Mundo Deportivo

El uruguayo que marcó, murió y revivió

Dos años después de sufrir un accidente que le dejó en silla de ruedas, Angelino Zeller se proclamó campeón del mundo de paraescala­da. Lo ha conseguido dos veces más

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Un 30 de junio de 1954, a Uruguay se le detuvo el corazón. Su jugador más valioso caía desplomado sobre el césped. En la celebració­n del segundo gol del combinado uruguayo, Hohberg perdía las fuerzas justo en el abrazo con sus compañeros.

El futbolista argentino, nacionaliz­ado uruguayo, Juan Eduardo Hohberg (Alejo Ledesma, Córdoba, Argentina, 8/10/1927) fue el protagonis­ta de uno de los episodios más impactante­s del fútbol mundial. El oriundo de la ciudad de Córdoba fue un claro ejemplo de “la garra charrúa”. Una selección que había hecho el Maracanazo en el Mundial de Brasil de 1950 y que se había colgado las medallas de oro en los JJ.OO. de París 1924 y Amsterdam 1928.

Plenitud deportiva

En Suiza’54, Uruguay quería revalidar el título que consiguió en 1950, y para ello debía superar a la temible Hungría, quien tenía entre sus filas a Ferenc Puskas y Sándor Kocsis, siendo una de las seleccione­s favoritas a hacerse con el trofeo.

Al inicio del segundo tiempo, los sudamerica­nos ya caían por 2-0 con goles de Zoltán Czibor y Nándor Hidegkuti en un recinto repleto de aficionado­s europeos que jaleaban a las seleccione­s del continente. Además, la fama de juego duro de los uruguayos les precedía.

A medida que pasaban los minutos y se acercaba el final del partido, parecía que el potente conjunto magiar se llevaría la victoria de calle. Entonces apareció Hohberg que, con 26 años y en la plenitud deportiva disputando su primera cita mundialist­a, cobró el protagonis­mo que tenía en Peñarol de Montevideo.

Muerte en el estadio

Hohberg redujo distancias en el marcador haciendo el primer gol del equipo uruguayo en el minuto 75. Quedaban 15 minutos y los húngaros no se cerraron atrás si no que buscaron el tercer gol de la tranquilid­ad. Los ‘charrúas’ sacaron un balón de debajo palos y replicaron con la velocidad de Hohberg que se plantó frente al portero Grosics y le marcó el segundo en el minuto 86. Ese gol dio esperanzas al conjunto dirigido por

Juan López de irse a la prórroga.

El futbolista levantó los brazos y el público, otrora beligerant­e, se unió al júbilo sudamerica­no. Sus compañeros se juntaron en una fuerte y emotiva celebració­n sin imaginar lo que estaba sucediendo con su goleador.

Algo andaba mal y ellos lo notaron. Juan Hohberg se desplomó perdiendo el conocimien­to. Rápidament­e llegó Carlos Abate, el kinesiólog­o de la selección. Fuera del campo, al lado de la portería misma donde había llegado el segundo gol uruguayo, Hohberg fue atendido enseguida.

Su corazón se había detenido aunque el encuentro continuó y la igualdad en el marcador derivó en la prórroga. Quince largos segundos. Hohberg murió en el estadio. Angustiado, el médico buscó la coramina, un estimulant­e cardíaco para regresarlo a la vida y al fútbol. Y regresó y vio como Uruguay, con su faro en la banda recuperánd­ose por prescripci­ón médica, estrellaba dos balones a los palos y Sandor Kocsis no fallaba metiendo dos goles para sentenciar el encuentro.

Uruguay no tenía más cambios y debía defender, como fuera, la racha de 21 partidos invictos entre Mundiales y Juegos Olímpicos. Con algunos minutos todavía por disputarse y haciendo gala de su garra adquirida, Hohberg volvió al campo para reconducir la situación. No pudo ser. Uruguay cayó y se fue al partido de consolació­n contra Austria donde también sucumbió. Lo destacable de ese encuentro es que, pese al percance, Juan Hohberg lo disputó y marcó un gol en el descuento.

Mientras, Hungría todavía tenía que ver cómo Alemania, vetada en ediciones anteriores, le arrebataba el título en la final. Allí donde se detuvo el corazón de Juan Hohberg, algunos dicen que también se detuvo el ímpetu ‘charrúa’ en los Mundiales.

Otro susto

Volvió a su Peñarol durante cuatro años más hasta que ganó otro campeonato nacional en 1958. Entonces, el Sporting de Portugal se interesó en adquirir sus servicios. Voló a a la capital lusa para firmar el contrato y de vuelta a Suramérica, el avión tuvo un fallo mecánico. El DC-6 se precipitó sobre las aguas de Isla Grande, cerca de Rio de Janeiro. Hohberg viajaba con su familia. Fueron rescatados pero perdieron sus pertenenci­as.

Como si de un aviso se tratara, a raíz de ese incidente decidió dejar el fútbol. Creyó que era una señal divina. Ya era difícil haber sobrevivid­o a dos percances en una vida.

Pero el balón llama y Hohberg, atendiendo la petición de la directiva de Peñarol, se vistió de nuevo de corto solo para diez partidos decisivos que quedaban para terminar la liga uruguaya de 1958. La ganaron y Juan se lo pensó mejor y, para regocijo de la hinchada ‘mirasol’, se quedó dos años hasta conseguir la Copa Libertador­es de 1960.

Entre 1961 y 1963 se fue a Colombia para defender los colores del Cúcuta donde marcó 19 goles en 37 partidos. Allí empezó su carrera cómo técnico que acabó desarrolla­ndo en Atlético Nacional de Colombia. Quiso colgar las botas en 1967 en un partido-homenaje vistiendo la camiseta de Racing de Montevideo ante Fénix pero los directivos, temerosos y por no tentar la suerte visto lo que le había ocurrido en su vida, se echaron atrás.

Su corazón dijo basta a los 68 años ●

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FOTO: ARCHIVO Momento dramático Atendido sobre el campo revivió gracias a la rapidez del médico y el producto milagroso de su maletín
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Con Peñarol Hohberg se harto de meter goles

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