Mundo Deportivo

El último puerto del ‘Relojero de Ávila'

- Celes Piedrabuen­a

→ El reloj de Julio Jiménez se detuvo para siempre a la edad de 87 años. El ciclista abulense perdía la vida en un tonto accidente de coche el martes en su Ávila natal al colisionar el vehículo en el que viajaba con una pared cerca de un lavadero de coches propiedad de Ángel Arroyo, otra leyenda del ciclismo español, otra leyenda abulense del deporte de la bicicleta, como el propio ‘Julito’, Francisco San Román, ‘Chava’ Jiménez, Carlos Sastre, Paco Mancebo o Lastras. Ávila, tierra ciclista.

Jiménez, considerad­o uno de los mejores ciclistas y uno de los más grandes escaladore­s que ha dado el ciclismo, es uno de aquellos deportista­s sin el cual no se entendería el ciclismo español y cuyas correrías mostraron la senda a las nuevas generacion­es, no en vano a día de hoy todavía es el quinto ciclista español con más victorias de etapa (12) en las grandes vueltas, sólo por detrás de Miquel Poblet (26), Alejandro Valverde (17), José Manuel Fuente ‘Tarangu’ y ‘Purito’ Rodríguez (14). Fue un ciclista capaz de triunfar en España y más allá de nuestras fronteras. Un corredor que disputó tres ediciones del Giro de Italia, cinco del Tour de Francia y seis de la Vuelta, con el 4º lugar en Italia (1966), el 2º en Francia (1967) y el 5º en España (1964) como mejores resultados. Un corredor que como recordaba Alejandro Valverde fue “uno de los mejores escaladore­s de la historia y un mito dentro del pelotón”, y que como rememoraba Rafa Carrasco, ex director del equipo Kelme y colaborado­r de MD, era “un escalador total. Julio se salía en la montaña. Atacaba de lejos y se marchaba. Era un corredor, al contrario que Bahamontes, que subía con mucha fuerza y desarrollo, una persona amable, sencilla y que siempre te hacía bromas”.

Fue Julio Jiménez un ciclista a quien el salto al profesiona­lismo y su debut en el Tour le llegaron tarde. No dio al salto al pelotón hasta los 25 años. “Entonces no había equipos en España, si habías nacido en Bilbao o en Barcelona igual sí”, recordaba en una entrevista a ‘Ciclismo a Fondo’. Pese a ello él persistió hasta que pudo cumplir su sueño de niñez, después de que su padre, conductor de ambulancia­s de la Cruz Roja, le comprara una GAC que él ‘mejoraba’ en El Rastro de Madrid, en una época en la que su madre trabajaba de cocinera en casa de un general, quien le puso a ejercer en labores de electricid­ad. Por aquel entonces iba en bici a trabajar, y así, a base de dar pedales, empezó a fortalecer las piernas que después le permitiero­n volar en las grandes citas profesiona­les de montaña, aunque fue en su época de ayudante de relojería donde forjó su apodo y casta. “Mi primo Ángel tenía una relojería y se acordó de mí. Trabajaba de ayudante e iba a Madrid en bici a buscar las piezas que hacían falta, por el Puerto de los Leones, 200 kilómetros, así cogí fondo”, decía.

Un día se compró una moto que le iba a cambiar la vida. Viendo que el tiempo pasaba, decidió ir con ella al País Vasco a buscar fortuna, y con el equipo Lambretta de un señor de Barcelona, de apellido Mostajo, ganó la cronoescal­ada y lució el maillot de líder tres días. Después viajó a Barcelona y el señor Mostajo, sabiendo de su potencial, le facilitó un equipo, disputando la Volta Ciclista a Catalunya de 1960, la última de Miquel Poblet. Ganó la etapa de Puigcerdà y su éxito tuvo una gran repercusió­n en la prensa, tanto que le prometiero­n un buen equipo para correr la Vuelta. Sin saberlo, ‘Julito’, 'el Rey', estaba escribiend­o los primeros capítulos de uno de los libros dorados y épicos del ciclismo español, que podría haber sido más memorable si hubiera debutado antes en el Tour, en el que se estrenó con el equipo KAS con 29 años, “tres más tarde de lo que tenía que haber hecho”. Aún así, acabó 7º (1964) y ganó dos colosales etapas, la de Andorra y la Puy de Dôme –aunque su subida favorita era la de Urkiola– , a las que sumaría dos más en 1965 y otra en 1966; pero hay dos momentos en el Tour que jamás pudo borrar de su memoria.

Uno fue la muerte del británico Tom Simpson en la 13ª etapa del Tour de 1967, con quien iba escapado en la subida al Mont-ventoux – “se cayó de la bici, los directores del equipo lo volvieron a subir pero se volvió a caer a los pocos metros”; etapa que perdió Julio camino de Carpentras al pararse en un bar a tomar una cerveza–, y la otra, acabar segundo de la general. 3’40” le separaron del francés Pingeon. “Lo hubiera ganado fácilmente, pero un compañero de la selección española atacó donde no debía...”. Entonces se corría por seleccione­s.

Por culpa de ese día no pudo ganar una gran vuelta, pero el ‘relojero de Ávila’ siempre será recordado por su clase y potencial en la montaña, por el respeto que se ganó en el pelotón, por la amistad y rivalidad que mantuvo con otros grandes mitos del ciclismo, como Bahamontes, Poulidor o Anquetil. Tras bajarse de la bici ejerció de comentaris­ta en la SER con Juan Ramon de la Morena, esforzándo­se por transmitir la pasión por un deporte que no abandonó nunca en su vida.

Descanse en paz. Hoy (12.30h) se oficia el funeral en la Parroquia de la Sagrada Familia de Ávila ●

Aún hoy es el quinto español con más etapas (12) en las tres grandes vueltas

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Fue uno de los mejores escaladore­s, y prueba de ello son sus victorias de etapa y sus varios triunfos en las clasificac­iones de la montaña en el tour y en la Vuelta Fotos: ALGUERSUAR­I, BERT
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