Aprender del pasado
Pueden tumbar monarquías, partir a la Iglesia en dos, revolucionar la ciencia o provocar terremotos financieros. Las crisis son el reflejo de cambios profundos en las sociedades y de todas ellas se aprende una lección para el futuro.
En 1689, Isaac Newton publicó en latín sus Principia Mathematica. Detrás de los movimientos planetarios ya no había un “Gran Relojero”, sino unas leyes de atracción y movimiento que explicaban hasta la gravedad. La ciencia antigua basada en definiciones místicas o inexactas entró en crisis.
En 1559, mercaderes holandeses encontraron en Turquía un bulbo que les llamó la atención por su belleza. Se llevaron varias semillas. Eran tulipanes. Todos los holandeses empezaron a pagar sumas exorbitantes por estas semillas. Empeñaban sus casas y sus ganados. El 5 de febrero de 1637, el precio empezó a derrumbarse. Miles de familias acabarían arruinándose.
El 31 de octubre de 1517, el fraile agustino Martín Lutero colgó de las puertas de la iglesia del Palacio de Wittemberg un escrito con 95 frases contundentes. Condenaba que la Iglesia vendiese indulgencias a los creyentes para financiar la basílica de San Pedro de Roma. La Iglesia excomulgó a Lutero y le exigió que se retractara. Lutero se negó. Nacía así el primer gran trance de la Iglesia con el surgimiento del protestantismo.
Una crisis científica, una crisis financiera y una crisis religiosa. Basta releer los párrafos anteriores para sacar algunos denominadores comunes. Éstos son acontecimientos que cambian profundamente las creencias, las costumbres y la visión de una sociedad determinada.
Las crisis llegan a ser tan extraordinarias que hasta pueden originar superpotencias. Un grupo de ciudadanos disfrazados de indios volcaron miles de kilos de té en la bahía de Boston en 1773 como protesta por los impuestos aplicados por la corona británica a las colonias americanas. Así empezó la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América.
Precisamente detrás de las grandes guerras siempre hay una profunda crisis. Una de las más devastadoras ocurrió en el siglo XVII: la de los Treinta años. Fue una contienda nacida de un enfrentamiento religioso: la pelea entre protestantes y católicos. Intervinieron casi to--
dos los países europeos. Al final, Alemania perdió a un tercio de su población masculina, quedó dividida en más de 300 miniestados, desapareció el Sacro Imperio y España entró en una imparable decadencia.
Pero no hace falta un acontecimiento cósmico para desatar una crisis. Un solo libro puede detonarla. Fue lo que sucedió cuando Darwin presentó La evolución
de las especies y demostró que los seres vivos son el resultado de la selección de los que sobreviven. Si el hombre también quedaba afectado, entonces, ¿ qué hacíamos con la Biblia, donde se hacía un relato de Adán y Eva, creados por Dios?
Una oportunidad para prosperar. Las crisis también pueden tumbar el poder establecido. La monarquía francesa fue abatida a fi nales del siglo XVIII, cuando las clases medias empezaron a creer que el poder emanado de las asambleas populares era superior al poder divino y hereditario de los monarcas. Decapitaron al Rey y aprobaron nuevas leyes. Las ideas de la Revolución Francesa se extendieron por toda Europa y signifi caron uno de los mayores cambios políticos y sociales en la historia de la humanidad.
Por cierto, eso da pie a una reflexión: ¿por qué de repente se producen crisis terribles que desembocan en levantamientos sociales y grandes revoluciones? ¿Por el hambre? ¿Por la pobreza? Alexis de Tocqueville, tras examinar la Revolución Francesa, determinó que era lo contrario. “La experiencia nos enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno es aquel en que comienza a reformarse”, afirmaba en Elantiguo régimen y la Revolución. Prueba de ello es que dos décadas antes de la Revolución, el rey Luis XVI, siguiendo los consejos del ministro Turgot, permitió la circulación libre de cereales, reformó los impuestos para hacerlos más equitativos y hasta obligó a las clases privilegiadas a pagar tributos. Además, dio más poder a las asambleas. Cuando el Rey intentó dar
marcha atrás con las reformas, ya era tarde. Surgió con fuerza el Tercer Estado. Un pueblo que esperaba seguir prosperando aunque fuera mediante la revolución. Como escribe el historiador Stanley Payne, “es más posible que se registre una revolución una vez que las cosas han comenzado a mejorar que cuando están empeorando”.
