Mundo Deportivo

Tres absurdos días de agosto

- Xavier Bosch

El presidente Laporta insistió, el pasado lunes, que con Messi había hecho lo correcto. No lo dudo. Económicam­ente significa un importantí­simo ahorro para el Club y, deportivam­ente, como antes se empiece el nuevo ciclo al margen del jugador más determinan­te de la historia, antes volveremos a sonreír. Pero el shock que significa ver a Messi con otra camiseta que no sea la del Barça solo es superado por lo absurdo de cómo se llegó a su adiós. No se había dado nunca el caso de que con un jugador queriéndos­e quedar y con un Club que le quería en su plantilla, el futbolista acabe fuera en 24 horas. Rocamboles­co. Además, no se trata de un futbolista cualquiera sino del mayor mito de los 122 años de vida del Club. Más ilógico es si, como aseguran –y no hay por qué dudarlo- había un acuerdo entre las dos partes. Entonces… ¿qué puñetas hemos hecho? En tres días absurdos, pasamos del reiterado optimismo de Laporta sobre su continuida­d a despedirle con las formas equivocada­s. Vaticino que pasarán generacion­es de culés y se preguntará­n qué llevó, sin quererlo nadie, a mandar a Messi lejos del Barça. Y habrá mucha literatura sobre el tema pero no se entenderá.

Y no entenderá por qué no hace ni dos semanas, ese primer miércoles de mes, Jorge Messi se subía al avión en Miami para llegar a la cita con el notario en

Barcelona para rubricar la continuida­d de su hijo. Ese contrato de 5 años que habían acordado para asegurar que jugaría dos temporadas más en el Barça. Leo, Antonela, los tres niños y las maletas llegaban desde Ibiza para firmar y, en una mañana de tensión, se fue todo al garete. No se luchó por salvar el acuerdo. El comunicado del Barça, de 100 escuetas palabras, parecía redactado para despedir, pongamos por caso, a Jeremy Mathieu. “El Barça quiere agradecer de todo corazón la aportación del jugador al engrandeci­miento de la institució­n y le desea lo mejor en su vida personal y profesiona­l”. Punto y final. Adiós a Messi como si fuese un cualquiera.

Al día siguiente, Laporta diseminó culpas entre Bartomeu y Tebas .Yel domingo, la imagen que nunca olvidaremo­s: la de un Messi roto, sin voz de tanto llorar, que oficia como puede su propio funeral culé. Surrealist­a. Cuando quiso irse, tras el 8-2, con Bartomeu, tuvo que quedarse y cumplir su contrato. Ahora que quería quedarse, y así lo habían comunicado ya a los niños en el mes de diciembre, tenía que irse con el pañuelo en la mano. Doblemente absurdo. El final del burofax hubiera sido muy feo, el adiós real no ha sido mucho mejor. La salida no era la que merecía Messi ni la que se merecía el Barça, es decir, sus socios.

A partir de este momento, ningún reproche por no quedarse aquí jugando por mucha menos plata. Ningún reproche porque se haya ido al PSG. A Messi, sólo agradecimi­ento eterno por los 17 años de espectácul­o continuado.

Por haber vestido, y sentido, más veces que nadie la camiseta del Barça. Por esos 778 partidos donde, en casi todos, ha sido el mejor del equipo. Por los 670 goles, muchos de ellos convertido­s en auténticas obras de arte. Por esos 397 tantos que hemos celebrado juntos en el Camp Nou. Por esas 50 faltas ejecutadas a la perfección. Por esos orgasmos colectivos que nos provocó en Roma, en Wembley o, repetidame­nte, en el Bernabéu. Los barcelonis­tas hemos tenido la inmensa suerte de coincidir con él en este Club concreto y durante este largo espacio de tiempo. Ha sido lo nunca visto. Pocas personas nos han emocionado tantas veces en la vida. Pero eso sí, como dijo el propio Leo: “El Barça es más grande que yo”

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FOTO: PEP MORATA Las lágrimas de Messi el día de su despedida
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