Suevos, los otros germanos
Los perfiles del pueblo suevo han quedado difuminados por la Historia frente a los de los godos, pero su permanencia de ciento setenta y seis años en el territorio peninsular les hace merecedores de una mayor atención. Llegados con vándalos y alanos en la gran invasión del 409, se enraizaron con más fuerza que sus compañeros de migración y se convirtieron en un rival que obsesionó a algunos de los principales reyes godos, como Leovigildo, que sería quien finalmente los venciera, desmantelando su reino en el año 585. Los suevos se asentaron en la región latina de Gallaecia, que incluía la actual Galicia y el norte de Portugal, y establecieron su capital en Bracara Augusta (la actual Braga). Entre sus gobernantes hubo reyes destacables, como Requila, que entre 438 y 448 llegó a controlar toda la península Ibérica, excepto la Tarraconense y la costa levantina, y conquistó ciudades tan importantes como Mérida y Sevilla. Su hijo Requiario siguió una política expansiva incluso más agresiva si cabe, y su amenaza llegó a ser tan fuerte que el Imperio Romano solicitó la ayuda de los ejércitos visigodos, que, comandados por Teodorico II, lo derrotarían al fi n en la batalla del río Órbigo. El reino suevo, que alcanzó un elevado nivel cultural, se pasó al catolicismo algunas décadas antes que los godos bajo la influencia del obispo San Martín de Braga, un personaje de relevancia equivalente, en la corte sueva, a la que tuvieron San Isidoro o San Leandro en la visigoda. Requiario, rey de los suevos, puso en jaque al Imperio Romano.