De modo que es la expectativa de mejorar lo que moviliza a las masas durante las crisis. Eso explicaría las manifestaciones callejeras que estallaron en Sao Paulo en el verano de 2013 y se extendieron por todo Brasil. El país desde hace años está registrando un imparable progreso económico. Pero esa mejoría no se ha trasladado al pueblo, gran parte del cual vive en ciudades de miseria y no es atendida en los hospitales.
Difíciles de prever. Eso explicaría también los levantamientos en el norte de África durante la Primavera árabe. Empezó en Túnez, uno de los países más estables y prósperos del mundo musulmán. Un presidente rodeado de negocios y de lujo en un país en progreso… cuya población espera vivir mejor. Los jóvenes se echaron a la calle y en quince días cayó el gobierno y huyó el presidente. Algo parecido a lo que sucedió en Turquía, cuando el intento gubernamental de talar unos árboles en un parque público desató una de las mayores protestas contra el régimen islamista.
Brasil, países árabes, Turquía… ¿Por qué nadie es capaz de predecir estos momentos críticos? Porque no se lo esperaban. Con lo cual entramos en uno de los aspectos más fascinantes de las crisis: siempre llegan sin avisar.
El ensayista libanés-norteamericano Nassim Taleb cree haber encontrado la razón por la cual no somos capaces de predecir las crisis. “La mente convierte la Historia en algo uniforme y lineal. Y hace que subestimemos el azar”, afirma en su último libro Antifrágil. Creamos modelos de pensamiento y métodos de cálculo que no estiman los
sucesos raros y de gran trascendencia. De repente, cuando sobreviene un acontecimiento altamente improbable, una gran crisis, nos inunda el temor porque altera la lógica de las cosas.
Taleb lo definió como un “Cisne negro”: esos acontecimientos que creemos que no pueden suceder y suceden. Tomó el nombre de la sabiduría popular inglesa del siglo XVII, cuando se decía que algo era tan imposible que sucediese como la existencia de un cisne negro. Pero a finales del siglo XVIII se descubrió una colonia de cisnes negros en Nueva Zelanda que llenó de estupor a los científicos.
La repentina caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453 sorprendió a la Cristiandad. “El horror fue tanto mayor porque nadie en Occidente en realidad lo esperaba”, dice el historiador Steven Runciman en La caída de Constantinopla. Desapareció así el último gran vestigio del viejo Imperio Romano.
Según Nassim Taleb, la impredecibilidad de las crisis radica en una visión de la Historia como algo uniforme y lineal donde se subestima el azar
Nadie vio que Lehman Brothers iba a quebrar en 2008, a pesar de que se estaba cebando la bomba de una gran crisis de impagos en las hipotecas de Estados Unidos desde 2005.
Y por supuesto, nadie quiso ver en España que la economía iba a sufrir su mayor recesión en décadas, porque en plena euforia financiera era técnicamente improbable. A mediados de 2008, economistas, políticos y empresarios aún hablaban de “aterrizaje suave”, de “leve caída”, de “contracción”. Hasta el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, desmintió la crisis y anunció que España iba a crear empleo ese año y los siguientes.
Cegados por la avaricia. Las grandes crisis financieras y económicas se producen por una confusión entre los sueños de riqueza y la realidad. Digamos que se llama CODICIA; así, en mayúsculas. Esta ha creado una profunda ceguera histórica. La Gran Depresión que explotó en Estados Unidos en 1929 y contagió al planeta se debió a que millones de norteamericanos se dedicaron a comprar en Bolsa acciones de empresas pensando –por culpa de la codicia– que su valor iba a subir indefinidamente. Pero llegó un momento en que esas empresas no valían lo que se reflejaba en los precios y, al final, la Bolsa se derrumbó. ¿No les recuerda a la crisis de los tulipanes? ¿Y a la crisis inmobiliaria española?
