El síndrome de los franceses
Alo largo de sus ciento veintidós años de historia, un total de veinticinco futbolistas de nacionalidad francesa han vestido la camiseta del Barça. El primero de ellos fue en 1902 un delantero llamado René Victor Fenouillère, que solamente llegó a jugar un par de amistosos en los que marcó un gol. Falleció combatiendo en la Primera Guerra Mundial. Este escaso bagaje marcaría a la mayoría de jugadores galos que posteriormente han jugado como blaugranas. Como si una especie de síndrome les persiguiera desde que pisan el vestuario del Camp Nou.
Esto parece es lo que están padeciendo Lenglet, Umtiti, Griezmann o Dembélé,
que llegaron precedidos de una reputación futbolística más que notable que, lejos de acreditar con sus actuaciones, más bien la devalúan, al igual que lo acontecido con la mayoría de sus predecesores. Tanto en el caso de Umtiti,
después de dos primeras temporadas de rendimiento excelente, como el de Dembélé, las lesiones han sido el principal escollo. ‘Big Sam’, apuesta personal de Robert Fernández, llegó a formar parte de la selección gala que ganó el Mundial del 2018, hasta que una dolorosa lesión en la rodilla le alejó de su mejor versión, después de pasarse más de un año sin jugar. El de Ousmane sería una caso parecido. Nadie discute su calidad, acompañada de unas condiciones innatas para ser un delantero determinante. El año pasado pareció estar más fuera que dentro del Barça, que lo intentó ceder al Manchester United, para aliviar la sobresaturada masa salarial, algo a lo que no accedió el propio futbolista.
El año 1965 fichó procedente del Real Madrid Lucien Müller, de origen alsaciano. Disputó un total de ciento veinticuatro partidos en las tres temporadas que estuvo como jugador. Diez años después retornaría para convertirse en el primer entrenador que tuvo Josep Lluís Núñez, que lo hizo durar apenas ocho meses en el cargo, como consecuencia de quedar eliminado por el Valencia en las semifinales de la Copa del Rey.
En la lista que viene a continuación abunda más la mediocridad que la excelencia que algunos prometían, teniendo en cuenta que la mayoría eran futbolistas internacionales por los ‘bleus’. Este fue el caso de Laurent Blanc, Christophe Dugarry y Emmanuel Petit. Campeones del Mundo de 1998. Junto a ellos estaba Thierry Henry, figura consagrada en el Arsenal, al que hizo campeón de la Premier, soñado refuerzo de Laporta y que después de dar largas en el 2007, llegaría una temporada después al Camp Nou, con treinta y un años de edad, lejos de su mejor versión. Su mejor año fue el segundo, con Guardiola como entrenador, formando parte del mejor Barça de la historia.
Otra decepción, también por su llegada tardía, fue la vivida con Lilian Thuram, al que se contrató por el descenso administrativo de la Juventus, por su participación en el ‘Moggi Gate’.
Era toda una oportunidad de mercado, pero ya se sabe que los duros a cuatro pesetas suelen ser falsos. La misma decepción que provocaron los Christanval, Dutruel, Mathieu o Digne.
Pero, puestos a destacar, indudablemente Eric Abidal fue con creces el de mayor rendimiento y debido al trasplante de hígado del que se tuvo que intervenir estableció fuertes vínculos emocionales con la afición. Posteriormente, el que fuera lateral izquierdo titular del Barça de Guardiola ocupó el cargo de director técnico en la parte final del mandato presidencial de Bartomeu.
Quien también tuvo un buen balance fue el menudo extremo corso Ludovic Giuly, ganador de dos ligas y una Champions, pero que dejó el Barça eclipsado por un emergente Leo Messi