La Iglesia en medio de la marea
Alo largo de las calamidades del siglo XIV, en especial la peste negra, el comportamiento del clero cristiano manifestó una muy criticada insolidaridad en sus esferas más altas, que en general buscaron su propia salvación y la salvaguarda de sus riquezas y potestades. No obstante, fue en el clero inferior en donde se produjeron los comportamientos más altruistas y heroicos de toda la sociedad. Los casos de párrocos, monjes y monjas que dieron su vida por ayudar a los demás abundan en todos los países. Por eso se vieron tan afectados por la mortandad, de la que, por otro la- do, no se libraron obispos y cardenales en sus encierros fortificados, en los que también se colaban las ratas; incluso en la sede papal de Avignon, donde falleció un tercio de los cardenales allí concentrados. Desde los altos rangos, se entonó la dialéctica de la ira de Dios como interpretación de la plaga y como soporte de su estatus, aunque no pudieron evitar la animadversión de muchos, entre ellos las sectas de flagelantes, que finalmente serían reprimidas y minuciosamente exterminadas. Para contrarrestar estas inmorales reacciones, se organizaban constantes misas y procesiones peni- tentes que a menudo contribuían al contagio, lo que igualmente sucedió con el masivo flujo de peregrinos a Roma atraídos por la declaración de 1350 como año jubilar. Sí estimularon las autoridades eclesiásticas la preservación de la ética y la moral, y mantuvieron las aulas de educación a pesar de las muchas bajas habidas entre el profesorado. Pero, a la hora de hacerse con las heredades abandonadas, no predicaron con el buen ejemplo, y eso que ya habían resultado muy favorecidas por las muchas donaciones de familias ricas ahogadas en el temor a la muerte y al infierno.