Mundo Deportivo

Pillado con el ‘carrito del helado’

→ Las reacciones de Bahamontes eran tan radicales comos sus fugas en la carretera

- Toni Canyameras

→ Irreverent­e frescura o estoica frialdad. La intriga carcomía a todo periodista y transeúnte que se encontrara en la cuneta, intentando adivinar por qué ese corredor que era cabeza de carrera se había bajado de la bici en la cumbre del Col de Romeyère para darse un capricho y asestar placentero­s lametazos a un helado, como si aquello fuera una ruta dominguera y no una etapa de un Tour de Francia.

Pintaba a insolente acto de vanidad del toledano Federico Martín Bahamontes, un fogoso de las fugas. ¿Qué clase de falta de respeto era aquella? ¿Acaso se jactaba de sus 14 minutos de ventaja sobre el pelotón? Más bien, el hombre pretendía evadirse de la inquietant­e impacienci­a.“iba escapado con tres corredores más, Leguilly, Lazaride y un belga que tenía un ojo de cristal. El coche de éste le dijo que no tirara del grupo porque yo les iba a dejar subiendo y cuando pasa el coche toca una piedra”, contaba Bahamontes a Perico Delgado en un programa de TVE. Y el destino de esa piedra fue la rueda de trasera de la bici del toledano y, la víctima, los dos radios de un mismo lado que se rompieron. El siempre dispuesto a atacar Bahamontes destensó el freno, atacó y se dirigió en solitario hacia la cima del puerto. Pero la conciencia advirtió a tiempo a su instinto: no. Así que pie a tierra y a esperar al coche de equipo de Julián Berrendero para cambiar la dichosa rueda. Y antes que dejarse encontrar por la monotonía, qué mejor que perderse en un pequeño pero intenso placer contenido en un cucurucho con dos bolas de vainilla. “Vi dos carritos de helado, me fui allí, pedí un helado y lo metí en el bidón. Por detrás me hacían fotos y pensé “¡Joder! ¿Es que tengo el culo más guapo que la cara o qué?

Y ahí fue donde me gané la fama de “el del helado””, contó el toledano a Perico. “Perdí un montón de tiempo, los 14 minutos más lo que tardaron en cambiar la rueda”, agregó.

‘El Águila de Toledo’ vio escapar la opción de ganar en aquella etapa del Tour de 1954 disputada entre Lyon y Grenoble, pero ese momento de felicidad degustada ya nadie se lo quitaba y hacía ascender su carisma. Derramó con ataques y derramó espon- taneidad con ese placer que dio al paladar, proyectand­o el ciclista atrevido y simpático en la primera ‘Grande Bouclé’ de su vida, condecorad­o en París con la prenda que hasta seis veces vistió, la del rey de la montaña. Podía hacer el descenso sin freno.

El ‘Lechuga’

Todo era posible sobre una bici para Bahamontes, quien, tiempos antes de recrearse con un helado como quien lo hace en una terraza –y en sus primeros años de corredor–, se fue a la cuneta por quedarse dormido encima de la bici. Era imposible aplicar en el ‘Águila de Toledo’ el dicho de ‘Más fresco que una lechuga’, pues era él el ‘Lechuga’, su anterior apodo. Lo extraordin­ario fue que en el mismo lugar donde se contó a la anécdota que coronó al personaje sería el mismo donde triunfaría el deportista.

El hábito que se lo descubrió, el mismo que hizo célebre la excéntrica personalid­ad de Bahamontes, el de comer. Entre manjares españoles, unas buenas migas, discurrió la conversaci­ón que quitó a Bahamontes la obsesión por el maillot de la montaña. En el invierno previo al Tour de 1959, el toledano invitó a una cacería en su tierra a Fausto Coppi, Miquel Poblet y Raphaël Géminiani. Una buena tropa, vamos. Y de una cacería que reunía tales élites solo podían deslizarse buenos negocios. Degustando esas migas, Coppi reveló a Bahamontes que si se dejaba de tanta montaña podía ganar el Tour y fichó por su equipo, el Tricofilin­a Coppi.

Olvidada la infausta Vuelta a España de 1959 en la que se retiró por un ántrax, Bahamontes añadió picante a su irremediab­le rivalidad con Jesús Loroño, el mismo con el que había llegado a las manos en una refriega de la Vuelta de 1957 en una de tantas escenas de su enemistad que fragmentó a España en dos bandos. La escena previa al Tour de 1959 transcurri­ó entre bambalinas, cuando el toledano le pidió al selecciona­dor nacional, Dalmacio Langarica, poco menos que elegir entre papá y mamá: o iba Loroño o él. En aquella época, el Tour se corría por países. La decisión viró hacia Bahamontes para provocar una tremenda explosión de impopulari­dad en el País Vasco, tierra de Loroño.

Y por fin el llamativo Bahamontes lo fue por vestirse del amarillo lampante en una etapa con el mismo puerto en el que dejó a todos helados tras un ataque fraguado junto a Charly, sacando en París cuatro minutos a Henry Anglade y cinco a Anquetil.

Escondido en los matorrales

A su manera, descubrió a la afición española la sensación de tener a un ciclista en lo más alto de París como primer corredor del país en disfrutarl­o. Un 18 de julio, justo cuando se hacía veinteañer­o el golpe de Estado de Franco, Bahamontes ejecutaba una idea instigada por el comunista Fausto Coppi. Así era de irónico el toledano y tan gracioso como desquician­te se fue del Tour. Fue en el 65, su última participac­ión: si se presentó echando a pie a tierra, también se bajaría de la ‘Grande Bouclé’ igual. Cambió de ritmo en las rampas del Aspet en el Tour de 1965 un día después de un ‘pajarón’ en un ataque de mentira: una vez distanciad­o se escondió entre unos matorrales y luego se subió al coche mientras la duda de si se había retirado o seguía angustiaba al pelotón y él se mondaba de risa. Así era Bahamontes, que hasta estaba sin estar.

Salvo su nombre —en realidad se llamaba Alejandro, pero su tío insistió en llamarle Federico y consiguió que los demás lo hicieran—, todo era auténtico en el ‘Águila de Toledo’, el que hacía lo que le apetecía, sincero hasta cuando le pillaron con ‘el carrito del helado’ ●

Un cucurucho con dos bolas de vainilla en el bidón esperando una rueda de repuesto

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Foto: WEB BAHAMONTES Ilustració­n que inmortaliz­a el momento en que Bahamontes se toma el heleado
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