7. El declive de Japón (1989)
Japón pasó en dos décadas de una sociedad feudal a un capitalismo con sello propio. El éxito fue tal que creó una burbuja artificial que, en 1989, se desinfló y sumió al país en la recesión.
El Japón derrotado en la II Guerra Mundial, lejos de lamerse sus heridas o de encastillarse en las reglas feudales que habían dominado al país hasta finales del siglo XIX e incluso hasta la guerra, implantó un cambio radical en su economía y en su estructura social y adoptó su propia y particular versión del capitalismo, con tanto éxito que, en apenas dos décadas, se alzó al segundo puesto del ránking de economías mundiales, sólo por detrás de Estados Unidos. El país del Sol Naciente creció en torno al 10% anual entre 1951 y 1970. Y, tras la crisis del petróleo de 1973, consiguió seguir creciendo en torno a un 5%, mientras Occidente luchaba desesperadamente contra la recesión.
La locura del yen. La tecnología de consumo fue uno de sus puntos fuertes: en los hogares de los países occidentales no faltaba una calculadora Casio (ver recuadro), y marcas como Olympus, Sony, Konica, Minolta o Yashica copaban el pódium mundial de las listas de ventas de cámaras de fotos automáticas. Para explicar lo que sucedió después, podría decirse que el éxito se les subió a la cabeza. En los años 80, Japón era considerado como la locomotora del mundo y sus ciudadanos se comportaban como los nuevos ricos que eran. Sus yenes cada vez valían más, así que comprar en las tiendas de la Quinta Avenida de Nueva York era más barato que ir al mercadillo de su pueblo. Se hizo habitual la imagen de turistas nipones arrasando en las tiendas de Louis Vuitton, Tiffany o Cartier. También, la de sus multinacionales comprando empresas e incluso edificios tan emblemáticos como el Rockefeller Center de Nueva York o la sede de Columbia Pictures en Hollywood.
Dentro de su país, el optimismo económico y el derroche eran incluso mayores. El crédito en la economía japonesa, durante la década de los ochenta del siglo pasado, creció un 139%, frente al 57% de Estados Unidos. El Banco de Japón bajó en reiteradas ocasiones los tipos de interés, inyectando así más y más liquidez en la actividad económica. La burbuja, como la de otras crisis en la Historia, tuvo dos grandes focos: el inmobiliario y el bursátil.
El precio de las casas en Tokio se duplicó, y en otras zonas del país, como Osaka, llegó a triplicarse, mientras que los precios de consumo apenas crecían en torno al 0,1%. Su versión de las hipotecas basura de la actual crisis se llamó hipotecas de las tres generaciones, un nombre muy apropiado: los tomadores las suscribían a 90 o 100 años y eran sus nietos quienes acababan pagándolas. Además, la política del banco principal y la corrupción enlazaban peligrosamente los créditos a las empresas, su
cotización en Bolsa y los balances de los bancos. De esta forma se formaba un bucle en el que cuanto más valiera una empresa en Bolsa, más crédito recibía y más ganaba también el banco vinculado a ella.
Una burbuja deshinchada. La Bolsa de Tokio se convirtió en un centro financiero internacional y su principal índice, el Nikkei 225, se revalorizó un 500% entre 1980 y 1989, hasta marcar el 25 de diciembre de ese año su máximo histórico en 38.915 puntos. Sólo la firma de inversiones japonesa Nomura Securities llegó a valer más que todas las casas de inversión financiera norteamericanas. Esta apertura a los capitales internacionales fue el principio del fin. Las empresas vieron que podían captar dinero en el mercado mundial y desligarse de su banco principal, con lo que la política del banco único empezó a hacer aguas. Las entidades financieras buscaron beneficios con la emisión de productos de alto riesgo, con nombres tan curiosos como bo
nos sushi o swaps hara-kiri. El crecimiento parecía imparable, pero una agresiva subida de los tipos de interés cambió el rumbo de la Historia; la burbuja japonesa no estalló, sino que se fue deshinchando. El Nikkei comenzó a caer y hoy, 24 años después, todavía está a más de 15.000 puntos del nivel marcado aquel 25 de diciembre de 1989. Entonces, las autoridades no reaccionaron y, tras el declive bursátil, llegó el inmobiliario. Puesto que los resultados de los bancos dependían del valor de la acciones de las empresas, la caída de la Bolsa debilitó los balances de las entidades financieras que,
para salvarse, cortaron el crédito. La desconfianza se instaló en la sociedad de consumo. Los excesos se cortaron de raíz y la fuga de capitales de los bancos con más problemas complicó aún más la situación.
El Japón que quiso ser diferente sufrió por sus excesos las mismas consecuencias que cualquier otra sociedad capitalista en crisis: restricción de crédito, quiebra de bancos y empresas y altísimas tasas de desempleo (algo impensable hasta entonces en el país de los empleos vitalicios).
Medidas fracasadas... que hoy
copiamos nosotros. Los sucesivos gobiernos han puesto en marcha paquetes de estímulos fiscales, pero nada parece funcionar para sacar al país de la depresión. La peligrosa deflación (caída continuada de los precios y del consumo) se enquistó en la estructura económica nipona. Los estímulos fiscales dispararon la deuda pública hasta la escandalosa cifra del 150% que arroja en la actualidad; el déficit público está cerca del 9%. No funcionó cerrar los bancos insolventes, pero tampoco rescatarlos. Ni ha resuelto la situación el fuerte ajuste del gasto público, el cierre de entidades del Estado (incluso ministerios), la privatización del sistema de correos o la del sanitario. La rebaja de los tipos de interés a cero para estimular la economía no ha logrado su objetivo, porque los bancos no tienen a quién darle préstamos ya que el país está lleno de empresas endeudadas y demasiado débiles para invertir. Mientras, las familias deben lidiar con el desempleo y con sueldos cada vez más bajos que les impiden saldar sus deudas y aumentar otra vez el consumo.
Algunos economistas coinciden en que Japón se ha convertido en el gran fracaso de la macroeconomía moderna, y muchos temen que sus errores están siendo repetidos por las autoridades europeas para tratar de solventar la actual crisis de deuda.