se llevó una perca, a Aritz le llamaron “‘Kaiser de Beasain” mientras que, a pesar de que el miércoles no fue protagonista, Isak fue uno de los más aclamados. “Oeoeoeoe, Isak, Isak...”.
La plantilla, llamada a hacer historia el próximo abril en Sevilla, fue entrando poco a poco en sus coches para dar por finalizada una noche inolvidable para todos los reazales, pero sobre todo, para aquella generación perdida nacida más allá de los 90 que no sabe lo qué es tocar el frío metal ●
La expedición llegó a las 02.30 horas en medio de una nube de bengalas y gente