9. La burbuja de Internet (2000)
En la última década del siglo XX, la aparición de Internet desató una carrera empresarial y especulativa que hinchó artificialmente el mercado, hasta su estallido en el año 2000.
Internet es una quimera y los inversores están participando en una lotería. La mayoría de estas empresas están destinadas al fracaso”. Estas palabras de Alan Greenspan reflejan hasta qué punto este economista, presidente de la Reserva Federal de EE. UU. a finales del siglo pasado, era consciente de los peligros que el último invento del siglo estaba generando en la economía.
Como en anteriores crisis, esas advertencias cayeron en saco roto. La locura que generó la aparición de Internet no fue muy distinta de la que habían desatado en siglos anteriores los tulipanes de Holanda o el ferrocarril. Miles de proyectos y empresas surgían al calor de la últi- ma revolución humana. A diferencia de los ferrocarriles, poner en marcha un negocio en Internet apenas requería inversión, ni tampoco autorización pública de ningún tipo, por lo que la expansión empresarial fue mucho mayor todavía. Las historias de jóvenes que se hacían ricos desde los garajes de sus casas en California surcaban el planeta. Los casos de éxitos como Apple, Microsoft y Yahoo! eran loados por centenares de medios de comunicación especializados en Internet que, como ya ocurrió en la crisis de los ferrocarriles, ensalzaban cada uno de los nuevos proyectos e invitaban a los inversores a participar en ellos como accionistas.
No todo era un bluf. Algunas de las empresas surgidas en aquella época, como Microsoft, Apple, HP o Google, se han convertido en los líderes empresariales y bursátiles de este siglo; pero, como había predicho Alan Greenspan, otras miles se quedaron en el camino. Las estadísticas apuntan que más de 5.000 pudieron sucumbir en todo el mundo.
La magia de la Nueva Economía. Lo que era una tendencia se convirtió en burbuja a partir de la salida a Bolsa de la compañía de software Netscape en 1995. Un año después, la avalancha de empresas puntocom en Bolsa era de tal magnitud que se puso en marcha el primer mercado financiero especializado en tecnología: el Nasdaq Stock Market. Los récords de revalorización se sucedían uno tras otro. El debut del buscador Yahoo! registró un incremento del valor de sus acciones en un solo día del 153%. Su valor en el mercado superaba 180 veces sus ingresos reales.
Y es que otra de las características de esta burbuja es que los analistas arrojaron por la ventana la tradicional estimación bursátil, según la cual el valor de una empresa se calcula por la relación entre sus beneficios y el precio de mercado. En la denominada Nueva Economía, el conocimiento se valoraba más que la fabricación y la industria. Las empresas de Internet valían más cuanto más valía su ima-
gen de marca y la efímera promesa de lo que podrían valer en el futuro. Las expectativas marcaban tanto la cotización, que las nuevas empresas de Internet llegaron a batir con creces el precio de sus competidoras offli
ne. Así se dieron casos como el de la web de subastas eBay, que superó la capitalización de la centenaria casa de subastas Sotheby’s; o el del proveedor de servicios y contenidos de ocio AOL, que superó la cotización de la Corporación Disney. La librería virtual Amazon multiplicó por 18 su valor en Bolsa, aunque lo que realmente crecía día a día eran sus pérdidas. El sueño de los emprendedores
de garaje era que sus proyectos al- canzaran la fuerza suficiente como para que alguna de las grandes corporaciones de la vieja economía se interesara por ellos y les comprara el negocio a cambio de grandes cantidades de dinero. Es lo que ocurrió en España con Terra (ver recuadro) o con el banco online Patagon: el jovencísimo emprendedor argentino Wenceslao Casares consiguió cerca de 900 millones de euros en diferentes entregas por parte del Banco de Santander pero, a pesar de los millones, el proyecto no cuajó, la marca desapareció en pocos años y el negocio quedó integrado en la actividad normal del primer banco español.
Brókers por un día. Pero eso no ocurrió hasta después del año 2000; en el último decenio del siglo XX, la euforia especuladora retomó toda la fuerza y todo el glamour de los años previos al crac del 29. Lejos quedaban el rechazo a las malas artes inversoras y el desprecio por la ostentación que dominaron la América de Roosevelt. De nuevo, los signos de riqueza desmedida de los inversores en Bolsa querían ser imitados por toda la población. Ser más ricos fue posible durante un tiempo: la prosperidad de los hogares estadounidenses, según los datos de su gobierno, aumentó en torno a los 6.000 millones de dólares entre 1990 y 1998.
Además, la tecnología se había aliado con ese espíritu, al facilitar el acceso a los mercados financieros como nunca antes en la Historia. Un ordenador y una conexión a Internet eran suficientes para convertirse en bróker desde casa y vivir la pasión como los históricos corredores del parqué de Wall Street. En 1998, más de cinco millones de estadounidenses tenían cuentas en oficinas de corretaje de Internet y un millón de ellos eran day traders (inversores que compran y venden acciones a lo largo de una sesión y que al cierre liquidan sus posiciones). En otras palabras, especuladores caseros.
Como en todas las crisis anteriores, esta burbuja también acabó por estallar: aunque en esta ocasión la caída no fue tan abrupta, también hay un día marcado en el calendario: el 10 de marzo de 2000. En aquella jornada, el Nasdaq marcó su nivel más alto, 5.048 puntos. A partir de entonces, comenzó un declive que no se frenaría hasta pasados más de dos años, en octubre de 2002.
La tecnología, en caída libre. La Historia se repetía: cierre de empresas, quiebra de cotizaciones, billones de euros evaporados, inversores arruinados... Un año después del desastre, el Nasdaq, el índice de empresas tecnológicas de Wall Street, aún cotizaba por debajo de los 2.000 puntos. La desconfianza hacia la tecnología barrió a las compañías más débiles, pero también golpeó con fuerza los ingresos y cotizaciones de las viejas corporaciones, como Intel o Cisco Systems. Año y medio después del crac, el Nasdaq seguía en caída libre y había perdido el 78% de su valor. El mínimo lo marcó el 9 de octubre de 2002, cuando el índice se situó en solamente 1.114 puntos.
Los efectos de la burbuja de Internet fueron devastadores para los inversores y para los empleados de aquellas empresas. Pero el resto de la economía no se contagió: nada que ver con lo que ocurriría apenas ocho años después.