Diocleciano, el Gorbachov de Roma
De la misma forma que Mijaíl Gorbachov intentó reformar la Unión Soviética cuando su declive era evidente, en la antigua Roma hizo algo parecido el emperador Diocleciano, que por cierto también era del Este (nació en Dalmacia, en la actual Croacia). Las dificultades que tuvo Diocleciano para acceder al trono en 284 (tras una dura guerra civil con Carino) y para mantenerse en él (tuvo que buscar una fórmula de compromiso, conocida como la Tetrarquía, que dividía la gestión del Imperio en cuatro zonas) grabaron en él, a sangre y fuego, la necesidad de dar un importante giro al gobierno de sus dilatados territorios. A lo largo del siglo III, que estaba próximo a acabar, se había vivido una época de persistente inestabilidad en la cúpula del poder, con incesantes conflictos internos, que había minado seriamente la autoridad de Roma. Fue la etapa que los historiadores conocen como “crisis del siglo III”. Todo un reformador. Diocleciano tuvo que emplearse a fondo en varios frentes simultáneos: ideológicamente, fue el promotor de una recentralización del poder para lograr una mayor efectividad ante las levantiscas provincias; económicamente, revolucionó el sistema impositivo al crear un nuevo mecanismo de recaudación sobre las explotaciones agrícolas llamado iugatio-capitatio. Mediante un censo minucioso, gravó las propiedades en función de dos valoraciones: una, el iugum, se calculaba según el número de hectáreas y el tipo de cultivo, mientras que la segunda, el caput, contaba el número de campesinos necesarios para la explotación de cada iugum. Aunque las reformas de Diocleciano no consiguieron devolver al Imperio su esplendor (como le ocurrió a Gorbachov con su perestroika) y él se retiró (otro paralelismo con el dirigente soviético), el Emperador sí logró estabilizar Roma y, de esta forma, al menos ralentizar la decadencia.