En el caso de España, miles de personas compraron pisos porque veían que cada año, cada mes y casi cada semana subían de precio sin parar. Esto quería decir que a medida que pasara el tiempo iban a ser más ricos. Pero, ¿ puede un piso de cien metros cuadrados en un barrio de Madrid, Barcelona o Bilbao valer dos veces más en cinco años?.
Lo mismo sucedió años atrás con las crisis de las punto.com. Millones de personas en los países desarro-
llados, cegadas por las expectativas de ganar dinero, invirtieron sus ahorros en empresas que perdían dinero, o que nadie sabía para qué servían. Bastaba poner punto. com a una sociedad y sacarla a Bolsa (como sucedió con Terra), para embelesar a millones de incautos. En marzo de 2000 se pinchó la burbuja, como la fiebre de los tulipanes, y los valores se derrumbaron.
Falsas verdades. Esto demuestra que una crisis es un desengaño. Los humanos nos engañamos con el precio de las cosas. Los monarcas se engañaron con la infinita legitimidad de su poder. Los científicos se engañaron con la estabilidad de sus conceptos.
Por ejemplo, antes de Newton, los seres humanos recurrían a la mística para explicar el movimiento de los planetas. Los astros eran empujados por ángeles, las piedras caían porque era su ímpetu natural ir al centro de la tierra, las fases de la luna eran encantamientos... Un engaño persistente. Después de que Newton elaborase sus leyes universales, los hombres de ciencia se dedicaron frenéticamente a encontrar leyes en todos los aspectos de la vida: las leyes de la biología, de las enfermeda- des, de los insectos, del comportamiento humano… El universo ya no era un gran mecanismo dominado por el Gran Relojero.
La fe ilusa de los holandeses en el precio ascendente de los tulipanes ( engaño) les llevó a otorgar un valor tan exagerado a un bulbo inútil ( el tulipán no tiene olor y sólo florece dos semanas), que llegó a valorarse más que 100 toneladas de trigo.
Y, ahora, tratemos de pensar como filósofos de la Historia: ¿ podemos establecer las fases de las crisis? Si estudiamos el factor común de los casos que han determinado los grandes trances planetarios, podríamos decir lo siguiente:
El detonador. Siempre hay un suceso que desencadena el cambio radical. Puede ser la subida de 7 céntimos de los transportes en Sao Paulo, la exhibición en la entrada de una iglesia de Maguncia de las 95 tesis de Lutero, poner impuestos al té, el derrumbe de Lehman Brothers, la inmolación de un joven informático en Túnez, o las reparaciones de guerra que obligaron a Alemania a pagar una multa en dinero y entregar su riqueza nacional ( minas, canales, puertos, tecnología) después de la Primera Guerra Mundial.
Lasconsecuencias. Tras el detonador, sobrevienen las protestas como en Brasil, el mundo árabe o en Europa central en el siglo XVI. La sociedad se conmueve y actúa. Los científicos debaten las novedades y se pelean. Nacen nuevas creencias, como el protestantismo. Las monarquías se esfuman, como sucedió en la Francia del siglo XVIII. Surgen nuevas potencias, como Estados Unidos. Las cajas de ahorro españolas se extinguen, son borradas del mapa financiero. La hiperinflación de 1921- 1923 arrasa económicamente a todo un país como Alemania durante la República de Weimar.
La lección aprendida. En el caso de las crisis financieras, se crean nuevas reglas o cortafuegos para que no vuelvan a suceder. Tras la Gran Depresión de 1929, el gobierno de Estados Unidos creó la Securities and Exchange Commission para vigilar de cerca a las empresas que cotizan en Bolsa y se impidió a los bancos actuar como prestamistas de dinero y colocadores de acciones. En España se reforzó el capital bancario y se modifi có el reglamento de estas entidades. La ciencia aceptó la nueva cosmovisión, como las leyes de Newton, y dio un salto adelante. La ONU y la Unión Europea nacieron tras la Segunda Guerra Mundial.
Centrémonos ahora en España. Las generaciones de menos de treinta años no sabían qué era eso de la crisis. Sus padres vivieron la crisis de la Transición. Sus abuelos, la crisis de la Guerra Civil. Para todos está siendo un shock financiero y emocional. Estábamos tan a gusto hace un lustro...