5. La crisis del petróleo (1973)
Fue una crisis atípica: no la causó el mercado, sino la geoestrategia. La OPEP cerró el grifo del crudo a EE. UU. y sus aliados por su apoyo a Israel, y eso torció el curso de la economía.
Ladrones de gasolina: ¡cuidado! Tenemos las armas cargadas”. Advertencias tan brutales como esta convivían con avisos de restricciones en el suministro y con largas colas de automóviles en las gasolineras de EE. UU. a finales de 1973. Esa desesperación de los conductores apenas era la punta del iceberg de las catastróficas consecuencias que tendría la primera crisis del petróleo de la Historia.
Sin duda, esta puede considerarse como una rara avis en la lista de debacles financieras, ya que en ella no aparecen los ingredientes habituales que dan lugar a los cataclismos económicos. No llegó precedida de especulación, ni tampoco las grandes masas de ahorradores estaban invirtiendo sin control en el mercado del petróleo. Aunque hubo decisiones financieras que la agravaron, como el abandono del patrón oro por parte de EE. UU., su origen fue político. Tal vez por ello, sus consecuencias fueron mucho más potentes que en otras crisis, hasta tal punto que cambiaron para siempre el devenir de la historia económica mundial.
Todo empezó cuando los países árabes, principales productores de petróleo del planeta, se aliaron en contra de Estados Unidos y de algunos países de Europa occidental para castigar su apoyo a Israel en la guerra del Yom Kipur. Los aliados de la Or- ganización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) tomaron una decisión sin precedentes para golpear donde más daño hacían a Occidente: intervenir la fuente que movía el mundo, el petróleo. El 16 de octubre anunciaron su intención de subir el precio del barril de tres a cinco dólares, reducir la producción entre un 15 y un 20% y embargar el suministro a los países que mantenían el apoyo a Israel. En la práctica, las restricciones apenas duraron nueve meses: en el verano de 1974, el suministro ya estaba totalmente restablecido. Pero el daño fue irreparable: la época de la energía barata había pasado definitivamente a la Historia y desde entonces el planeta vive pendiente de la oscilación de precios de la que aún es su energía dominante, el petróleo.
A principios de los años setenta, la demanda de crudo se había multiplicado exponencialmente. En 1950, el petróleo representaba el 37,8% del consumo total de energía, frente al
55,7% del carbón. En 1972, en cambio, el petróleo y el gas representaban el 64,4% del total. La crisis puso en jaque al sistema. En diciembre de 1973, un barril costaba ya 12 dólares, frente a los tres que había valido a principios de ese mismo año: la OPEP había cuadruplicado el precio del crudo en sólo tres meses. Aunque el principal objetivo era dañar a EE. UU., el castigo infligido tuvo muchos más afectados. En Europa, la factura energética pasó del 1,5% del PIB al 5%. El resultado fue una fuerte contracción de todas las economías del planeta.
La perniciosa estanflación. Las empresas no tardaron en repercutir ese escandaloso incremento de sus costes energéticos en el precio de sus productos, lo que disparó la inflación. La perversa maquinaria económica se puso en marcha: precios altos = menos consumo familiar = menos producción de las empresas = despido masivo de empleados... El mundo descubrió la que sería, desde entonces, una de las mayores pesadillas de la economía: la estanflación, una perniciosa combinación de ausencia de crecimiento e incremento de precios, muy difícil de solucionar con las políticas económicas. Además, el desempleo se disparó. En 1974 superó el 5% en todos los países integrados en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) y cinco años después, en 1980, había ascendido hasta el 10%: unos niveles no vistos desde la Gran Depresión de los años 30.
La recesión económica que siguió fue una de las más potentes de la Historia. La subida del precio de la energía pilló al mundo con un sistema monetario poco asentado y sin capacidad de reacción ante los cambios. Dos años antes, en 1971, el presidente estadounidense Richard Nixon había tomado la decisión, unilateral y por sorpresa, de desligar el dólar del patrón oro. La medida respondía a la necesidad de liquidez de la economía estadounidense por los excesivos gastos comprometidos en la guerra de Vietnam, pero dinamitaba la estabilidad monetaria que se había instaurado en los acuerdos de Bretton Woods, en julio de 1944.
La decisión había provocado un gran desorden en el sistema monetario mundial, que en 1973 todavía no había sido digerido. Los países más importantes decidieron seguir a EE. UU. y se estableció un sistema de cambio flotante para fijar el precio de las divisas. El capital de reserva del sistema monetario internacional quedó asegurado por los derechos especia
les de giro, en función de los cuales se
señalaron las nuevas paridades de las monedas. La ponderación del sistema atribuyó al dólar un peso equivalente al 30% del total, manteniéndose así parte de la supremacía financiera de los Estados Unidos y el descontento de los dueños del crudo, que se unieron en la Organización de Productores de Petróleo para defender conjuntamente sus intereses.
Reordenamiento mundial. En el frente geopolítico, el enriquecimiento de estos países les dio alas para demandar un “nuevo orden económico internacional”. Exigieron una serie de reformas globales que incluían el aumento de los niveles de ayuda exterior a los países de tercer mundo, el alivio de la deuda soberana y los acuerdos comerciales preferenciales con las naciones industrializadas. Mientras, los flujos de dinero procedentes del superávit en cuenta corriente de los productores se depositaban en la gran banca estadounidense, lo que permitía satisfacer la demanda de los países en desarrollo. Es lo que se llamó el reciclaje de los
petrodólares.
Muy lentamente, la recesión se fue superando. La localización de nuevos yacimientos de crudo en Alaska, el Mar del Norte o México permitió la competencia con los miembros de la OPEP y la caída de los precios. En otros países, como Francia, el esfuerzo se centró en buscar energías alternativas, lo que dio paso al desarrollo de la nuclear. En general, funcionaron relativamente bien los planes de reducción de consumo puestos en marcha: en 1980, el gasto de energía había disminuido un 3%.